Si me lo preguntan
si después de decir el amor y la tristeza
él llegase del espejo que aún no me mira
que estará en la última habitación que ocupe
si entonces me lo preguntan
lo habré olvidado.
Pero ahora puedo decir:
no es para el oído, el gusto ni la piel
no huele, ni siquiera es la imagen que miras
si antes no lo contemplas.
Después
es alto mar de viento entre frondas;
salobre, tu piel cuando de otras se enamorara,
el suave golpe de la mente, el inmóvil de la llanura.
eso después,
después que lo contemples en su darse
más neto y desnudo, en rostro despojado de tiempo.
Yo lo he visto,
basta inclinar el pecho sobre piernas flexionadas
dejar los ojos en la tierra de mis pies descalzos
y lentamente abrirlos a ese tronco, el primero, al próximo
a todos los que hacen este monte y mirarlo
como debe ver el que sale de un espejo
que durante generaciones a generaciones reflejara.
Yo lo he visto
es vuelo de hojas e innumerables troncos diferentes,
la sección que aleja los descalzos del verde
la breve que va de la hojarasca al primer arranque de ramas
un apenas en el durar del espacio,
un siempre en la permanencia del aire.
Sé que lo he visto con otro rostro,
que lo he olvidado,
tal vez era el mar que al mar iba
que del mar volvía al mar.
También he olvidado ese rostro tuyo,
pero cuando el último espejo me ausente la mirada,
la luz sea la de su última imagen y quede sin Nadie,
regresarán los rostros de él
y éste dejará indicios de serlo
en los salobres labios, en la piel clausurada
en el viento del oído, en los ojos del espejo.
(De Criaturas sin muerte, Madrid, 1967)