Una hipótesis de investigación sobre la relación clase, literatura y política a propósito de Soiza Reilly
Soiza en el purgatorio
Una revista de crítica literaria, Tres galgos, se pregunta por qué Juan José de Soiza Reilly, autor de vastísima trayectoria y que ha tenido enorme popularidad, ha sido completamente abandonado. No acierta, sin embargo, a dar una respuesta convincente. Parece ésta una ocasión apropiada para preguntarse por la relación que une tres campos diferentes pero relacionados de la realidad: clase, literatura y política. Examinaremos primero el punto de llegada de Tres galgos, para luego proponer una hipótesis de trabajo.
Juan Terranova, en “El escritor perdido”[1], publicado en la revista mencionada, es el que plantea el problema. Tomando como base el libro de Josefina Ludmer, El cuerpo del delito. Un manual y la investigación de Elsa Drucaroff, Arlt: profeta del miedo, el autor intenta explicar el “olvido” académico de la obra de Soiza Reilly. Tal como lo releva Terranova, Ludmer se limita a mostrar la relación, tanto estética como temática, entre la obra de Arlt y la de Soiza Reilly. Ludmer encuentra que el antecedente del escritor canonizado es el escritor “olvidado”, pero no ofrece ninguna explicación ni se pregunta el porqué de la disímil suerte de ambas obras, siendo la filiación textual perfectamente demostrable. Sin embargo, correctamente dice Terranova, la filiación estética no es suficiente y habría que buscar la explicación a esos destinos en otro lado. Para eso, recurre al estudio de Drucaroff: si Arlt tuvo su operación de canonización exitosa, no fue así con Soiza. Según la autora, la “operación Arlt” fue una construcción de la izquierda, desde el PC (con la biografía de Raúl Larra) hasta Piglia, pasando por Contorno. Arlt fue reivindicado por la izquierda porque tanto sus textos como su vida tienen las mismas características ideológicas que esas agrupaciones políticas. Arlt es machista y un fracasado resentido que anhela pertenecer a la cultura alta, igual, en última instancia, que la izquierda argentina (empezando por el PC), tan impotente como Arlt (con su obra) para plantear una alternativa revolucionaria. La autora tiene una mirada simplificadora que le permite afirmar que “en la Argentina no ha existido una verdadera utopía socialista y que, en cambio, derecha e izquierda compartieron en definitiva la utopía del desarrollo capitalista independiente”[2]. Así, junta en una misma bolsa a toda la izquierda, a la que además iguala al fascismo, como si esa operación tan poco sutil necesitara ser enfatizada. De más está decir que sólo la ignorancia de la historia puede hacer tabla rasa con la amplitud del arco ideológico que, afortunadamente, ha desplegado la izquierda en la Argentina. La variedad de programas, correctos o no, que pueden encontrarse en esa experiencia histórica, habla por sí misma. Si bien las tendencias nacionalistas, antiimperialistas, pro burguesía nacional pueden adjudicarse a parte de la izquierda argentina, constituye una reducción absurda transformarlas en una especie de esencia metafísica, un mal genético propio de todas las especies del mismo género[3]. Drucaroff parece más preocupada por cuestionar, sin mucho fundamento, a la izquierda argentina, a la manera de la derecha posmoderna europea o norteamericana, que por reconstruir una experiencia histórica[4].
Como no podía ser de otra manera, la operación de canonización de Contorno tiene la misma explicación, pues toda la izquierda está caracterizada del mismo modo. Si bien Contorno comparte, quizá más agudamente, con el PC esas características antiimperialistas pro burguesía nacional, (pero de ninguna manera filofascistoide) hay notables diferencias entre las concepciones organizativas, la lectura de la política mundial y la naturaleza de la sociedad que se pretende transformar, entre ambos agrupamientos políticos[5].
La crítica de Drucaroff es insustancial: así como hay muchos escritores que han querido “pertenecer” al canon y no lo han conseguido, también hay muchos escritores machistas que no han sido reivindicados por nadie (en un contexto social normalmente machista, no es extraño que Arlt lo fuera y esa característica no hace la diferencia). Por otra parte, es poco creíble que el PC, sobre todo en una operación “no autorizada”, tuviera una importancia tal en el mundo cultural argentino, suficiente como para canonizar a un autor. En realidad, la autora ni siquiera puede explicar las razones de la conflictiva relación entre Arlt y el PC. Porque si hubo una “operación Arlt” está más ligada a Contorno que a cualquier otra agrupación político-literaria. Evidentemente, la respuesta al lugar de Arlt en la literatura argentina debe encontrarse en otro lugar.
Dando por sentado que Ludmer y Drucaroff han arrimado materiales suficientes para pensar el problema, Juan Terranova pretende extender la reflexión a la obra de Soiza Reilly. Arlt fue canonizado porque él mismo lo quiso: “en el deseo insatisfecho de pertenecer, el cinismo y la actitud que busca roña, está lo que diferencia a Arlt de Soiza Reilly y lo que decide, de alguna forma, que sus destinos sean diferentes, casi opuestos. Arlt quiso entrar en la literatura argentina, quiso ser leído, estudiado, quiso ser importante (…)”. Como Soiza no se propuso esto, pues sólo quería pertenecer a los “medios de comunicación de masas” y le alcanzaba con ser periodista, un hombre de trabajo, no tuvo la misma suerte. No le molestaba no formar parte de la “cultura alta”, no se preocupó por ser reconocido como “artista”. Soiza no presentaba contradicciones como Arlt porque no quería pertenecer y le alcanzaba con identificarse con su público: es un crítico de la realidad social que se pone del lado del receptor, un escritor-periodista, esto es, un escritor-proletarizado/proletario. Era un obrero de la pluma que necesitaba a su vez de esa realidad de la “miseria humana porque la denuncia está íntima y estéticamente relacionada con el sensacionalismo, la indignación de las historias que vale la pena contar.”[6] Entonces, dice Terranova, tanto la crítica académica cuanto la periodística no están en condiciones de valorar a un autor que no estaba interesado en iniciar su propia “operación” para ingresar en la impostura intelectual de la cultura alta. Esta impostura que consiste en evaluar las canonizaciones desde la estética del romanticismo (la autoconstrucción del autor), el elitismo y el vanguardismo.
Aun cuando coincidimos con parte del análisis de Terranova, sobre todo con la existencia de una temática diferente en ambos autores, o por lo menos, tensiones diferentes en la misma temática, no alcanza con querer formar parte de la cultura alta para lograrlo: hay que explicar por qué ciertas tensiones narrativas son propias del canon y otras no. No constituye una buena respuesta a este problema, el del origen y la reformulación del canon apelar a los prejuicios de la academia, por el simple hecho de que esos prejuicios deben ser explicados. Así, la explicación de Terranova no logra superar los defectos que ya encontrábamos en Drucaroff. Para hacerlo, es necesario buscar el origen del canon en la misma estructura de clases que genera el conjunto de los fenómenos culturales.
¿Quién formula el canon?
El canon es un conjunto de normas y valores de clase corporizados en una nómina de escritores que los sintetizan a través de sus obras. Tiene por lo tanto, un origen de clase y, como tal, una historia que reproduce y se reformula siguiendo la historia de la clase que lo constituye. Está atravesado por todas las alianzas ideológicas, todas las victorias y todas las derrotas que esa clase ha sufrido. Va de suyo que el canon se reformula de tiempo en tiempo, incorporando y expulsando valores y por lo tanto, autores, obras o parte de ellas o bien, nuevas lecturas de esas obras. El canon es entonces, en un momento dado, el resumen de la historia de la lucha de clases en el campo de la literatura.
Roberto Arlt es un escritor de origen proletario que logra construirse un lugar en el campo de la pequeña burguesía intelectual a través del periodismo. Ocupa allí el nivel más bajo de un cuerpo que, por arriba, se vincula con la burguesía más encumbrada. En sus aspiraciones figura el problema típico de la época de esta capa social, ya presente en Payró[7] y recurrente en la historia de la literatura (Walsh[8], por ej.): “la liberación del artista”. El “artista” se encuentra encadenado a la tiranía de la necesidad, y debe ganarse la vida a la manera proletaria, escribiendo a pedido, por necesidad. Su condena es el periodismo. Pero esta reflexión es válida sólo para el “artista” proletario o pequeño burgués, no para el “consagrado” escritor aristocrático que vive de rentas (Mansilla, Laferrère, Cambaceres, Cané, Borges, Bioy Casares, las Ocampo). Aun así, la existencia de esta problemática no se explica sólo por esta diferencia de clase. Es necesario que el escritor proletario o pequeño burgués construya su literatura sobre esa contradicción. Se crea allí una tensión que refleja en la literatura los valores del autor. En Arlt, por seguir el ejemplo, esa temática se resuelve desde una contradictoria combinación de individualismo y conciencia de clase, que oscila entre el anarquismo y el comunismo: El juguete rabioso, Los siete locos, Los lanzallamas. Esa tensión, no alcanza aún si el escritor no escribe “bien”, es decir, expresando las condiciones técnicas de manejo de la lengua y las convenciones literarias que, históricamente, es decir, en un momento dado del desarrollo del arte, se consideran apropiadas. Esta conjunción genera una estructura literaria “bien” construida, que será objeto de reflexión por todo el tiempo que el problema que la genera se mantenga de una u otra forma. Los futuros lectores encontrarán en ella siempre algún aspecto, algún elemento que les “hable” directamente: ése es el secreto de los clásicos, estructuras dramáticas o narrativas potentes, bien construidas sobre problemas siempre vigentes.
Sin embargo, esa “vigencia” y esa “potencia”, universalizadas como todos los valores de la clase dominante, no pierden por eso su matriz de clase. Por eso, siempre le “hablarán” a unos más que a otros, o de una manera diferente. Arlt sólo entró en el canon de la literatura argentina cuando la fracción de la burguesía hegemónica hubo de compartir su lugar con otras fracciones. Se dio lugar a una reformulación del canon como producto de la lucha de clases: la fracción de la pequeña burguesía más ligada al proletariado, expresada en el Partido Comunista, es la que comienza la discusión del canon (Florida-Boedo) y la que concluye acercando a sus fronteras a Roberto Arlt. No resulta extraño por la cercanía político-intelectual pero también por los valores que su obra expresa y la forma en que lo hace. La incorporación de Arlt al canon, sin embargo, debe esperar a Contorno y su generación, cuyos miembros expresan y sienten mejor la literatura arltiana que el propio PC, en la medida en que es su propia literatura, porque es su problema y sus valores. Por esa vía, por la izquierda es que entra Arlt al canon en la medida en que la generación de Contorno es la que domina hoy el campo de la literatura y formula el canon. Que Arlt comparta ese territorio con Borges es una prueba de la reconciliación, bien que parcial y contradictoria, de la pequeña burguesía contornista y la aristocracia “sureña”. Es también, tal vez, una forma de explicar por qué Tuñón[9] permanece afuera, o incluso Walsh, aun cuando algún contornista todavía fiel al radicalismo de los ’60 (como Viñas), insista en reivindicarlo colocándolo incluso por encima del gran dios de las letras argentinas, Jorge Luis Borges.
Una hipótesis de investigación
Soiza es un escritor popular. Porque es un escritor populista. Un escritor populista es aquel que reflexiona sobre las “experiencias del pueblo”: para reflexionar sobre estos problemas hay que colocarse en ese campo, es decir, aceptar que ser un escritor proletario no está tan mal, que el núcleo de problemas dramáticos que se privilegia no son los problemas de la pequeña burguesía intelectual. En un caso así, por bien escrita técnicamente que esté esa literatura, no le hablará a la clase que construye el canon, quedando necesariamente afuera. Soiza tuvo dos momentos de “gloria”, coincidentes con gobiernos populistas, Yrigoyen y Perón. Difícilmente la aristocracia literaria canonizara a un populista. La caída de esa aristocracia no significó, sin embargo, que pudiera aspirar a la suerte de Roberto Arlt, porque su obra era demasiado “proletaria” para el gusto pequeño burgués radicalizado de los ’60. Escritor para las masas que no pretende ser burgués, populista conforme con su situación de proletario de las letras, Soiza podrá escribir dramas para “la gente común”, es decir, para el proletariado o para la pequeña burguesía sin pretensiones, podrá escribir literatura utilitaria, periodística, pero no podrá construir estructuras narrativas propias de una clase cuyas experiencias no comparte ni material ni ideológicamente.
La forma en que Arlt y Soiza enfrentan el conflicto que se establece entre la necesidad objetiva del trabajo asalariado y la producción artística, es diferente. Arlt no quiere asumir la proletarización de su trabajo pues mantiene las ilusiones pequeño burguesas de ascenso social por medio de la producción artística. Por el contrario, Soiza, en su populismo, se asume como obrero. De allí que la canonización de Arlt se haya producido de la mano de intelectuales pequeño burgueses que presentaban los mismos conflictos con relación a la producción artística que él. Arlt no podía ser canonizado en forma definitiva por el PC, sencillamente porque su autonomismo y su falta de militancia orgánica lo hacían difícil de manejar dentro de un partido. Esta es la razón por la cual el “conflicto Arlt” aparece en el cuestionamiento a Larra. Por eso mismo, los intelectuales de Contorno, con su política del “compromiso del arte” por fuera de la militancia en una organización, su actitud antipartido, su perfil autonomista, son aquellos que presentan ante el conflicto entre producción artística y lucha de clases, la misma conducta de Arlt. Por otra parte, los contornistas pequeño burgueses son los que ganaron una batalla política en el terreno académico a la burguesía que hasta ese momento construía el canon aristocrático. De la mano de la alianza en la lucha de clases con el proletariado, esa pequeña burguesía intelectual (simpatizante con el peronismo de izquierda y sin militancia orgánica) es que Arlt ingresa en el canon académico: como una batalla ganada al canon burgués. Es razonable entonces que hayan incorporado un autor afín con su ideología, tanto como por su pertenencia de clase. Con la derrota del proletariado revolucionario, del cual la pequeña burguesía contornista, entre otras expresiones de esa misma clase, pretendió constituirse en dirección y/o compañero de ruta, y/o cuadro de masas, quienes aspiraban a revolucionar el canon literario debieron exiliarse. A su retorno, sin embargo, lograron apropiarse de esa academia que les sirvió de base, finalmente, para completar esa renovación canónica interrumpida. Por esa misma derrota, que finalmente consagró a la pequeña burguesía contornista, el proletariado perdió, entre otras cosas, la posibilidad de incorporarse a la discusión de un nuevo canon. Con él desaparecen las posibilidades “canónicas” de autores como Soiza Reilly. Soiza no es un escritor revolucionario (no era socialista, era radical, yrigoyenista), pero en su literatura se encuentran tensiones dramáticas que un canon revolucionario podría reivindicar parcialmente algún día aunque más no sea por simpatía. Sin embargo, Soiza sólo podría acceder al canon de manera directa si el populismo lo formulara. No es extraño que la revista que inicia su “operación” se defina como una “revista K”. Para que esa operación tuviera éxito, el kirchnerismo debería tenerlo. Para que Kirchner triunfe, es necesario, paradójicamente, que la clase obrera fracase, porque eso es el populismo: la reivindicación de la clase obrera bajo la forma del triunfo burgués. Al pretender construir un canon populista, Tres Galgos se plantea participar de la reconstrucción de la hegemonía burguesa. Más que reivindicar a Soiza, es necesario construir un canon revolucionario sobre la rica experiencia de la izquierda revolucionaria argentina.
Estos párrafos, sin embargo, no pueden superar, por ahora, el plano de la hipótesis. Por interesantes que puedan resultar estas ideas, es necesario además que puedan probarse. Para ello, habría que reconstruir comparativamente las tensiones narrativas en las obras de Arlt y Soiza, sus trayectorias políticas y sus motivos ideológicos. Habría, también, que indagar acerca de la existencia o no de material para un canon revolucionario. Otros autores, ligados al trotskismo, al PC y al anarquismo, debieran entonces ser objeto de tanta o más atención que populistas como Soiza Reilly.
Bibliografía
AA.VV., Tres galgos, Nº4, “Soiza Reilly. ¡Arriba los corazones!”, Buenos Aires, setiembre de 2003.
Coggiola, Osvaldo; El trotskismo en Argentina, CEAL, Buenos Aires, 1988.
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Ludmer, Josefina; El cuerpo del delito. Un manual, Perfil, Buenos Aires, 1999.
Mazzeo, Miguel; Coocke, de vuelta, La Rosa Blindada, Buenos Aires, 2002.
Pozzi, Pablo; Por las sendas argentinas, EUDEBA, Buenos Aires, 2001.
Rot, Gabriel; Los orígenes perdidos de la guerrilla en la Argentina. La historia de Jorge Ricardo Masetti y el Ejército Guerrillero del Pueblo, El cielo por asalto, Buenos Aires, 2000.
Sartelli, Eduardo el al.: “El largo camino hacia el partido: las experiencias movimientistas y foquistas en la historia argentina”, en Razón y Revolución nº 10, primavera de 2002. Véase en particular, “La revolución latinoamericana: ¿el giro foquista del morenismo?” de Grenat, Stella.
Slatman, Melisa: “Memoria y balance. El programa del Movimiento de Liberación Nacional a la luz de sus documentos”, en Razón y Revolución nº 13, invierno de 2004.
Tarcus, Horacio; El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, El cielo por asalto, Buenos Aires, 1996.
[1] Juan Terranova, “El escritor perdido”, p.p.13-28.
[2] Elsa Drucaroff, Arlt: profeta del miedo, p.292.
[3]El lector desprovisto de resentimiento derechista puede consultar las siguientes obras: Tarcus, Horacio: El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, El cielo por asalto, Buenos Aires, 1996; Coggiola, Osvaldo: El trotskismo en Argentina, CEAL, Buenos Aires, 1988; Pozzi, Pablo: Por las sendas argentinas, EUDEBA, Buenos Aires, 2001; Mazzeo, Miguel: Coocke, de vuelta, La Rosa Blindada, Buenos Aires, 2002; Rot, Gabriel: Los orígenes perdidos de la guerrilla en la Argentina. La historia de Jorge Ricardo Masetti y el Ejército Guerrillero del Pueblo, El cielo por asalto, Buenos Aires, 2000; Sartelli, Eduardo el al.: “El largo camino hacia el partido: las experiencias movimientistas y foquistas en la historia argentina”, en Razón y Revolución nº 10, primavera de 2002. Véase en particular, “La revolución latinoamericana: ¿el giro foquista del morenismo?” de Grenat, Stella, en el dossier recién citado.
[4]Este ensañamiento gratuito puede verse en su examen del “episodio Larra”: según Drucaroff, el PC tiene razón cuando descalifica a Larra por haber reivindicado a Arlt porque Arlt, en última instancia, no es más que un pequeño burgués filofascistoide; al mismo tiempo, se trata de una organización autoritaria y filofascistoide porque no aceptan la operación de Larra. Si levantan a Arlt es lógico porque son machistas y conservadores fracasados y si no lo hacen también es lógico, porque son autoritarios y fascistas: palos porque bogas, palos porque no bogas.
[5]Slatman, Melisa: “Memoria y balance. El programa del Movimiento de Liberación Nacional a la luz de sus documentos”, en Razón y Revolución nº 13, invierno de 2004.
[6]Op.cit., nota 1, p.25.
[7]Ver en el nº 13 de RyR, “Payró y la génesis del intelectual de izquierda” por Mara Soledad López.
[8]Estamos pensando particularmente en el cuento “Nota al pie”.
[9]Por estos días, la figura de Tuñón está siendo objeto de maniobras en este sentido (junto con las de Berni y Pugliese) que merecen un análisis detenido. Es probable que el Tuñón del Frente Popular tenga más suerte, gracias al acercamiento del PC al kirchnerismo, que el del período clase contra clase. Su reivindicación será entonces, el resultado de una amputación significativa.
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