De: "La ciudad de los locos"
¿Será posible que Evaristo Carriego -un alma apasionada- no haya tenido novia?... Cuando yendo por la calle encontrábamos a una mujer hermosa, se detenía. Pero no Con ojos de fauno. La saboreaba con ojos de escultor. Y seguía andando, hablando de otra cosa...
-¿Tienes novia, Carriego?...
-¡No!... -me contestó tan rotundamente que yo pensé: "Tiene novia. No quiere confesarlo".
¿Quién no tiene una novia escondida en los veinte años de su corazón? No pudo guardar mucho tiempo un secreto tan dulce y tan triste que, a menudo, se le salía a flor de verso, al decir en sus cantos:
"A veces miro un poco entristecido tu retrato, donde estás viva, aunque hace mucho rato, digo bien, mucho rato que te has ido..."
Y luego, en "Ninguna más", este juramento que le surgía de adentro:
"¡No! Te digo que no. Sé lo que digo: nunca más, nunca más tendremos novia. Y pasarán los años pero nunca más volveremos a querer a otra..."
Y a cada instante hablaba de ella. Era la primita deliciosa -la inevitable primita de los enamorados- que lo entretenía leyéndole a Dumas. La misma cuyos dedos lo encantaban en las teclas de Wagner.
Por fin, una noche "de caviar y de cerveza", Carriego se arrancó del alma su secreto, como el herido que para aliviar su dolor se arranca el cuchillo de la puñalada.
-¡Bueno, sí! Mi única novia fue una primita mía. ¡Una santa! Pero se casó con otro. Yo no era el elegido. Desde entonces la amé para mí mismo...
Evaristo murió a los 29 años. Ella, la primita que nunca supo que el primito la amaba, formó un hogar honesto y delicioso. Ella vive todavía, antigua como yo. Cuenta setenta años. ¿Se acordará alguna vez de aquel primito poeta que le decía cosas raras? ¿Lo habrá olvidado?... Desde el cielo nos parece escuchar la voz de Carriego: "De todo te olvidas, cabeza de novia"...
¿Será posible que Evaristo Carriego -un alma apasionada- no haya tenido novia?... Cuando yendo por la calle encontrábamos a una mujer hermosa, se detenía. Pero no Con ojos de fauno. La saboreaba con ojos de escultor. Y seguía andando, hablando de otra cosa...
-¿Tienes novia, Carriego?...
-¡No!... -me contestó tan rotundamente que yo pensé: "Tiene novia. No quiere confesarlo".
¿Quién no tiene una novia escondida en los veinte años de su corazón? No pudo guardar mucho tiempo un secreto tan dulce y tan triste que, a menudo, se le salía a flor de verso, al decir en sus cantos:
"A veces miro un poco entristecido tu retrato, donde estás viva, aunque hace mucho rato, digo bien, mucho rato que te has ido..."
Y luego, en "Ninguna más", este juramento que le surgía de adentro:
"¡No! Te digo que no. Sé lo que digo: nunca más, nunca más tendremos novia. Y pasarán los años pero nunca más volveremos a querer a otra..."
Y a cada instante hablaba de ella. Era la primita deliciosa -la inevitable primita de los enamorados- que lo entretenía leyéndole a Dumas. La misma cuyos dedos lo encantaban en las teclas de Wagner.
Por fin, una noche "de caviar y de cerveza", Carriego se arrancó del alma su secreto, como el herido que para aliviar su dolor se arranca el cuchillo de la puñalada.
-¡Bueno, sí! Mi única novia fue una primita mía. ¡Una santa! Pero se casó con otro. Yo no era el elegido. Desde entonces la amé para mí mismo...
Evaristo murió a los 29 años. Ella, la primita que nunca supo que el primito la amaba, formó un hogar honesto y delicioso. Ella vive todavía, antigua como yo. Cuenta setenta años. ¿Se acordará alguna vez de aquel primito poeta que le decía cosas raras? ¿Lo habrá olvidado?... Desde el cielo nos parece escuchar la voz de Carriego: "De todo te olvidas, cabeza de novia"...