Por Fany Postan
“Tiene hojitas, pero se van abajo. Eso de estar sacándole las hojitas al té… no suelo hacerlo”. Juan y yo sentados, una frente al otro en una mesa de estudio. El velador iluminándonos, aunque todavía es de tarde. Una música instrumental acompaña las palabras y los silencios. “Es cierto, se van abajo directo”, contesto.
Juan Meneguín es poeta concordiense, autor de “Cantos apocalípticos” (1987), “Ragas en la niebla” (1991) “Papel españa” (1996), “Religión de Misterios” (1999), “Ragas” (2006) y “Cuando mi padre comía flores y otros poemas” (2012). Además es motoviajero, constructor de telescopios, aficionado a la astronomía y, en sus palabras, un “aceptable melómano”. A mi mensaje de audio convocándolo a esta entrevista, respondió que sí y propuso que nos juntáramos en una conversación previa, ese mismo día en su casa de calle Sarmiento. Por su curiosidad parecía que él me iba a entrevistar a mí, y eso me dio la confianza para desplegar mi propia curiosidad. Hacia el final del encuentro me prestó un ejemplar de Ragas, que luego me comí con la naturalidad con la que su padre comía flores (dato que me enteraría después leyendo poemas de su último libro). También me dio la pista por donde yo encararía la entrevista una semana después:
Me quedé con esto que me contabas el otro día de que debería haber terapeutas para poetas. (Risas) Porque te preguntan, “¿Así que a vos te gusta escribir? ¡Escribo! Es lo que hago.” Como si la vida misma fuera escribir… De eso me gustaría que hablemos.
Hay quienes dicen que escribir es una necesidad, otros dicen que es una urgencia, un estado emergente de la mente, de la psiquis, del alma… de eso que no sabemos muy bien cómo llamar todavía, pero bueno, acá adentro. Una compulsión, una búsqueda. Hay otros que dicen que es una exploración, de sí mismo y de la lengua, trasuntada en la expresión particular que es el lenguaje. Hay otros que dicen que es la búsqueda de una dimensión superior, mayor, una realidad otra. El arte mismo también, en todas sus manifestaciones, es coincidente en eso, en buscar el infinito o una reunión con el cosmos. En mi caso particular, yo siento que solamente me completo cuando escribo, mientras tanto vivo incompleto, y hace ya tiempo que vivo incompleto porque hace ya tiempo que escribo muy poco. Siempre fui una persona de escribir de esa manera, no tener urgencia en dar a conocer los trabajos o publicar, sino más bien la desesperación por lograr una expresión que me represente a mí mismo, de modo tal de poder decir acá esta Meneguín o esto es palabra de Meneguín. Que es más o menos lo que todos queremos, tener una palabra que nos represente en un futuro determinado. Un verso que nos salve del olvido. Es decir, muchas veces tenemos recuerdos de hombres y mujeres que escribieron hace miles de años por un verso que ha sobrevivido a ellos, y de ellos no sabemos absolutamente nada. (Risas) Es terrible, ¿no? Pero bueno, así debería ser también ¿no? Parece que el arte es eso en cierta manera.
Cuando vos decís Meneguín en tercera persona me suena a que el reconocimiento viene de un otro. ¿Pero como es tu conexión con el poema? ¿Cuándo sabés que está listo, que te representa?
Es una percepción no intelectual, vos sabés que el poema está. Se expresa solo. Dice “acá estoy”. El texto sale solo a caminar. No podés hacer nada más. Después de estar corrigiendo, corrigiendo y corrigiendo, llega un momento en que ya está. Hay veces en que puede surgir de una corrección o de muy poquitas, y hay veces que lleva más tiempo. Yo soy bastante furioso con el tema de la corrección del verso (…) Y así mismo se me escapan errores muchísimas veces. Pienso “Acá hay algo que no me cierra, no me cierra, acá hay un error poético”, y a veces es otra persona quien lo lee y dice “saca esta palabra”.
Hablaste de reconocimiento y me pregunto si eso estaba al comienzo de tu escritura o si es una idea que apareció después. Y con esto me interesa preguntarte qué había cuando empezaste a escribir.
Cuando yo empecé a escribir no tenía idea de lo que estaba haciendo, era algo tan intuitivo, tan intuitivo, tan intuitivo que no permitía un análisis de carácter intelectual acerca de eso. Salvo una representación de una voz personal y una búsqueda de transmisión de contenidos que en esos años me atrapaban mucho. Pero no, nunca había hecho reflexiones acerca de la poesía y menos aún de la poesía que yo estaba haciendo. Yo me vi como poeta, sentí que yo no estaba jugando ni escribiendo versitos, recién al tiempo de publicarse mi primer libro. Recién ahí pude decir que era un poeta maduro, porque ya hace muchos años que estaba escribiendo, por lo menos 12, 15 años. Generalmente el pecado que se comete es el primer libro, se escribe el primer libro y hay gente que lo tira al pozo, otros que lo prenden fuego y otros que lo esconden porque le da vergüenza. Yo no sentí eso, sentí que se publicó un libro y que el libro valía por sí mismo. Entonces sentí que mi identificación con la poesía era algo verdadero, y al final definitivo. No era una cosa pasajera.
En esos primeros años, ¿sentís que había una sensibilidad especial tuya que te llevaba a escribir?
Yo no sé lo que sentía, andaba muy náufrago, no te puedo decir por qué. Quería pintar o dibujar o hacer música y fui un fracaso como estudiante de música. Quería estudiar astronomía pero era muy malo en matemática, y andaba siempre en la neblina, perdido… Tal vez a todos nos pasó igual pero yo lo viví de manera muy fuerte. Mi refugio era la lectura y la escritura, escuchar música también, por supuesto… Me gusta mucho. Vivo en un ambiente sonoro. Pero puede ser que en aquellos años hubiera sentido que mi expresión era la palabra.
Recuerdo que me prestaban los fines de semana, en la oficina donde trabajaba mi padre, una máquina de escribir. Yo había conseguido bobinas de papel de fiambrería, ese papel gris. Las había cortado a serrucho al tamaño de las 80 columnas de la máquina. Entonces ponía el papel en el piso, lo pasaba por el carro de la máquina y escribía ahí. Había inventado el formulario continuo sin saber que iba a existir años más tarde. Era poesía continua, nunca paraba. Eso era en la adolescencia te aclaro, cuando era un gurí. O bien, escribía en un pizarrón chiquito. Pasaba de la máxima extensión a la máxima brevedad. Y el pizarrón es fantástico para escribir porque la dimensión espacial te obliga a comprimir. Entonces no podés usar adjetivos sonsos en un espacio tan chico, estás quitándole lugar a otra palabra. Después hacía el camino inverso, me iba de la gran síntesis a la máxima explosión de la lengua, entonces buscaba llenar el espacio de palabra en esos formularios continuos. Después fui periodista y trabajaba en los diarios, entonces descubrí que las teletipos usaban esos rollos, que no lo había inventado yo, lo habían inventado otros antes.
Esos fueron hermosísimos fines de semana, noches largas de invierno en épocas tristes, grises como fue la época de los ´70. Me quedó el amor por la máquina de escribir y por escribir a lápiz o pluma. Creo que es un gravísimo error escribir en computadora. Uno, si es posible, tiene que escribir a mano o a máquina porque el proceso mental tiene ese ritmo de la tecla que golpea. Si la corriente eléctrica son 60 ciclos por segundo, el ritmo mental, la frecuencia del cerebro son 12 ciclos por segundo más o menos, el ritmo en que uno escribe tiene la frecuencia del pensamiento, y el ritmo con que uno escribe a mano y la caligrafía que uno usa al escribir tienen ese ritmo, que es personal y único, por eso no hay dos personas que escriban parecido a mano o con la misma caligrafía, es imposible, son como las huellas digitales. La cursiva nuestra, por ejemplo, es una caligrafía que tiene un ritmo oscilante muy apto para la escritura de poesía. Por eso uno tiene que escribir a mano…
Y en cursiva…
Y en cursiva. Una computadora no sirve para escribir poesía, sirve para escribir notas periodísticas, pero no para escribir poesía. Los antiguos chinos decían que todo papel era sagrado porque la letra es sagrada. Entonces la costumbre es que si uno encontraba un papel escrito en el suelo no lo pisaba porque de alguna manera estaba profanando la escritura. Uno rompe un papel escrito y lo tira a la basura. Siempre tuve yo esa sensación de destruir algo que es sagrado. Es la tecnología más avanzada que conoció el ser humano a lo largo de toda esa historia.
Pienso en el Maestro Ignorante, de Rancière, que habla del libro como herramienta de emancipación…
El libro ha democratizado el conocimiento. Lo describió muy bien Marshall McLuhan, el pensador canadiense que escribió La galaxia Gutenberg. Todos fueron a buscar libros para traducir. Ya venían traduciendo del griego, del árabe, de las lenguas orientales, y los fueron a imprimir. Imaginate que la biblia fue el primer libro de difusión masiva. Empezó el fin de la iglesia como poder absoluto en la tierra a partir de que la gente podía leerla.
¿Hay momentos hitos en tu vida como poeta?
Momentos que recuerde hay muchos, alguna vez que obtuve un mérito, o que fui invitado a un encuentro importante o conocí otros poetas importantes. Momentos satisfactorios en lo personal. No puedo decir soy un poeta que me ha ido mal o que me voy a sentir frustrado, me parece tonto pensar en esos términos. Sí sabemos que no hay una lectura de poesía, que el arte es algo que está muy bastardeado y ninguneado, y en sociedades como la nuestra eso es más evidente, más fuerte. En un momento me preocupó. Después dejé de darle importancia, en realidad no tiene la más mínima importancia. La gente no va a leer más o menos poesía porque vos seas más conocido.
Es una entrega que una hace sin saber si te van a leer o no te van a leer…
Uno espera siempre que lo lean, pero la poesía es una forma difícil. Hoy está de moda la novela y sobre todo si la novela es mala de calidad y el libro es gordo para leer todo el verano. Pero eso no significa que la poesía vaya a desaparecer. Por el contrario, está muy viva. Por sus propias características no se puede vender. La poesía no se vende. Es muy difícil que un autor sea un bestseller en poesía. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que leíamos los poemas de Neruda en un afiche en la peatonal de Concordia? 35 o más, 45. Son géneros artísticos y lenguajes que cada vez se están volviendo más exclusivos, ¿no? No sé si más elitistas pero si requieren un lector más avanzado, que antes existía pero hoy ya no existe. ¿Quién lee hoy en día? Ni la guía de teléfono existe más. Es un problema que tiene que ver con la crisis de la lectura. Si pensamos en un libro, en la escritura, en autores de profesión o en el hecho de leer, estamos haciendo arqueología del futuro.
Dicen que para leer poesía se necesita estar en un estado especial de espíritu. ¿Qué pensás sobre eso?
Puede ser que haya autores que te obliguen a eso. El lenguaje propio de la poesía obliga otra lectura. Me refiero a que cuando leemos vulgarmente estamos usando una capacidad discursiva de la lectura, una oración con sujeto, predicado, complemento, etc., que nos transmite un contenido o un significado trasparente determinado. El lenguaje de la poesía no es eso. Obliga a uno a cambiar la percepción del fenómeno de la lectura y estar sujeto a una musicalidad, a otro significado, a una palabra que tiene otros valores. Y bueno, hay autores que pueden ser más complejos inclusive para quienes tenemos la práctica de leer poesía, imaginate lo complejo que puede llegar a ser. Y no por eso dejan de ser grandes poetas. Entre 20 poemas de amor y una canción desesperada a los poemas de Lezama Lima hay un mundo abismal de diferencia. Es mucho más fácil leerlo a Neruda que a Lezama Lima. No por eso Lezama Lima es un poeta menor, al contrario, fue uno de los grandes poetas de la lengua. Muchas veces hay poetas para poetas, y nos encontramos con que grandes poetas de la historia de la literatura han sido poetas de poetas, no han sido poetas popularmente conocidos.
Alicia Genovese, en sus clases de Poesía en la carrera de Artes de la Escritura de la UNA, habla de que las poetas, los poetas por lo general tenemos un tema. No significa que sea claro pero sí un algo que vuelve. ¿Qué pensás al respecto?
Puede ser sí, en todas las artes es así. Siempre trabajamos un tema. Ese tema influye mucho en lo que después va a ser un estilo, la manera de escribir, la manera de cantar que uno tiene. Muchas veces el tema es ambiguo, casi etéreo, y otras veces es muy fuerte. El asunto es saber en qué momento el tema te supera y en qué momento vos lo manejas. Si el tema te supera desgraciadamente el primer conflicto que encontramos es que empezamos a copiarnos, y ya podemos decir pocas cosas nuevas con respecto a lo que escribimos. Y otro problema es una obturación por escribir de otra manera, por tener otro lenguaje, otra búsqueda. Yo siempre tuve un poco la angustia de pensar que lo que estoy escribiendo no es algo que se repite en imágenes, en palabras o en el estilo de las cosas que yo ya he dicho.
Para hacerte una comparación: es como que vos escribas versos de arte mayor y solamente de arte mayor. Y en un momento determinado escribís versos de arte menor. Son dos maneras de expresión hasta contrastantes. Es la comparación que te hacía con el pizarrón. Ahora, si solamente escribís versitos, nunca vas a comprender lo que es la expansión del lenguaje, la explosión, la intemperie del lenguaje. Muchas veces vos mirás esa escritura, mirás esa poética y te das cuenta de que no escriben versos, escriben líneas. Y un verso no es una línea. Ni un verso es cuatro o cinco líneas. Un verso es una unidad de forma, de musicalidad, de ritmo y de sentido, es una idea poética. El verso es una unidad en sí mismo. La poesía no son versitos, la poesía es poesía. Esa es la orfebrería, la artesanía de trabajar la poesía. Cuando Neruda dice: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”, hay algo que te pegó en la cabeza y no te lo olvidás nunca más en tu vida. Te preguntás por qué una expresión hasta cotidiana se vuelve algo inolvidable. Una cosa tan genial y tan obvia como haber cambiado la circunstancia de lugar. Si hubiera escrito “Esta noche puedo escribir los versos más tristes” hubiera sido una tontería atroz. Pero era Neruda. Entonces puso la circunstancia de tiempo al final, “Puedo escribir los versos más tristes ESTA NOCHE”. Esa es la genialidad. Eso es trabajar el verso.
Me habías hablado de lo vital que es para vos el hacer con las manos…
Y sí, el arte es una manera de hacer con las manos. El trabajo con las manos es bastante gráfico, representativo del hacer, del hecho de crear, de lo creador… como el que trabaja con barro, el que toma la materia y la amasa, la mezcla, la ablanda, la combina para producir la pieza. ¿Cuánto tiempo lleva todo eso? Los antiguos chinos amasaban el barro para que la tercera generación recién cocinara la cerámica.
Wow. ¡Qué loco! Era un trabajo transgeneracional. Llevándolo a la poesía, ¿sentís que hay algo de un trabajo transgeneracional?
Puede ser que haya a través del tiempo una reconstrucción y una escritura incesante de una palabra que muchos años atrás, inclusive milenios… Vos fijate un verso fundacional, fundamental, original como el primer verso del Génesis. En el principio… Parece como que se cortó en un momento, se fue la onda, se fue la señal y volvió, y dijo: En el principio. Qué cosa más genial, maravillosa. (…) La biblia no es un libro esperado, es un fruto de la cultura, la profunda cultura del ser humano. No podemos pensar en un solo poeta, fueron varios poetas los que trabajaron en eso, se fue modificando por tradición oral hasta que alguien lo escribió.
Hay un verso de los Upanishad: “En el comienzo todos estos mundos nacen de ti.” Todos estos mundos nacen de ti. Es un mantra que se repite constantemente. ¿Quién lo escribió? ¿Quién tuvo el rapto tan genial de ver en que en la mente de uno nacen los mundos, las estrellas, el cosmos, los agujeros negros, las nebulosas oscuras…? Y en segunda persona además. No en mi mente nacen estos mundos, sino en tu mente. Es decir, uno está creándolo a dios, es al revés, dios no nos creó a nosotros, nosotros lo estamos creando a dios, nosotros estamos creando a ese ser absoluto perfecto que todavía es bastante imperfecto. Te imaginas vos, estamos hablando de que milenios atrás alguien puede haber escrito algo que recién ahora, a partir de la física cuántica, empezamos a pensar… en la posibilidad de que pudiera existir otra cosa que no sea la muerte como tal. Eso es lo que hace la poesía.
“En el principio la luz, y la hora primera en que los labios en el barro prueban las cosas del mundo”. Elytis retoma el génesis, pero fijate vos que genial, maravilloso. El primer sabor que sentimos en los labios es la tierra, la tierra de la cual salimos y a la cual vamos a volver. Tener la conciencia del sabor de la tierra. La creación es el acto maravilloso, debe ser el acto más inefable que existe. El momento en que vos te sentás frente al desierto del papel blanco y el momento en que decís “está terminado”. Pusiste el primer verso en el papel, estás repitiendo la creación, el eterno retorno del acto creativo.
Tomado de: Boca a Boca