Por: STELLA MARIS PONCE
Si el nombrar es tarea común a todos, como criaturas dependientes del lenguaje, no menos ardua es la del poeta, para quien dar nombre, crear a través de la palabra se convierte en su afanoso propósito. Frente a esta premisa y guiados por el título del poemario de Ana Teresa Fabani asistimos a un primer conflicto: la imposibilidad de nombrar que la autora enuncia como emblema de su labor poética.
Podríamos preguntarnos entonces si ese enunciado es una resignada actitud de impotencia o bien, una hipérbole con cierta ironía para designar que "todo es demasiado nombrable". O, tal vez, una postura más equilibrada, apropiada a su personalidad misma, tal vez Ana Teresa quisiera sintetizar su fervorosa búsqueda poética con esta frase: la realidad es tan intangible como las palabras.
Lo cierto es que al leer sus poemas entramos en un mundo frágil, a su burbuja de cristal, por momentos luminosa y a veces empañada por su propia respiración contenida, por sus lágrimas, por el dolor de vivir que acompañaba su personalidad sensible unida a una salud endeble.
Poemas de un lirismo intimista y neoromántico trabajados amorosa y pacientemente como una artesana que modela la forma hasta lograr una pieza acabada, equilibrada en música y sentido. Poemas en los cuales da cuenta de su exquisito don de percibir el entorno y transmutarlo en versos que no sólo se limitan a "nombrar" sino que involucran al lector en una experiencia espiritual profunda con la naturaleza y consigo mismo. Un tono de serenidad conmovida sobrevuela los versos, casi como si se tratara de poesía mística.
En este sentido, Nada tiene nombre también podría querer decir: cada cosa es lo que es, más allá del verbo, en su ser mismo, al que acceden sólo algunos elegidos, los que pueden cruzar la mediación de los sentidos para ver y oír de una manera especial que no necesita ser nombrada.
Leopoldo Brödl, amigo de Fabani, en un homenaje hacía alusión a su temprana sensibilidad: "habíamos tenido la vislumbre de lo que encerraba su espíritu sutil y delicado; quienes la conocíamos de niña y de jovencita recordamos la agilidad mental, la profundidad de sentir que no condecían con sus años. La veo integrando un infantil coro parroquial de vocesitas casi femeninas, muy erguida y desbordante de la legítima curiosidad de sus doce años elegantemente vestidos. Ya entonces y siempre era visible su afán de sentir y comprender la belleza como su temor de expresarla en forma demasiado vehemente."
En el prólogo de Nada tiene nombre, Córdova Iturburu elogia así sus poemas: "No vacilo en afirmar que con ellos se incorpora a nuestra poesía y muy particularmente a la femenina un acento de antecedentes ilustres en la literatura del mundo; pero casi sin precedentes en la de estos alrededores del Río de La Plata. Ese acento es el de un lirismo delicada y hondamente íntimo, el que asoma sus percepciones sutiles, su llanto contenido y su sonrisa melancólica en algunas páginas memorables de la lírica anglosajona, en cierto Garcilaso, en cierto Góngora, en cierto Lope de Vega, en los sonetos de aire atardecido y noche desconsolada de nuestro Enrique Banchs. Ana Tersa Fabani Rivera nace a la poesía y a la vida, por tanto con la extraña carga de una sabiduría infusa: la del frágil mundo de los sentimientos."
Por otro lado, José Portogalo, en uno de los mejores trabajos de crítica sobre su libro expresa: "Teresita, Teté, como la llamábamos los amigos, había conseguido al fin romper la clausura en que se debatía su delicada naturaleza física. Nada tiene nombre fue una verdadera revelación. No traía estridencias juveniles ni sonoridades baldías en su voz. Era en cambio la voz pura de un sentimiento acendrado que se expresaba poéticamente, extraña a todo aditamento retórico. Palabras del alma, ordenación sutil de las sensaciones más angustiosas que pesaban sobre su vida, a quien la existencia se empeñaba negarle sus espléndidas mañanas, la vocinglería de sus pájaros y el celeste luminoso de su cielo."
Y luego agrega: "Todo lo que no tiene nombre o si lo tiene corresponde a esa zona de lo que no puede fijarse como posesión entrañable, jubilosa o de intrínseca participación con el poeta, halla honda repercusión en su espíritu. "Noche", "sueño", "pájaro", etc. Son vocablos que a veces se desrealizan objetivando un mundo evanescente, de materias que se destruyen, elementos que se desintegran, cosas que ya no existen o que anticipan su fuga… Nada tiene nombre se mantiene en una pura impulsión lírica. No hay arrebatos verbales que entrañen lo anecdótico pasional, ni audacias expresivas en su vocabulario de apretada síntesis. Su atmósfera corresponde al de los ecos pausados, lentos y dichos a la sordina en un lugar castigado por la lluvia, o por el viento que se menciona como visto por el ojo que lo percibe en un aire de pesadilla o de sueños… Todo el libro es un acontecer interior trasladado a la imagen objetiva."
En otro párrafo comenta: "La sensación de la nada recorre como un índice de escalofrío metafísico todas las páginas del libro. El vocablo golpea, aturde y sacude al lector. Nada es sustancia y adjetivación permanente, existe calificando las representaciones que crea el estado emocional. Repetimos que este poeta de la nada no se identifica con los postulados de la nada existencialista u otra nada de la mística de la muerte. El pensamiento de la muerte que gobierna la voz de Teresita Fabani, es la anunciación de un sentir obsesivo que no puede eludirse lógicamente, porque el mismo no es producto de un razonar filosófico, fríamente contemplado o dilucidado con retorcida astucia, sino manifestación de un sufrimiento que la transporta al sueño, pero sin sublimaciones enfermizas, del brazo de la belleza para liberarse de la angustia."
Con Nada tiene nombre, sostiene Portogalo, Ana Teresa Fabani se coloca junto a las voces más personales de la poesía femenina de nuestro país. Tiene ella, como tienen Alfonsina Storni, Rosa García Costa y María Granata, un acento bien diferenciado.
A mis caballos blancos cuídenlos
porque yo quiero
saber que una mañana ya sabida
me esperarán sintiendo que yo llego…
Así comienza un poema de anuncio premonitorio, uno de los últimos escritos por la autora, que podría compararse con el conocido "Voy a dormir", de Alfonsina Storni, aunque sin el tono dramático de la trágica decisión sino envuelto en la atmósfera de una absoluta liberación.
Como corolario de este rescate cito el epígrafe con que Fabani abre su poemario y sintetiza su experiencia vital:
"Mis días son como la sombra que se va.
Y heme secado como la hierba."
(Del libro de los Salmos)
Podríamos preguntarnos entonces si ese enunciado es una resignada actitud de impotencia o bien, una hipérbole con cierta ironía para designar que "todo es demasiado nombrable". O, tal vez, una postura más equilibrada, apropiada a su personalidad misma, tal vez Ana Teresa quisiera sintetizar su fervorosa búsqueda poética con esta frase: la realidad es tan intangible como las palabras.
Lo cierto es que al leer sus poemas entramos en un mundo frágil, a su burbuja de cristal, por momentos luminosa y a veces empañada por su propia respiración contenida, por sus lágrimas, por el dolor de vivir que acompañaba su personalidad sensible unida a una salud endeble.
Poemas de un lirismo intimista y neoromántico trabajados amorosa y pacientemente como una artesana que modela la forma hasta lograr una pieza acabada, equilibrada en música y sentido. Poemas en los cuales da cuenta de su exquisito don de percibir el entorno y transmutarlo en versos que no sólo se limitan a "nombrar" sino que involucran al lector en una experiencia espiritual profunda con la naturaleza y consigo mismo. Un tono de serenidad conmovida sobrevuela los versos, casi como si se tratara de poesía mística.
En este sentido, Nada tiene nombre también podría querer decir: cada cosa es lo que es, más allá del verbo, en su ser mismo, al que acceden sólo algunos elegidos, los que pueden cruzar la mediación de los sentidos para ver y oír de una manera especial que no necesita ser nombrada.
Leopoldo Brödl, amigo de Fabani, en un homenaje hacía alusión a su temprana sensibilidad: "habíamos tenido la vislumbre de lo que encerraba su espíritu sutil y delicado; quienes la conocíamos de niña y de jovencita recordamos la agilidad mental, la profundidad de sentir que no condecían con sus años. La veo integrando un infantil coro parroquial de vocesitas casi femeninas, muy erguida y desbordante de la legítima curiosidad de sus doce años elegantemente vestidos. Ya entonces y siempre era visible su afán de sentir y comprender la belleza como su temor de expresarla en forma demasiado vehemente."
En el prólogo de Nada tiene nombre, Córdova Iturburu elogia así sus poemas: "No vacilo en afirmar que con ellos se incorpora a nuestra poesía y muy particularmente a la femenina un acento de antecedentes ilustres en la literatura del mundo; pero casi sin precedentes en la de estos alrededores del Río de La Plata. Ese acento es el de un lirismo delicada y hondamente íntimo, el que asoma sus percepciones sutiles, su llanto contenido y su sonrisa melancólica en algunas páginas memorables de la lírica anglosajona, en cierto Garcilaso, en cierto Góngora, en cierto Lope de Vega, en los sonetos de aire atardecido y noche desconsolada de nuestro Enrique Banchs. Ana Tersa Fabani Rivera nace a la poesía y a la vida, por tanto con la extraña carga de una sabiduría infusa: la del frágil mundo de los sentimientos."
Por otro lado, José Portogalo, en uno de los mejores trabajos de crítica sobre su libro expresa: "Teresita, Teté, como la llamábamos los amigos, había conseguido al fin romper la clausura en que se debatía su delicada naturaleza física. Nada tiene nombre fue una verdadera revelación. No traía estridencias juveniles ni sonoridades baldías en su voz. Era en cambio la voz pura de un sentimiento acendrado que se expresaba poéticamente, extraña a todo aditamento retórico. Palabras del alma, ordenación sutil de las sensaciones más angustiosas que pesaban sobre su vida, a quien la existencia se empeñaba negarle sus espléndidas mañanas, la vocinglería de sus pájaros y el celeste luminoso de su cielo."
Y luego agrega: "Todo lo que no tiene nombre o si lo tiene corresponde a esa zona de lo que no puede fijarse como posesión entrañable, jubilosa o de intrínseca participación con el poeta, halla honda repercusión en su espíritu. "Noche", "sueño", "pájaro", etc. Son vocablos que a veces se desrealizan objetivando un mundo evanescente, de materias que se destruyen, elementos que se desintegran, cosas que ya no existen o que anticipan su fuga… Nada tiene nombre se mantiene en una pura impulsión lírica. No hay arrebatos verbales que entrañen lo anecdótico pasional, ni audacias expresivas en su vocabulario de apretada síntesis. Su atmósfera corresponde al de los ecos pausados, lentos y dichos a la sordina en un lugar castigado por la lluvia, o por el viento que se menciona como visto por el ojo que lo percibe en un aire de pesadilla o de sueños… Todo el libro es un acontecer interior trasladado a la imagen objetiva."
En otro párrafo comenta: "La sensación de la nada recorre como un índice de escalofrío metafísico todas las páginas del libro. El vocablo golpea, aturde y sacude al lector. Nada es sustancia y adjetivación permanente, existe calificando las representaciones que crea el estado emocional. Repetimos que este poeta de la nada no se identifica con los postulados de la nada existencialista u otra nada de la mística de la muerte. El pensamiento de la muerte que gobierna la voz de Teresita Fabani, es la anunciación de un sentir obsesivo que no puede eludirse lógicamente, porque el mismo no es producto de un razonar filosófico, fríamente contemplado o dilucidado con retorcida astucia, sino manifestación de un sufrimiento que la transporta al sueño, pero sin sublimaciones enfermizas, del brazo de la belleza para liberarse de la angustia."
Con Nada tiene nombre, sostiene Portogalo, Ana Teresa Fabani se coloca junto a las voces más personales de la poesía femenina de nuestro país. Tiene ella, como tienen Alfonsina Storni, Rosa García Costa y María Granata, un acento bien diferenciado.
A mis caballos blancos cuídenlos
porque yo quiero
saber que una mañana ya sabida
me esperarán sintiendo que yo llego…
Así comienza un poema de anuncio premonitorio, uno de los últimos escritos por la autora, que podría compararse con el conocido "Voy a dormir", de Alfonsina Storni, aunque sin el tono dramático de la trágica decisión sino envuelto en la atmósfera de una absoluta liberación.
Como corolario de este rescate cito el epígrafe con que Fabani abre su poemario y sintetiza su experiencia vital:
"Mis días son como la sombra que se va.
Y heme secado como la hierba."
(Del libro de los Salmos)