AQUELLA VEZ QUE VINO TU RECUERDO

La mesa estaba alegre como nunca. 
Bebíamos el té: mamá reía 
recordando, entre otros, 
no sé qué antiguo chisme de familia; 
una de nuestras primas comentaba 
-recordando con gracia los modales, 
de un testigo irritado- el incidente 
que presenció en la calle; 
los niños se empeñaban, chacoteando, 
en continuar el juego interrumpido, 
y los demás hablábamos de todas 
las cosas de que se habla con cariño. 
 
Estábamos así, contentos, cuando 
alguno te nombró, y el doloroso 
silencio que de pronto ahogó las risas, 
con pesadez de plomo, 
persistió largo rato. Lo recuerdo 
como si fuera ahora: nos quedamos 
mudos, fríos. Pasaban los minutos, 
pasaban y seguíamos callados. 
 
Nadie decía nada, pero todos 
pensábamos lo mismo. Como siempre 
que la conmueve una emoción penosa, 
mamá disimulaba ingenuamente 
queriendo aparecer tranquila. ¡Pobre! 
 
¡Bien que la conocemos!... Las muchachas 
fingían ocuparse del vestido 
que una de ellas llevaba: 
los niños, asombrados de un silencio 
tan extraño, salían de la pieza. 
Y los demás seguíamos callados 
sin mirarnos siquiera.