EL VIEJO PANCHO

 

VIEJO PANCHO - Reproducción del dibujo de Nicolás Passarella*, realizado como ilustración del cuento, publicado en la Enciclopedia de Entre Ríos  (Literatura, Tomo V) , 1979.

      

Pese a que todos creían lo contrario, Viejo Pancho era tan viejo que ya no precisaba recordar. Todos lo veían ahí sentado en el banquito de tres patas tan viejo como él, bajo  el alero que apenas lo protegía de la lluvia y casi nada del sol que generalmente se enseñorea del cielo y menos, mucho menos del viento que solía soplar en agosto, para Santa Rosa, cuando el frío no se había ido totalmente.  Lo veían ahí, imperturbable, las piernas afiladas contra el pantalón como si fueran dos patas más del banco, los brazos cruzados y confundidos contra las costillas y todos decían estará recordando.
       Pero Viejo Pancho no precisaba recordar. Tal vez porque en Campo del Banco, en todo Campo del Banco, y más allá, en Octava, y mucho  más lejos todavía, no había
       uno solo que pudiera compartir sus recuerdos. Hubo un tiempo muy largo durante el cual Viejo Pancho habló mucho, habló a los hijos y a los nietos y a quien quiso oírlo, contó  historias extraordinarias o simples hechos de la vida de otros hombres, pero sus nombres iban desapareciendo del recuerdo de las gentes, él decía Negro Pereyra y esto no significaba nada, y Viejo Pancho comprendió que no valía la  pena recordar. Cuente Viejo Pancho, solían decirle cada vez menos, pero Viejo Pancho ni siquiera movía los labios. Entrecerraba los ojos y todos decían estará recordando.
       Pero no recordaba, ni siquiera en silencio  valía la pena. Porque un día descubrió que la memoria es como  un caballo  mal amansado que da un salto o dobla cuando se le antoja. Ese día había estado evocando un arreo difícil porque la lluvia llevaba semanas calándoles la ropa y los novillos ariscos se empantanaban hasta la cruz en los vados crecidos. El agua les calaba las ropas y el fuego no prendía  nunca. Él trataba  de recordar la cara enojada de su padre y sólo podía recordar la voz de su padre, no entendía por qué no podía recordar su rostro ni sus gestos, hasta que se dio cuenta de que él no había ido en ese arreo sino que su padre se lo había contado alguna vez y ahora la memoria estaba haciendo de las suyas. Desde ese día no recordó más, se negó a recordar, y cuando venían los recuerdos Viejo Pancho entrecerraba los ojos y dormía.
       Cuando no dormía permanecía nomás sentado en la galería mirando el horizonte con campo y con cielo. Había mucho para ver, estaba el campo con todos los colores del campo, y estaba el cielo que también tiene sus colores y sus animales, porque los pájaros, por ejemplo, eran en la tierra, posados sobre los postes o sobre los árboles del monte y eran otros en el cielo, volando se portaban de otra forma, cada uno tenía su vuelo y este vuelo quería decir algo, no era simplemente la forma de caminar de los hombres, de ir de un lado hacía otro. El vuelo de un pájaro quería decir muchas cosas y él no precisaba descifrarlas, le bastaba con ver las innumerables cosas que decían los pájaros del cielo. Y el cielo tenía además el vuelo de los insectos. Las hormigas mismas, tan insignificantes en la tierra, volaban alguna vez y se comportaban de otra forma, y después estaban las semillas de los cardos, los panaderos, sensibles al menor capricho de la brisa. Y el mismo polvo de la tierra suspendido en el aire, cuando lo iluminaba un rayo de sol, adquiría vida, un movimiento y una forma al menos y esto ya era bueno de ver.
       Viejo Pancho lo veía, no hacía otra cosa que mirar y ver. A veces descubría antes que nadie, bien lejos en el horizonte, una mancha oscura que empezaba a avanzar y en poco tiempo oscurecía el sol. En otro tiempo el hubiese salido disparando, disparando y gritando, pero ahora se quedaba sentado, sin abrir la boca, viendo  cómo los  demás empezaban a afanarse y a gritar, corriendo por todos lados, golpeando tarros y fuentones y todo lo que pudiera meter ruido para que las langostas no se posaran, en pocas horas arrasaban con el campo y los árboles de la quinta y esto era bueno de ver. Los árboles desnudos contra el cielo no eran una tragedia, tenían una forma y un color distintos, nada más. Pero no era una tragedia.
       Si él se había alarmado antes muchas veces, con la langosta, con la sequía y con las enfermedades. Ahora había descubierto que no tenía sentido alarmarse, porque la alarma es una forma del miedo de la carne o del corazón, que  también es carne, y su carne, su propia carne antes temerosa ahora había desaparecido. Sólo quedaba la piel secándose contra los huesos, y el corazón mismo debía haberse resumido porque casi no se hacía sentir, era tan liviano como un sueño.
       Viejo Pancho permanecía sentado los días y los días y parte de las noches. Ni siquiera se levantaba para comer, por las mañanas le dejaban junto al banco un jarro con leche que él iba vaciando a sorbos pausados a lo largo del día. No hubiera podido comer otra cosa, hacía mucho que había perdido toda la dentadura. Y si alguna vez sentía ganas de probar algo distinto, un caldo por ejemplo, no se animaba a decírselo a nadie. Los de la casa pasaban a su lado como si no existiera, esquivaban simplemente esa forma sentada en un punto de la galería, y seguían  de largo. Hablarles hubiera sido romper una costumbre, no estaba bien, él no tenía ánimos. Se aguantaba las ganas de un caldo, que era la última extravagancia de su carne o de lo que ahora era nada más que la piel de su carne, y continuaba sentado tomando lentamente su leche hasta que llegaba la noche y ya no quedaba leche en el jarro ni gente despierta en la casa. Entonces, si era invierno, se deslizaba hasta la cocina y se tiraba en el piso porque el calor del rescoldo era suficiente. Si no era invierno se acostaba nomás en la galería, los brazos cruzados y confundidos con las costillas,  el cuerpo todo confundido con la noche. Y todavía quedaban por ver las estrellas del cielo.
       Nadie supo cuándo murió Viejo Pancho. Un día empezó a llegar desde la galería un olor como a galpón con carros abandonados y cueros destrozados por la polilla. Todos decían qué puede ser, hasta que a uno que  estaba en la galería se le ocurrió preguntar y dijo que puede ser Viejo Pancho. Viejo Pancho no entrecerró los ojos sino que los mantuvo abiertos, abiertos y descoloridos. Recién se dieron cuenta de que su piel estaba traslúcida como la muda de los reptiles.
       Cuando lo tocaron se fue cayendo despacio. El cielo había empezado a oscurecer y todos batían palmas y agarraban los tarros y lo dejaban solo. El seguía cayendo, lentamente, arrastrando en la caída al viejo banco que se deshizo contra el suelo.-
 

(Del libro Con otro Sol, Editorial Corregidor, Buenos Aires, 1976)



*Nicolás Passarella nació en Concordia, Entre Ríos, Rep. Argentina, el 7 de diciembre de 1941. Estudió en la Escuela de Bellas Artes de Concordia, con Oscar Meneguin, Esc. Nac. de B. Artes de Bs. As. , taller de Carlos Cañas y Asociación Estímulo de Bellas Artes con Carlos Alonso.
Residió en Buenos Aires entre 1963 y 1973.
Es pintor, dibujante, escultor y artista gráfico.
Como pintor y dibujante expone desde 1961 en galerías, museos e instituciones de todo el país y del exterior.
Como dibujante y artista gráfico ilustra libros de poesía, prosa y educación, además de revistas y periódicos.
En 1983, 1989 y 1998 en Argentina y México, edita carpetas de serigrafías con dibujos y textos propios.
Recibe el Primer Premio del Salón Anual de Artistas Plásticos de E. Ríos en 1977, 1979 y 1990 en Pintura; el Primer Premio del mismo salón en 1978 y 1986 en Dibujo; y varios segundos premios y distinciones en dicho salón. En 1975, Segundo Premio en Dibujo, Salón Bienal del Litoral de E. Ríos, a nivel regional de 6 provincias. En 1985, Primer Premio IV Salón de Pintura de Corrientes, regional de las 6 provincias del litoral y el Tercer Premio de Dibujo IV Salón de Dibujo y Grabado del Chaco, regional En 1978 seleccionado "valor más representativo" de E. Ríos, Certamen Bienal de Valores Plásticos del Interior, Secretaría de Cultura de la Nación, Salas Nacionales de Exposición, Bs. Aires.
Sus obras figuran en museos y colecciones particulares de la Argentina, España, Alemania, México, Brasil, Bolivia y Uruguay.
Es investigador y realizador de Murales y Escultura monumental; principales obras: 1978, nueva estación San Miguel (Prov.Bs.As.) Ferroc.Gral.San Martín, esculturas y relieves en hierro soldado, en conjunto con el artista Gerardo Penín.1981, mural relieve empresa Acercor, enduido y hierro soldado. 2 x 4,50 m. 1987, "Torre de la Vida (alt.12 m.) con 4 grandes figuras en hierro soldado en Plaza del Jubilado, Chajarí, Entre Ríos. 1992, "Retablo de la Virgen de la Esperanza", (alt. 3,50 x 5 m.), para el "V Centenario del Encuentro de Dos Mundos; relieves y decorados en cerámica y tres grandes tallas en algarrobo. 1994, el hombre Bandera" (alt. 4,50 m.) hierro soldado. Plazoleta Belgrano, centro de Concordia, E. Ríos.1997, Varios proyectos de escultura monumental se encuentran en vais de realización.
Docente desde 1977 del Profesorado de Artes Plásticas de Concordia, cátedras de Escultura II, Pintura II y Pintura III. En 1989, profesor invitado de Dibujo I y Pintura II (semestre de primavera) y Dibujo III, figura humana (semestre de verano) Dpto. de A. Plásticas y Diseño, Universidad de las Américas, Puebla, México. Investigador y conferencista, participa en congresos de artistas plásticos y de educación. Como articulista de temas artísticos escribe para revistas de arte, de educación y de interés general.
Su domicilio actual es calle La Rioja 1193/95, 3200-Concordia, Entre Ríos República Argentina. Tel.0345-4210131.
(BIOGRAFÍA tomada del sitio del artista plástico:  http://nicolaspassarella.com/home.htm)