Invitados a las crónicas de María Esther de Miguel (Amadeo Nicolás Darchez, 2021) es el segundo convite de Daniela Churruarín, luego de Invitados al paraíso… (Maizal Ediciones, 2018). Profesora de Lengua y Literatura y especializada en la vida y obra de esta escritora argentina y entrerriana, Daniela nos convoca, en su trabajo de compilación y análisis, a adentrarnos en una faceta quizás no tan conocida de la gran novelista, como lo es la de ser autora de crónicas periodísticas.
El libro comienza con un prólogo escrito por Churruarín. Y, por medio de él, entre explicaciones y anécdotas, se refiere a los inicios de María Esther como columnista en el diario La Nación. Analiza la participación de escritores dentro del género periodístico y resume los rasgos más sobresalientes de la columna o crónica de actualidad. Entre ellos destacan la variedad de temas que aborda y su objetivo de trascender la mera información constituyéndose en algo válido para ser recordado, tanto por la perspectiva del columnista como por el uso estético del lenguaje. Y, al hacerlo, sintetiza su propio anhelo como compiladora: “es el mundo personal del articulista el que hace duradero lo efímero. Y es, también, el propio deseo de quien recupera para el hoy estos escritos” (pág. 17).
La descripción de los tópicos e inquietudes de la autora así como el modo particular de María Esther de abordar temas diversos, y la actualidad de muchos de ellos, completan la antesala de la parte principal. Esta se trata de una compilación de más de cuarenta crónicas, escritas en su mayoría para el diario El Cronista Comercial, y de aparición semanal cada viernes. También se incluyen algunos artículos especiales para el diario Río Negro y otros inéditos. El criterio de ordenamiento es cronológico. Y en ese orden podemos leerlas, desde las primeras, publicadas originalmente en 1984, hasta las últimas, que llegan hasta 1988.
Ahora bien, con la vista puesta en el índice y dejándonos tentar por una propuesta a la manera de Cortázar, podríamos ensayar otros itinerarios. Y abordar, por ejemplo, una de las series más evidentes a la vista de quien esto escribe: la de los elogios. Elogio del vino, del espejo, del optimismo, de los modales, de la “esperoterapia”. Otra serie podría ser la de los homenajes, a personalidades de las letras y de la cultura o bien a figuras míticas: “Permanencia del Martín Fierro”, “Réquiem para los cuchilleros”, “Gardel: permanencia de un mito” podrían componerla.
Sus quehaceres de escritora también motivan un conjunto de crónicas, algunas en ocasión de sus viajes y participaciones en concursos literarios y ferias del libro: “en Concordia vi niños (…) con coloreados libros en las manos. Los vi abrir la boca (…) de pura atención auditiva. Los vi gritando, después de una mesa redonda con poetas nativos, no ‘que se quede el mago’, sino ‘que no se vayan los poetas’. ¿Qué me cuentan?” (pág. 57). En sus artículos siempre se alude al escritor como un profesional. Y en ese sentido, en “El escritor en otro día de recuerdo”, específicamente, se ocupa de definirlo y de exponer sus demandas, que también son las propias. Para los lectores interesados en explorar los devenires de la escritura, entre artículos inéditos y crónicas publicadas en uno y otro periódico, es posible analizar, en un ejercicio metalingüístico, los papeles de la escritora que formula y reformula sus ideas convertidas en palabras en el diario quehacer.
Muchas de las crónicas dan cuenta de su mirada sobre la ciudad, su gente y las costumbres argentinas. En ocasiones establece analogías, retoma anécdotas vividas o que les refieren personas de su entorno, o toma como punto de partida una cita. O bien da cuenta de lo que observa como testigo ocular de lo que emerge a su alrededor. Resuenan, entonces, ecos de las “Aguafuertes porteñas”, de Roberto Arlt, no solo al describir distintas postales de la ciudad sino también en la reivindicación de los temas populares y haciendo uso del léxico del pueblo.
Como para muestra basta un botón, podemos mencionar la crónica “Honolulu en Palermo”. En ella se queja, con reminiscencias borgeanas y sin privarse de la ironía y el humor, de la basura que dejan al marcharse, en un espacio verde del barrio porteño, los “veraneantes anticipados [sin playas] que con toda la desaprensión y el donaire propio de la Perla del Plata, eligen su rincón, extienden sus adminículos playeros (reposeras, ungüentos, toallas, sombrillas… y la mar en coche) y se ponen a adorar a Febo” (pág. 65). Y para completar el cuadro agrega: “Alguna palmerita que más parece escobillón de pobre y otros especímenes vegetales a quienes los pelotazos de los niños no dejan crecer, proveen del necesario espejismo. Y ya tenemos a nuestro Honolulu nativo en acción” (pág. 65).
A lo largo de las crónicas afloran aspectos de su vida privada y repartida entre Buenos Aires y su ciudad natal, Larroque. Asimismo, el contexto sociopolítico de la década del ’80 con los primeros años del retorno a la democracia constituye el “telón de fondo”, tal como señala Churruarín. En ocasiones de manera más explícita, por ejemplo, en “¿Qué nombre le ponemos a la capital?”, en relación a su potencial traslado; en otras de manera más indirecta o inevitable. Esto la lleva en ocasiones a contenerse o moderarse: “Pero no quiero introducirme en reflexiones políticas, sino trasladar el ejemplo (el de la botellita a medias llena), al campo personal, privado, digamos” (pág. 39).
Con frecuencia suele aparecer un dejo de crítica y reproche hacia los malos modales y ciertas costumbres, como cuando se despacha contra la mufa, el pesimismo; el abuso de la TV, el “noísmo” o síndrome del no, o a los dioses ciudadanos de la burocracia que atienden detrás de una ventanilla. Pero la mayoría de las veces predomina una visión optimista y un llamado a la reflexión luego de exponer una situación, como en “Refundando la esperanza” o en “Pacto de ciudadanos”. Asimismo destaca la revalorización de lo propio, por ejemplo, recorrer la ciudad con mirada renovada: “Propongo mirarla con ojos nuevos, de matrimonio recién y legalmente constituido. Con mirada curiosa, que busque la novedad donde siempre encontró instalada la rutina” (pág. 33).
Esa invitación también se hace extensiva al resto del país en la crónica “Viajar por lo nuestro”, que escribe a partir de un viaje a La Pampa. En ella asegura: “Ya que las divisas escasean tanto como para impedir a la gran mayoría, los viajes al exterior, ¿por qué no convertirnos en turistas flor de ceibo? Les aseguro que tiene su encanto mayúsculo” (pág. 46). Con la expresión “flor de ceibo” se refiere a una viajera tierra adentro y como tal se autodefine, por motivos que prefiere no enumerar pero que bien se podrían inferir.
A lo largo de las crónicas, confluyen en armonía dichos populares y frases en otras lenguas; citas de autores, relatos mitológicos; cultismos con expresiones y términos coloquiales propios del habla de los argentinos; la crítica y el humor. Rasgos que aguardan encontrarse con viejos y nuevos lectores.
Finalmente se suman, bajo el título “Apostillas a invitados al paraíso de María Esther de Miguel”, acotaciones sobre el primer libro que presenta Churruarín. Y se reúnen aportes y testimonios provenientes de distintas voces allegadas a la autora de “El general, el pintor y la dama”. Tal como las define Churruarín, estas apostillas constituyen “las posdatas de la tarea de investigación, es decir, aquellos datos que, por una u otra razón, han quedado en el tintero luego del punto final de la tarea” (pág. 161).
Como sostiene quien se ha ocupado en los últimos años de estudiar la obra de de Miguel, “Esta oportunidad de hacer públicas sus columnas, retornándolas a la superficie, es también una manera de hacer justicia con aquellos ruegos que hacía por la profesión de escritor, por un salario, por la publicación paga, porque los libros sean noticia y porque se encuentren a disposición de los lectores” (pág. 19). Es también un acto de generosidad y un digno ejemplo a seguir por otros apasionados y estudiosos hacia aquella obra desperdigada o poco accesible de algún escritor olvidado, que aunque lo merezca no ha vuelto a ser convocada en los talleres de imprenta.
Qué mejor entonces que retribuírselo a ambas, escritora y compiladora, aceptando esta nueva invitación. Como solía escribir María Esther para dar por concluida alguna de sus columnas: ¡Que así sea!