JUAN JOSÉ DE SOIZA REILLY

Soiza Reilly navegaba en la imprecisa frontera del periodismo y la literatura. Aún así, según la autobiografía que seleccionó María Gabriela Mizraje en "La ciudad de los locos"1 y que citamos arriba en un vínculo, Soiza se define antes que nada como periodista y entrerriano. Algunos críticos (Josefina Ludmer, Elsa Drucaroff, Jorge Rivera), lo están sindicando como un olvidado del canon literario argentino y principal influencia de Roberto Arlt. 
Nacido en Concordia en 1879, su nacimiento fue registrado a los 63 días en Paysandú (República Oriental del Uruguay), donde realizó su educación primaria, por lo que en muchas ocasiones se lo menciona como uruguayo-argentino. A los doce años se radicó en Buenos Aires, pero estudió y se recibió de Maestro en el Colegio Normal de Concepción del Uruguay.
Para aproximarnos a su biografía, reproducimos un fragmento de un artículo aparecido en el Boletín de la Academia Nacional de Periodismo2 titulado "El cuarto de hora", por Antonio Requeni
 
(...) Alvarez, el popular Fray Mocho, al que siempre consideró su maestro, quien “me sacó de la prensa chica de los barrios pobres y me llevó del brazo a las luces del centro”. El autor de "Un viaje al país de los matreros" lo incorporó en 1903 a la redacción de Caras y Caretas, revista “festiva, literaria, artística y de actualidades” que leía toda la ciudad, sin distinción de niveles sociales. 
Soiza Reilly vivió intensamente aquellos tiempos románticos de la bohemia periodística y literaria, pero al mismo tiempo se preocupó por estudiar. A los 25 años se recibió de maestro normal. Llegó a ser profesor de historia en varios establecimientos y consejero en las Universidades Populares. Pero le atraía mucho más el bullicio de las redacciones y las tertulias del bar El Sibarita, de Maipú, entre Bartolomé Mitre y Cangallo, donde afianzó entrañable amistad con Héctor Pedro Blomberg, Luis Pardo, Enrique Méndez Calzada, Eustaquio Pellicer, y los dibujantes José María Cao, Alejandro Sirio y Juan Hohmann (yo llegué a conocer a este último cuando era profesor de dibujo en la Escuela Nacional Juan Martín de Pueyrredón, y a su hijo Rodolfo Hohmann, inolvidable secretario de redacción de La Prensa).
En realidad, Juan José Soiza Reilly quería ser escritor. Su primer libro, "El reino de las cosas", fue un fracaso, pero el segundo, "Cien hombres célebres", donde reunía retratos y entrevistas, llegó a vender 20.000 ejemplares. Vino después "El alma de los perros", con prólogo de Manuel Ugarte, que se tradujo a varios idiomas. Ello le dio impulso para seguir escribiendo novelas y cuentos, algunos publicados en “La Novela Semanal”, pero que no consiguieron ingresar en el ámbito consagratorio de nuestras letras. El periodista buscaba los temas populares, le atraían los conventillos, los personajes sombríos. "Las timberas", "Bajos fondos de la aristocracia", "La muerte blanca", "Pecadoras" y "Amor y cocaína", son títulos un tanto sensacionalistas que dan idea de su índole literaria. Aunque algunas de sus obras fueron prologadas nada menos que por Manuel Ugarte, José Enrique Rodó, Evaristo Carriego y Vicente Blasco Ibáñez, el escritor sería eclipsado por el periodista.
En 1907, Caras y Caretas lo envió como corresponsal a Europa. Instalado en París, se hizo allí amigo de Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, Julio Piquet, Juan Pablo Echagüe (que escribía con el seudónimo de “Jean-Paul”) y otros personajes de la bohemia latinoamericana afincados en la Ciudad Luz. Logró entrevistar entonces a las más importantes figuras de la política, el arte y la ciencia. En Buenos Aires, los lectores devoraban sus sabrosos reportajes a D’Annunzio, Edmundo D’Amicis, Barbusse, Maeterlink, Anatole France, Clemenceau, Ada Negri, Unamuno, Blasco Ibáñez, Ramón y Cajal, Pietro Mascagni, el mariscal Hindemburg… A veces, para conseguir entrevistas a personajes muy encumbrados o difíciles, apeló a recursos insólitos pero efectivos. Era un reportero ingenioso, brillante, que sabía destacar lo fundamental en lo anecdótico.
En una ocasión entrevistó al hijo de su admirado poeta Paul Verlaine, al que descubrió en las calles de París trabajando como mayoral de tranvía. Lo llevó a una mesa de café y pidió un pernod en homenaje al exquisito poeta y empedernido dipsómano. El hijo de Verlaine ordenó un café con leche y pan con manteca. Soiza Reilly quedó estupefacto. Imaginemos en qué términos pudo desarrollarse el diálogo. El periodista terminaba la entrevista con esta frase: “Tuve ganas de pegarle”.
Otra vez le hizo un reportaje al rey de España. Le hablaba de Sáenz Peña y de su lema “América para la humanidad”, cuando Alfonso XIII lo interrumpió para preguntarle: “¿Y qué tal, chico, cómo andáis de mujeres por vuestro país? He conocido algunas como para chuparse los dedos!”. Soiza Reilly sabía matizar sus crónicas sobre resonantes acontecimientos mundiales con anécdotas como ésa. Humanizaba a sus entrevistados y hacía resaltar sus peculiares rasgos psicológicos. Así también, por ejemplo, cuando le preguntó a Clemenceau, que acababa de visitar Buenos Aires, por las mujeres argentinas, y el famoso político francés le respondió, ingeniosamente: “La mujer argentina se dedica desesperadamente a la virtud”.
Muchas de estas anécdotas podemos hallarlas (si fuera posible encontrar los libros) en sus recopilaciones de entrevistas como "Hombres y mujeres de Italia" o "Mujeres de América", donde hay vívidos retratos de Lola Mora, Juana de Ibarbourou, Delfina Bunge de Gálvez y Lola Membrives, entre otras.
No fue menos apasionante para el público argentino la lectura de sus despachos desde el frente, durante la guerra del ’14, como corresponsal de La Nación. Estuvo en la batalla de Verdún con Gómez Carrillo y seguramente sabía más de lo que dijo cuando a éste se lo acusó de haber delatado a la bailarina Mata Hari, fusilada por ser espía de los alemanes, aunque Gómez Carrillo escribió un libro para defenderse de la acusación. Después de ser corresponsal de guerra, Soiza Reilly volvió a Europa en otras oportunidades y durante una de ellas envió a La Prensa sus crónicas y reportajes. Poseía una escritura ágil y directa. Tenía el don de la comunicación fácil y sabía llegar a la emoción de la gente.
Con el advenimiento de la radio, Soiza Reilly se convirtió en el más popular periodista radiofónico (no debe decirse “radial” porque éste es un término de la geometría). Primero en Radio Stentor, después en Belgrano y en otras emisoras, hablaba y hablaba con tanta vehemencia como escribía. Su fotografía de hombre corpulento, con anteojos redondos y oscuros, bigote y moñito, aparecía frecuentemente en revistas como Antena y Sintonía.
En sus últimos años se hizo peronista, y el gobernador Mercante lo designó director de Bibliotecas Populares de la provincia de Buenos Aires. Algunos lectores y oyentes le retiraron su simpatía, pero la mayoría se mantuvo fiel al viejo periodista. Después de 1955, su voz dejó de oírse, pero por poco tiempo. Volvió a hablar por el micrófono hasta los últimos días de su vida.
Murió el 19 de marzo de 1959, cuando le faltaban dos meses para cumplir 79 años. Hasta entonces, siguió exclamando al final de sus microprogramas las dos expresiones que lo habían hecho célebre: “¡Arriba los corazones!” y “¡Pasó mi cuarto de hora!”. 
 
Agreguemos que fue profesor de Historia en la Escuela Superior Comercial de Mujeres "Dr. Antonio Bermejo", secretario de la Convención Constituyente de la provincia de Santa Fe (1921) y a partir de ese año, Director de la Biblioteca de la Facultad de Derecho de Santa Fe. Obtuvo “Medalla de Oro” en la Exposición de San Francisco de California, por su libro El alma de los perros. Perteneció al Círculo de la Prensa y al Hogar para Ciegos “Vicenta Castro Cambón” y fue además distinguido como “Caballero de la Corona de Italia”. 
 


1  La ciudad de los locos, de Juan José de Soiza Reilly, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2007.
2 BOLETÍN DE LA ACADEMIA NACIONAL DE PERIODISMO, Año 6 - Nº 15 , Buenos Aires, 2004