CUATRO PINCELADAS PARA CREAR EL PERSONAJE

 AVENTURAS DE TARTARÍN MOREIRA
CAPÍTULO I



-¿Conoce usted al doctor Tartarín Moreira?
-No.
-Es raro. Tartarín Moreira es un muchacho ilustre. Su abolengo es sonoro. Por línea materna desciende de una vieja familia de Tarascón. Familia muy famosa en aventuras terribles. Por la línea paterna desciende de la no menos famosa familia de Moreira, en la cual, según dicen, hubo un Juan muy valiente.
-¡Ah! ¿Entonces?...
-Sí. Es pariente de Juan Moreira (1) y de Tartarín de Tarascón.(2) ¿Le parece extraño? Pues es muy natural...
-¡Cómo!
-Sí, amigo. Hace tiempo que vino de Francia un sobrino de Tartarín. Se radicó como vago en la República Argentina. Lo primero que hizo, al pisar tierra porteña, fue decirle a un agente de policía que él era hijo del sha de Persia... El agente se rió. Lo miró desde la gorra hasta las botas. Volvió a reírse. Enseguida lo tomó de un brazo y lo llevó a la Policía. De allí lo pasaron al Manicomio. En el hospicio pudo probar que efectivamente era loco, y por eso lo pusieron en libertad... Se fue a una estancia ubicada al sudoeste de la provincia. Empezó a trabajar como peón. Por allí el célebre Juan Moreira había realizado sus heroicas hazañas. [Nada menos que Juan Moreira, el maestro de la daga, del trabuco y del facón! Pero ya no existía... Vicenta, la esposa de Moreira, también había muerto. Juancito, el hijo, tampoco vivía... De la ilustre familia sólo quedaba una morochita digna de su apellido. Era hija de Juancito Moreira. Cuando el sobrino de Tartarín la vio, enamoróse de ella. Y, como en el campo el amor y el casamiento son cosas que se confunden, el sobrino de Tartarín se casó con la nieta de Moreira. Hubo un hijo. Este hijo se casó con la hija de un puestero italiano que afirmaba ser conde y ambos tuvieron una larga familia... De la mezcla de estas razas diversas -Tartarín, Moreira y Cocoliche— surgió el temperamento original del joven abogado Tartarín Moreira... ¿Quiere usted conocerlo? Es un caballero de veintitrés años, muy elegante, muy moderno. Tiene títulos universitarios. Habla en francés. Es rico. Tiene caballos, reses y mujeres. Es muy Tartarín y muy Moreira... ¡Qué casualidad! Allí viene...

 Y mi inseparable amigo Juan Pérez me lo presentó. Cuando Tartarín Moreira supo que yo colaboraba en El Eco de las Mercedes y que era socio de "La Tachuela", me felicitó. Escupió por el colmillo. Se puso unos guantes color perla. Me prodigó elogios merecidos. Aplaudió mis gestos más insignificantes. Celebró mis chistes. Y, cuando pensé que me iba a pedir algo, me ofreció su casa. Como no acostumbro a visitar gente decente, no fui a verlo. Pero casi todas las noches nos encontrábamos en los cafés donde la muchachada se reúne para "meter bochinche"... Cada vez que me veía, se me aproximaba. Con explosiones de cariño felicitábame por los brillantes artículos literarios que yo no había escrito aún y me ofrecía nuevamente su casa... Como es natural, tantas galanterías concluyeron por ablandar mi resistencia y al fin lo visité... Cuando me vio penetrar en su casa, yo creía que me iba a matar. Fue tal el entusiasmo que le produjo mi presencia, que rompió el espejo de su lavatorio y, después de tirar tres balazos al aire, le pegó a su mucamo una bofetada por no haberle dicho con anticipación que era yo el visitante... El doctor Tartarín estaba en mangas de camisa. Alistábase para concurrir a un baile de máscaras. Mientras se peinaba los bigotes, me invitó a que lo acompañara.
-¡Venga, compañero! No sea tonto. Le aseguro que se va a divertir. Irá toda la muchachada. Hemos comprado a los guardias. Apagaremos las luces y nos robaremos unas cuantas costureritas... ¿Se da cuenta?
  
¡Es claro! Yo me daba cuenta... Y ante la perspectiva de aventuras tan sabrosas, realizadas en compañía de un hombre como Tartarín, acepté enseguida. Me prestó un dominó igual al de él y salimos... Llegamos al local donde la sociedad "Estrella Matutina" daba un baile de máscaras. En la puerta, Tartarín era esperado por una patota deliciosa. Cada uno de aquellos muchachos era un tigre. ¡Qué ricos tipos! Todos estaban borrachos... Tartarín, que también había bebido caña inglesa -whisky-, me presentó como director de El Eco de las Mercedes y ninguno me "tomó para la farra". Después supe que todos aquellos jóvenes eran parientes de Tartarín...
Entramos. La comisión organizadora de la fiesta nos saludó con una inclinación de levitas, jacquets y fracs, dentro de los cuales creí notar la presencia de algunos almaceneros, tenderos, lecheros, etc. El salón ofrecía un bello aspecto. Las mascaritas estaban alegres. Eran muchachas y jóvenes del pueblo. Trabajadores que iban a gastar un poco de alegría, de amor, de olvido...
Al entrar, Tartarín, con gran misterio, nos indicó la forma en que debíamos iniciar el escándalo. Yo estaba loco de contento. Al fin iba a poder disfrutar de una fiesta aristocrática. ¡Figúrense ustedes! ¡Una juerga en compañía de Tartarín Moreira y su patota! Todas aquellas costureritas y todos aquellos dependientes de tienda y de almacén que bailaban felices iban a tener que disparar bajo el peso de nuestro bochinche... Por eso, cuando antes de la madrugada Tartarín hizo la señal convenida, yo temblé de placer. Los parientes de Tartarín empezaron a cumplir su misión. Mientras unos trataban de apagar las luces a trompadas, otros descerrajaban tiros sobre los espejos. Algunos arrojaban sillas por el aire, a la vez que las niñas se desmayaban. Unos corrían de un lado al otro del salón saltando por encima de las mujeres. Muchos arrancaban a tirones las polleras de las pobres máscaras, mientras la mayoría, presa de un entusiasmo de Tartarín y de un valor de Moreira, acuchillaba el cuero de los sillones, el papel de las paredes y los vidrios de puertas y ventanas. Entretanto el doctor Tartarín Moreira habíase apoderado de una docena de botellas de cerveza y las iba vaciando, una a una, dentro del piano, pues el director de orquesta habíase fugado. ¡Qué loco!... De repente, entró la policía. En el salón sólo quedábamos los de la patota. Después de una breve corrida y entre gritos salvajes, el valeroso Tartarín Moreira y todos sus parientes, incluso yo, fuimos llevados a la comisaría. Nos metieron en un calabozo hasta la mañana siguiente en que, gracias a la recomendación de un ministro, pariente del doctor Tartarín, nos pusieron en libertad.
  
Por la noche me encontré en el café con Tartarín y sus amigos. Supuse que estarían lamentando el fracaso de su bochinche. Me aproximé al grupo para lamentarme con ellos. Pero ¡oh, sorpresa! La primera cosa que Tartarín me dijo fue:
-¡Hola, amigo! ¿Cómo le va? Estábamos hablando de la juerga de anoche... ¡Cómo nos hemos divertido! ¿Quiere venir esta noche? ¡Vamos a correrla otra vez!
 
(1) Novela argentina de Eduardo Gutiérrez. (N. del autor)
(2) Novela francesa de Alfonso Daudet. (N. del autor)