CUANDO CHARLY SE ANIMÓ A CORRER LOS LÍMITES DE LO TOLERABLE


“Tengo miedo”, le dijo Charly García a su asistente, Gabriel Ganem, después de sentarse en el set de teclados montado en el enorme escenario armado sobre la Costanera Sur de la Ciudad de Buenos Aires, el 27 de febrero de 1999, hace exactos 25 años. “No tengas miedo porque esto es una fiesta”, le respondió Ganem, justo antes de abrir el telón. Del otro lado había entre 250 mil y 300 mil personas. Gustavo Cerati miraba expectante desde el mangrullo de sonido. Nito Mestre, Fabiana Cantilo y otros invitados esperaban en camarines. Ken Lawton, el terapeuta inglés que había tratado a Pete Townshend y a Robert Fripp, estaba sentado al costado, en una silla. Todos los medios esperaban registrar cada segundo de lo que estaba por ocurrir tras dos semanas de previa caliente y mediática. Charly empezó con “Sarabande”, una pieza instrumental de Händel que ya había tocado durante su niñez, cuando todavía le decían Carlitos y era un alumno de conservatorio, no la estrella de rock más grande del país.

 

Tocó esa intro de espaldas a la muchedumbre que se había reunido para asistir a uno de los conciertos más polémicos de la década del 90. Hubo una pausa mínima. María Gabriela Epumer hizo sonar su guitarra Epiphone rosa comprada en Miami, y entonces Charly tomó aire, justo antes de que la ex Viuda e hijas largara con el riff de “Cerca de la revolución”. En ese hueco, Charly aprovechó para gritar su alter ego: Say No More, un concepto, una declaración de principios abstracta que a esa altura ya lo había tomado por completo.

 

 

Charly en Rolling Stone, 1999. Foto de Andy Cherniavsky

La previa que rodeó el show sumó varios de los escándalos que Charly protagonizó en la segunda mitad de los 90, cuando era noticia de manera casi constante. En general se hablaba de él por polémicas que no tenían que ver con la música que estaba haciendo en esos años. Discos difíciles para la mayoría del público acostumbrado a los hits radiales como “No me dejan salir”, “Nos siguen pegando abajo”, “No voy en tren” o “Me siento mucho mejor”. La última dosis hitera que Charly había entregado había sido “Chipi chipi” en 1994. Desde entonces no otorgaba concesiones y había lanzado trabajos que aún hoy se mantienen en la sombra de su gigantesca discografía de los 70 y 80. Álbumes como Casandra Lange, Say No More, El aguante y Alta fidelidad. Eran los años Say No More en los que la vida era una extensión de la obra.

Por esos días, en septiembre del 98, Charly había visitado Salta. No pudo alojarse en el Hotel Provincial, de Caseros y 20 de Febrero, ya que no lo admitieron por carecer de comportamientos de “ser humano”. Terminó alojándose en el Posada del Sol, sobre Alvarado, casi Alberdi. Todo quedó registrado en un informe emitido por el canal TN.

“Uno se pasa todo el tiempo haciendo música y todo está ahí”, le dijo Charly a Claudia Acuña en una extensa entrevista para Rolling Stone publicada en junio de 1999. Unos meses antes, la televisión entendió esa simbiosis y “trasladó” el living de paredes blancas pintadas con aerosol del departamento de Charly al set de Susana Giménez en Telefe.

Era diciembre de 1998 y Charly estaba frente a la rubia conductora para promocionar los shows que iba a dar a fin de mes en el Estadio Obras. Esos conciertos marcaron el regreso de Charly a la Catedral del Rock después de varios años de ausencia. La entrevista que le hizo Susana fue amena, con complicidad, como siempre fueron los diálogos entre ambos. Es la nota de la famosa frase “Soy romántico, no boludo”, que se viralizó recientemente.

 

En el living artificial del canal, Charly promocionaba El aguante, su último disco hasta esa fecha, lanzado a mediados de 1998. Lo acompañaba una banda de músicos que habían gozado de glorias pasadas, como Mario Serra, baterista de Virus, y otros que eran desconocidos o no tenían mayor CV dentro de las grandes ligas del rock argentino. Era, para muchos, una banda de improvisados que seguía a Charly porque nadie más podía hacerlo. O porque nadie más quería hacerlo. La única que se mantenía por fuera de esa mala consideración era María Gabriela Epumer.

Los shows de Obras fueron un éxito y mostraron que Charly todavía podía ser actual como había sido en 1983 cuando aterrizó desde Nueva York con Clics modernos debajo del brazo. Claro que en este caso la vanguardia de García era diferente. No se trataba de un nuevo sonido sino de una actitud. Charly tenía 47 años pero parecía de 18, como buena parte de su público, que se presentó en sociedad en esos recitales. Charly, el prócer del rock, de repente tenía seguidores que no se diferenciaban de los fans de los grupos liderados por veinteañeros que empezaban a dominar la escena. “Somos todos de García, Calamaro las pelotas”, era uno de los cantos de esa hinchada rockera que se hacía eco de uno de los conflictos que Charly tenía por entonces.

La pelea con Andrés Calamaro tuvo un pico de rating unos días después de Obras, en enero del 99, cuando Charly apareció en el programa Televisión Abierta, que iba casa por casa y le daba cámara a la “gente común” para que pudiera expresarse. Eran años sin redes sociales, celulares ni cultura del yo. Charly fue una de las pocas celebridades que apareció en sus emisiones. Tirado en un sillón de su departamento, le dijo “calamar asqueroso” al Salmón, que por esos días había visitado una disquería porteña con un bate, dispuesto a romper todo.

Como recuerda Roque Di Pietro en su extraordinario libro Esta noche toca Charly Vol. 2, Calamaro llegó a analizar la posibilidad de alquilar el Luna Park para enfrentarse a puños con Charly, anticipándose décadas a los combates de streamers. Además del encono del ex Los Rodríguez, ese mes de enero de 1999 Charly debió enfrentar otros dolores de cabeza, como las demandas de ex músicos de su banda por miles de dólares (algunas parecían injustificadas), deudas, estafas, y hasta la usurpación de su sala de ensayo de la calle Fitz Roy, en Buenos Aires, por varias familias que mostraban un contrato de alquiler trucho.

La forma en la que Charly recuperó su sala es digna de ser mencionada. La recordó el propio Gabriel Ganem en el libro de Di Pietro: “Me voy para la casa de Charly, le cuento lo que pasa y me dice: ‘Vamos que yo te voy a enseñar cómo se hace’. (…) Entonces nos fuimos a comprar nafta en botellas de vidrio, unas molotov. Y nos fuimos a Fitz Roy con Charly vestido de buzo. Me dice: ‘Llamemos a los bomberos y cuando escuchemos las sirenas tiramos las bombas. Cuando sale la gente nos metemos nosotros’. Así recuperamos la sala”.

Todos esos episodios quedaron minimizados cuando trascendió que Charly iba a realizar una performance teatral basada en los vuelos de la muerte durante su show del 27 de febrero. El recital formaba parte de la grilla del ciclo Buenos Aires Vivo III, del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires que encabezaba Fernando de la Rúa. Era una serie de conciertos gratuitos impulsados por el secretario de Cultura porteño, Darío Lopérfido, que además era pareja de María Gabriela Epumer.

El viernes 12 de febrero, Charly le dijo al diario La Nación: “Quiero el escenario como referencia, con la música envolviendo a la gente. El concepto es el de música móvil. Un barco que pase con una orquesta, aviones que tiren gente al río”. “De esta manera, el ex integrante de Sui Generis pretende rendir un homenaje a los desaparecidos durante el Proceso que, según el testimonio del ex capitán Alfredo Scilingo, fueron arrojados vivos al mar”, agregaba el matutino de los Mitre.

El escándalo no tardó en escalar. “Vos no podés usar la muerte para un show, bastante ya hemos sufrido”, respondió Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de Mayo. Las Madres estaban invitadas al show pero la intención de Charly generó rechazo inmediato.

“Las Madres no estamos para nada de acuerdo con la utilización de los desaparecidos para un show musical, nos parece siniestro. No se trata de una idea genial, es una idea macabra”, dijo Bonafini a La Nación el 17 de febrero. Ese mismo día, Charly salía en la tapa de Clarín. “Yo hago lo que quiero”, decía el título textual elegido para acompañar la fotografía en la que se veía a un Charly glam, vestido de plateado, con sus manos pintadas del mismo color, y rodeado de alas que, según se informa en el libro de Di Pietro, habían sido parte de un regalo de Diego Armando Maradona que incluía conejitas de Playboy.

En la nota, Charly le contaba al periodista Mariano del Mazo cuáles eran sus expectativas con el espectáculo. “Mi idea era que las Madres desfilaran mientras yo cantaba ‘Kill My Mother’. Y bueno, hubo un problema de comunicación, un teléfono que no anduvo y finalmente Hebe se enteró por los diarios. Sinceramente le pido disculpas. Pero quiero que no se olvide de que yo escribí ‘Los dinosaurios’. Es decir, me interesa el arte como provocación, pero que esté bien hecho. Y lo del 27, te puedo asegurar, va a estar bien hecho. Es como The Wall. ¿Cuál es? Hay guerra, nazis y todo eso, pero está bien hecho”, decía.

 


El artículo, que ocupó un par de páginas del suplemento Espectáculos de Clarín, también traía la opinión de otros artistas, como Andrés Giménez, líder de A.N.I.M.A.L., quien decía: “Por un lado, es buena idea porque hay que recordarle a la gente lo que pasó. Pero, tirando muñecos… es jodido para los que perdieron familiares”.

 

“No me parece que un show de Charly García nos haga recuperar la memoria. Estoy totalmente de acuerdo con la señora de Bonafini”, opinaba el compositor Gerardo Gandini.

Dante Spinetta, por entonces en Illya Kuryaki, consideraba que era “más terrible que los represores tengan sus departamentos en Federico Lacroze y Cabildo”. “Las heridas se curan poniéndolos en la cárcel”, agregaba.

Eran años en los que los militares, como decía el hijo del Flaco, todavía gozaban de impunidad. Precisamente, por esos días, unos quinientos manifestantes convocados por la agrupación HIJOS se agruparon frente a la casa de Juan Carlos Rolón, ex oficial de la ESMA, para realizar uno de los recordados escraches que funcionaban como desahogos ante la falta de justicia. En las afueras de la casa del represor, según remarcó Clarín, “quedaron dibujadas siluetas humanas, en representación de los desaparecidos”. Rolón fue condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad en noviembre de 2017.

Pero a Charly no le querían permitir hacer su representación. “Carlitos, ponete las pilas y sacá eso”, decía Mercedes Sosa en Azul Televisión. La cantante tucumana consideraba como “peligroso” lo que Charly quería hacer durante el recital, y decía que “ninguna madre se olvida de la muerte de un hijo, de un hermano. Nadie se olvida cuando desaparecieron de esta manera”. Y le volvía a hablar a Charly. Le pedía “que se quede tranquilo, porque nadie se olvida”.

En un intento de llegar a un acuerdo, las Madres de Plaza de Mayo llegaron a proponer que los muñecos no fueran arrojados al Río de la Plata, sino que emergieran desde las aguas, como si fueran los desaparecidos regresando del horror.

La polémica coincidía con el estreno en Argentina de la película italiana La vida es bella, de Roberto Benigni, que ese año ganó el Oscar en la categoría Mejor película de habla no inglesa y hoy es un clásico del cine, pero que en ese momento generó debate por el impacto que causaba la historia del padre que divertía a su hijo a pesar de que los nazis avanzaban cada vez más con la destrucción total de sus vidas.

“Excepto a los militares, a casi nadie pareció molestarle cuando Charly García escribía canciones como ‘Los dinosaurios’, pero cuando hoy propone poner esas mismas visiones en imágenes -en cuerpos, rostros, hechos-, estalla una crisis ética”, decía el crítico de cine Diego Lerer en un artículo también publicado en Clarín titulado “¿Hay límites para crear?”.

 


“¿Hasta dónde puede llegar un artista? ¿Existen límites a su creatividad? ¿Hay temas que no se pueden tocar, historias que no se pueden mostrar, cuerpos que no se pueden representar? Más precisamente: ¿hay límites a la hora de acercarse al Holocausto, al Genocidio, al horror más puro?”, seguía el periodista.

 

“Cuando García propone tirar maniquíes de los helicópteros al agua para representar la suerte de los desaparecidos, se mete en un dilema moral, el show del horror. Es absurdo lo que sucedió luego -sugerirle al artista cómo realizar su obra es aún más peligroso que dejarlo, por caso, equivocarse-, pero el debate continúa: ¿tiene sentido, en nombre de las buenas intenciones, representar el horror en un juego de luces y sonidos? La idea propuesta por las Madres de Plaza de Mayo -de que los maniquíes se levanten de las aguas- es también cuestionable: el show de la muerte transformado en alegoría banal con final feliz”, agregaba.

El debate del diario tomaba testimonios de grandes personalidades de la cultura nacional, como Leonardo Favio, Norma Aleandro, Mercedes Sosa y Héctor Alterio. Al respecto, el actor de La historia oficial aseguraba que le parecía “bien” la propuesta de Charly. “Al creador no hay que ponerle límites, si no, nos remitimos a lo que hacían las religiones antiguamente, como le ocurrió a Galileo Galilei en su búsqueda científica”, decía.

“Estoy en contra de poner límites a cualquier tipo de creación. Todo lo que se haga en esa búsqueda, sea bueno o malo, luego va a servir para algo. Mi respuesta es que el artista tiene que tener absoluta libertad y no estar dependiendo de nada que pueda limitar su creación, cualquiera sea el tema que se disponga a abordar. Esto es algo fundamental para los creadores”, finalizaba Alterio.

Finalmente, Charly decidió abandonar la polémica y no arrojar muñecos al río. Lo anunció en una conferencia de prensa realizada dos días antes del recital. “No pensé que alguien se podría sentir mal”, dijo frente a los periodistas que lo escuchaban en la disco Morocco. “No imaginé que Hebe se podría sentir molesta, sobre todo porque ella es un kamikaze que está todo el tiempo arengando”, seguía.

Lo cierto es que además del enojo de una figura como Hebe, Charly no había conseguido mucho apoyo real para lograr su cometido. Ni Prefectura ni la Fuerza Aérea lo habían autorizado a usar helicópteros y sus asistentes intentaron en vano alquilarlos.

“Un día antes cortó el teléfono, no quería hablar con nadie”, le contó Ganem a Di Pietro. El asistente todoterreno recordó en el libro que Charly, a propósito, lanzó el rumor de que no iba a tocar, pero nunca tuvo dudas. Era uno de los recitales más importantes de su carrera.

“El día del show, a las cuatro de la tarde, entro a (el departamento de Charly en la avenida) Coronel Díaz. Florencia (la novia de 17 años que tenía Charly) un poco nerviosa en el living y Charly en la cama tocando con la Parker -seguía Ganem en el libro-. Me dice: ‘Venís a buscar la viola, ¿no?’. Era lo último que me faltaba: la viola, un equipo Roland (Jazz Chorus) que tenía ahí y un módulo. Me dice: ‘¿Cómo armaste el set?’. Respondo: ‘Te puse el piano (GEM), de frente el Roland XP 80, arriba del piano tenés el módulo (Korg). Mano derecha el JD 800 midi, el JP 8000 y abajo el Hammond (XK 1) y a tu izquierda el Yamaha (CS 1X)’. ‘Perfecto’, dijo. ‘¿Suena bien?’. ‘Sí, te puse los (monitores) Bose con trípode para procesarte la voz, unos Montarbo abajo donde tenés los teclados y los monitores del escenario con la banda’. ‘Bien’. Tenía tres mezclas en un solo ambito. ‘¿Violas?’. ‘Probé la Rick y me falta la Parker’, porque la Parker era estéreo. ‘¿Salimos con Sarabande y Revolución?’. ‘Sí’. Me mira y me dice: ‘¿Cómo va a estar la cosa?’. ‘Está todo bien’. ‘Bueno, vení a buscarme al camarín cuando sea el momento, pero no quiero arrancar tarde’”.

 


El show estaba anunciado a las 20.30. Empezó a las 21.45. Una demora que otros fans de Charly de esos años podrían calificar como no tan extensa. Previo al inicio del recital, los espectadores pudieron ver un mini documental realizado por la productora Cuatro Cabezas, de Mario Pergolini.

 

El recital fue un éxito. Charly desempolvó viejas glorias de Sui Generis como “El show de los muertos” y “Música de fondo para cualquier fiesta animada”, que fueron de lo mejor de la noche. Charly las tocó junto a Nito Mestre, en un anticipo de lo que sería la vuelta oficial del dúo, un año después, con el disco Sinfonías para adolescentes. Javier Calamaro (“Mi cuñado”) subió para interpretar una versión de “Sweet Home Buenos Aires”. Y las Madres de Plaza de Mayo aparecieron antes de “Kill My Mother”. “Volvió la luz”, tituló Clarín dos días después. Era una referencia al extenso corte de energía (¡once días!) que habían padecido los vecinos porteños que dependían de la todavía hoy desastrosa empresa Edesur.

Todo se grabó para un disco en vivo que se publicó en mayo. Se llamó Demasiado Ego y fue, como todo lo que hacía Charly por entonces, una excusa para seguir creando. El álbum no era un registro fiel de esa noche sino que tenía menos temas y elementos agregados en estudio, una práctica que Charly siguió aplicando en trabajos posteriores como Sí (detrás de las paredes). Entre ellos, fragmentos de un audiocuento sobre El Flautista de Hamelin. El corte de difusión fue “Sweet Home Buenos Aires”, con video grabado en el Cabildo porteño. Además, el disco traía una versión de “It’s Only Love”, de Los Beatles, grabada en estudio, y cerraba con palabras de Ken Lawton.

“¿Vos sos el flautista de Hamelin?”, le preguntaba Acuña a Charly en Rolling Stone. “Y… quizá sí”, respondía. “La música, entre gente decente, rara vez es inocente. Eso lo dijo Bioy Casares, pero con respecto al amor. Quizá yo con mi música logré, como en el cuento, primero desalojar a las ratas. Pero como después no cumplieron con lo pactado, el flautista volvió a tocar su música para encantar a las niñas y los niños de Hamelin y esconderlos en una gruta hasta que el alcalde cumpla el pacto. Yo tengo encantados a todas las niñas y niños de esta ciudad. Son todos míos. Y ahora… escucho ofertas”, decía.

“Acá no había estrellas de rock, sólo había músicos de rock, hasta que yo me la inventé. Ahora hay superestrellas: soy yo. Lo dije y me creyeron. Y ahora ya está”, agregaba Charly, que había dejado atrás la polémica. Estaba a punto de encontrarse con Carlos Menem en Olivos. Empezaba a difundir sus brazaletes de Say No More, una provocación que le permitieron continuar.

“Nadie se olvida”, decía Mercedes Sosa, pero 25 años después de la polémica, Palito Ortega, el salvador de Charly en 2008, canta para represores. La vicepresidenta es apologista de la dictadura y el presidente adopta el discurso de Massera. Si Charly hubiese concretado su proyecto, hoy, en su nombre, tendríamos algo más que “Los dinosaurios” como símbolo de la memoria.

De esa noche de 1999 sólo quedó la foto con las Madres de Plaza de Mayo arriba del escenario, que de tan repetida en otros recitales de distintos artistas, ya no impacta de la misma manera. Además, las ideas más cercanas a la dictadura que resurgieron, en parte como una respuesta a las políticas de la Memoria del período 2003-2015, apuntaron contra Hebe, cuya figura dejó de ser inmaculada y comenzó a recibir cuestionamientos. El escándalo de Sueños Compartidos no ayudó a mejorar su imagen. Fue una herramienta más para los que necesitaban media excusa para atacarla. Hoy, esta Argentina de ultraderecha es el paraíso de sus detractores.

De haberse concretado, la performance de Charly podría haber sido un mensaje directo, megalómano como todo lo que hacía en esa etapa, pero que todavía estaría presente y sería difícil de discutir por los negacionistas de siempre que en la actualidad se animan a levantar la cabeza y pasear en Falcon verde. A la memoria nunca hay que darla por sentada.

 


 

 

Publicado en Rock Salta