PRÓLOGO A LA ANTOLOGÍA "AUTORES DE CONCORDIA"

En esta muestra de la narrativa producida por autores nacidos en Concordia o residentes, encontramos actitudes, tendencias estéticas y modos de relacionarse con el entorno que nos permite asegurar que hay riqueza y diversidad al momento de plantearse la construcción del relato. Hay obediencias y desobediencias muy interesantes.

El hecho de haber ordenado  el corpus cronológicamente, que me parece muy acertado para una antología representativa, sirve no tanto para observar una evolución (en el arte y en la literatura no hay evolución, hay cambios que no implican ningún crecimiento cualitativo) como para intentar leer los vaivenes generacionales, las modas, las imposiciones, las búsquedas.

El primer elegido es Juan José Souza Reilly, que si bien es más un novelista que un cuentista, nos sorprende con una perfecta parábola minimalista que aborda desde una perspectiva moralizante pero muy lograda al llegar a un desenlace desmitificador. “Diez centavos” es un texto moderno, sobre todo por la economía de recursos y la ironía arltiana que lo sostiene. Victor Guillot, en cambio, contemporáneo de Souza Reilly, sufre más del impacto preciosista del modernismo lugoniano, apela a un lenguaje convencionalmente literario, pierde frescura, pero la anécdota es poderosa. Un fragmento de novela muy bien elegido.

Un caso muy interesante, por la novedad del formato y la mirada sesgada de la historia argentina, es el texto de Elsa Aparicio De Pico, quien a través de la epístola, poco usual  en la narrativa argentina de entonces, construye la mirada de la servidumbre y por consiguiente una mirada social del relato. Esta mirada no se pierde, reaparece cada tanto en los autores de esta antología, sobre todo en Isabel Palazzotti y en Francisco Senagaglia, aunque en estos últimos, de manera explícita, como una auténtica preocupación no exenta de  ideologemas. En los tres casos, el escenario es Concordia y sus circunstancias y han evitado, en todo momento, caer en el pintoresquismo o la añoranza, características a las que han sucumbido otros autores.

Un autor fundamental, sin dudas, es Isidoro Blaisten, que no obedece a ninguna tradición entrerriana ni a ningún mandato social lugareño, ya sea porque vivió casi toda su vida en Buenos Aires, fue librero y precursor de los talleres literarios, como por el hecho de que su literatura es hija de la literatura que leyó y a la que rindió ingeniosos homenajes. Su libro “El mago” (1974) es clave en el nacimiento de la microficción en nuestro país, y sus “Anticonferencias”, una formidable e irreverente manera de interpretar el mundillo literario porteño.

Con Haydeé Razzari aparece el monte y la nostalgia, el paisaje siempre subyuga, sobre todo a la distancia, es casi un lugar común en la literatura de provincias, por eso también lo vamos a encontrar en Edgardo Berón.

En Hernán Lasque y Matías González encontramos un riguroso afán descriptivo, si bien pertenecen a las últimas generaciones que han optado por la prosa seca y mínima, estos autores dejan de lado la trama, esconden el conflicto, y eligen la descripción para construir un clima y un efecto determinado. Podemos decir, que se trata de una poética naturalista, ubicada en el extremo opuesto al cuento de Soiza Reilly.

En los cuentos de Dora Chaves hay una clara intencionalidad: desacreditar todas las poses del machismo, y por eso apela al lunfardo (la jerga misógina por excelencia) y a la construcción paródica de un malevo derrotado por una “papusa”. El humor, tan poco frecuente en nuestra literatura de provincias, lo encontramos también en los textos de Néstor Juárez y Juan Menoni.

Fernando Belottini, concordiense por adopción, con “Mi parte de guerra” introduce un elemento ajeno a la tradición: la incongruencia, que no es lo antinatural o imposible, sino la presencia de un elemento extraño o de una situación anómala en un contexto reconocible. Sin dudas, es uno de los mejores narradores argentinos, y sus cuentos, que desbordan originalidad, son verdaderas delicias.

En esa línea, donde el absurdo, lo onírico y lo simbólico se dan cita, ubico los textos de Esteban Michel y Verónica Scervino, escritores jóvenes con la visión de una narrativa desentendida de la tradición, libre y enamorada de sus propias posibilidades.

 “El enano” de Carolina Sborovsky, tensiona con eficacia los pasajes entre la realidad y la fantasía a partir de la mirada ambigua de la protagonista. Sborovsky es una narradora muy interesante a la que no hay que perder de vista.

Si bien es cierto que no se pueden emitir juicios categóricos a partir de una pequeña muestra, confío en mis intuiciones de lector.