¿Cuántas veces te has preguntado quién cose los perfectos trajes de Batman? ¿Quién realiza las intrincadas costuras, los hilvanes reforzados en los cuales se encastra el formidable cuerpo? ¿Quién zurce con paciencia infinita las rasgaduras tras los encuentros contra los peores criminales de Gotham City? ¿Será Alfred en sus tiempos libres? ¿O acaso Robin? ¿Será alguno de los dos en los tiempos que, como Penélope, esperan que el hombre vuelva a casa?
La costurera de Batman existe.
Tiene 85 años y en estos momentos camina por una angosta calle. Palpa los ideogramas a los lados de una puerta que da a la calle. Corre la cortina y entra. Atraviesa una oscura sala hasta llegar al otro extremo. Sobre una mesa descansa un rollo de tela extendido. La oscuridad del lugar no deja distinguir el color del género, pero sabemos que es negro, que es la tela del traje de Batman.
El pedal de la máquina sube y baja a medida que la mano derecha de la anciana hace girar la rueda que impulsa la aguja. Cuando el lienzo llega a su fin, las manos arrugadas detienen en seco el disco, y la púa se congela en el aire.
Corta el hilo sobrante con una tijera de plata. Da vuelta el traje. Pasa sus manos por la tela y, como si fueran rayos de sol, los hilos dorados traman el escudo del murciélago en el pecho. Con sus dientes la mujer corta el hilo.
Alza sus ojos vacíos hacia su trabajo, pasa su mano por las costuras buscando fallas. Toma un diminuto retazo de raso blanco, diez puntadas más y lo añade a una de las costuras internas. Con un gesto altivo arroja su trabajo terminado a una caja. Oye como la tela golpea más tela. Lo único que entre tanta oscuridad se ve es el bastón blanco de la dama y la etiqueta del traje que dice: Made in Taiwán.
Del libro de cuentos Sentido raro (2011).