"-¿El abuelo de Juan Moreira?"
-Sí, señora. Es el apodo de un infeliz amigo mío. Hace poco tiempo perdió la razón. Actualmente tendrá 50 años. Es muy rico. En el manicomio ocupa un departamento especial. Allí vive como en su casa. Oyéndole hablar, parece cuerdo... Por desdicha su demencia es incurable. Vivirá poco tiempo. Los médicos lo han dicho... ¡ Pobre abuelo!
"-i El abuelo de Juan Moreira!" Es gracioso... ¿Y cuál es el origen de ese apodo?
-Su parecido físico con Juan Moreira. Su cabeza es idéntica a la del clásico tipo criollo, con la diferencia de que tanto la barba como la cabellera, no son negras ni rubias, sino blancas. En su juventud, sus amigos le llamaban "'Juan Moreira", a secas…Luego, le ampliaron el apodo. Ocurrió que de un susto, el cabello se le puso blanco. Blanco completamente. A los 25 años demostraba tener más de 60... Desde entonces, sus compañeros lo llamaron, por broma, "El abuelo de Juan Moreira".
-¿Y cómo se enloqueció?
-Del modo más humano, señora. Tenía una sola hija. ¡Qué chica deliciosa! Se llamaba Irene. La conocí en Europa. Se paseaba con él. Siempre del brazo. Eran como dos novios... El viejo iba orgulloso de llevar una reina a su derecha... Su viudez, hacía de aquella hija, el único ideal de su existencia. ¡Irene! Me parece que todavía la veo, con su trajecito blanco. Sonriendo siempre bajo su elegante sombrero chato, lleno de crisantemos... ¡Qué linda estaba! Su padre, la complacía en todo... ¡Hasta en lo que ella misma no deseaba!... Para satisfacer uno de los pocos deseos de Irenita, le compró una máquina de cinematógrafo. Era un aparato de los más perfeccionados. Lo llevaba a todas partes como un Kodak. En dos monumentos y sitios famosos de las ciudades célebres, impresionaba películas tratando de que en ella apareciera siempre, y en primer término, su hija... La había retratado en todas las formas. En todos los paisajes. En todas las actitudes... Paseando por los bulevares de París. Cruzando la plaza de San Pedro, en Roma. En la puerta del Duomo, de Milán. Arrojando maíz a las palomas de San Marcos, de Venecia. Además, en góndolas... En la catedral de Burgos. En la plaza de toros de Madrid. En la ventanilla de un tren. En la cubierta de un buque... En todas partes ella aparecía... Siempre real. Viva. Sonriente... -----------------
Una noche, en París, "el abuelo de Juan Moreira" invitó a varios americanos para que presenciáramos la exhibición de algunas de esas películas, donde Irenita aparecía con su belleza alegre y deslumbrante. El viejo gozaba viéndola en la tela. Ella, en imagen, iba y venía, y saludaba y reía, desapareciendo de pronto para surgir de nuevo frente al objetivo...
Poco tiempo después hicieron su regreso a Buenos Aires. En el viaje, Irene se enfermó. Primero fue un resfrío. Luego un catarro. Después una pulmonía. Al llegar a tierra, los médicos aconsejaron el último remedio para la tuberculosis: "las sierras de Córdoba". Y, como era natural, allí murió... "El Abuelo de Juan Moreira", sufrió horriblemente. Pero, en su formidable dolor halló un consuelo. Pensó que si la muerte, le había arrancado a su hija, él la conservaba llena de realidad y de vida ficticia, pero eterna, en las cintas de su cinematógrafo. Se encerró en su casa, con su linterna, sus películas y la blanca tela para las proyecciones. Permaneció encerrado cuatro meses, haciendo funcionar continuamente su máquina. En todos los momentos quería contemplar a su hija... Así, mientras ella dormía en la frialdad del cementerio, él la veía aún llena de vida, sonriendo y saludando, con su traje blanco y su lindo sombrero... Estaba muerta, sí. Pero él la veía pasear, alegre, encantadora, florida de belleza y de salud. La veía en los bulevares, en París, en Roma, en Milán, en España y hasta en el buque que los había traído a Buenos Aires... La veía allí, en la tela. Pero, nada más. Nada más que en la tela... Y al contemplarla, así, tan humana, creía en una resurrección, y se arrojaba sobre la temblorosa imagen, gritando: '' Irene, Irene, Irene..." ----------------
Un día hallaron al "Abuelo de Juan Moreira" desmayado al pie de su máquina. Cuando volvió en sí, estaba loco... Desde esa tarde, su manía consiste en creer que todo cuanto objeto toca se transforma en un aparato cinematográfico. Está en el manicomio. Anoche, cuando estuve a verle, le llevaron una taza de caldo. La tomó en las manos y creyendo que era su máquina, comenzó a mover una manija imaginaria para que circulara una película, también imaginaria:
"Ahora le voy a mostrar a usted -me dijo-, una cinta en donde Irene me tira un beso desde la ventanilla de un tren, en Niza... Allí está. Véala usted. Véala..."
Y me señalaba la pared. Miré por complacerlo. En el triste muro de aquella salita de hospital, sólo vi la imagen de un Cristo con los brazos abiertos…
-Sí, señora. Es el apodo de un infeliz amigo mío. Hace poco tiempo perdió la razón. Actualmente tendrá 50 años. Es muy rico. En el manicomio ocupa un departamento especial. Allí vive como en su casa. Oyéndole hablar, parece cuerdo... Por desdicha su demencia es incurable. Vivirá poco tiempo. Los médicos lo han dicho... ¡ Pobre abuelo!
"-i El abuelo de Juan Moreira!" Es gracioso... ¿Y cuál es el origen de ese apodo?
-Su parecido físico con Juan Moreira. Su cabeza es idéntica a la del clásico tipo criollo, con la diferencia de que tanto la barba como la cabellera, no son negras ni rubias, sino blancas. En su juventud, sus amigos le llamaban "'Juan Moreira", a secas…Luego, le ampliaron el apodo. Ocurrió que de un susto, el cabello se le puso blanco. Blanco completamente. A los 25 años demostraba tener más de 60... Desde entonces, sus compañeros lo llamaron, por broma, "El abuelo de Juan Moreira".
-¿Y cómo se enloqueció?
-Del modo más humano, señora. Tenía una sola hija. ¡Qué chica deliciosa! Se llamaba Irene. La conocí en Europa. Se paseaba con él. Siempre del brazo. Eran como dos novios... El viejo iba orgulloso de llevar una reina a su derecha... Su viudez, hacía de aquella hija, el único ideal de su existencia. ¡Irene! Me parece que todavía la veo, con su trajecito blanco. Sonriendo siempre bajo su elegante sombrero chato, lleno de crisantemos... ¡Qué linda estaba! Su padre, la complacía en todo... ¡Hasta en lo que ella misma no deseaba!... Para satisfacer uno de los pocos deseos de Irenita, le compró una máquina de cinematógrafo. Era un aparato de los más perfeccionados. Lo llevaba a todas partes como un Kodak. En dos monumentos y sitios famosos de las ciudades célebres, impresionaba películas tratando de que en ella apareciera siempre, y en primer término, su hija... La había retratado en todas las formas. En todos los paisajes. En todas las actitudes... Paseando por los bulevares de París. Cruzando la plaza de San Pedro, en Roma. En la puerta del Duomo, de Milán. Arrojando maíz a las palomas de San Marcos, de Venecia. Además, en góndolas... En la catedral de Burgos. En la plaza de toros de Madrid. En la ventanilla de un tren. En la cubierta de un buque... En todas partes ella aparecía... Siempre real. Viva. Sonriente... -----------------
Una noche, en París, "el abuelo de Juan Moreira" invitó a varios americanos para que presenciáramos la exhibición de algunas de esas películas, donde Irenita aparecía con su belleza alegre y deslumbrante. El viejo gozaba viéndola en la tela. Ella, en imagen, iba y venía, y saludaba y reía, desapareciendo de pronto para surgir de nuevo frente al objetivo...
Poco tiempo después hicieron su regreso a Buenos Aires. En el viaje, Irene se enfermó. Primero fue un resfrío. Luego un catarro. Después una pulmonía. Al llegar a tierra, los médicos aconsejaron el último remedio para la tuberculosis: "las sierras de Córdoba". Y, como era natural, allí murió... "El Abuelo de Juan Moreira", sufrió horriblemente. Pero, en su formidable dolor halló un consuelo. Pensó que si la muerte, le había arrancado a su hija, él la conservaba llena de realidad y de vida ficticia, pero eterna, en las cintas de su cinematógrafo. Se encerró en su casa, con su linterna, sus películas y la blanca tela para las proyecciones. Permaneció encerrado cuatro meses, haciendo funcionar continuamente su máquina. En todos los momentos quería contemplar a su hija... Así, mientras ella dormía en la frialdad del cementerio, él la veía aún llena de vida, sonriendo y saludando, con su traje blanco y su lindo sombrero... Estaba muerta, sí. Pero él la veía pasear, alegre, encantadora, florida de belleza y de salud. La veía en los bulevares, en París, en Roma, en Milán, en España y hasta en el buque que los había traído a Buenos Aires... La veía allí, en la tela. Pero, nada más. Nada más que en la tela... Y al contemplarla, así, tan humana, creía en una resurrección, y se arrojaba sobre la temblorosa imagen, gritando: '' Irene, Irene, Irene..." ----------------
Un día hallaron al "Abuelo de Juan Moreira" desmayado al pie de su máquina. Cuando volvió en sí, estaba loco... Desde esa tarde, su manía consiste en creer que todo cuanto objeto toca se transforma en un aparato cinematográfico. Está en el manicomio. Anoche, cuando estuve a verle, le llevaron una taza de caldo. La tomó en las manos y creyendo que era su máquina, comenzó a mover una manija imaginaria para que circulara una película, también imaginaria:
"Ahora le voy a mostrar a usted -me dijo-, una cinta en donde Irene me tira un beso desde la ventanilla de un tren, en Niza... Allí está. Véala usted. Véala..."
Y me señalaba la pared. Miré por complacerlo. En el triste muro de aquella salita de hospital, sólo vi la imagen de un Cristo con los brazos abiertos…