Los Ojos Cerrados *
Luis Alberto Ruiz
DESPÍDETE de los días felices, de los secretos del amor,
e invita a las cosas del mundo a que acompañen tu recuerdo,
solitario como el Edén.
Arróllate en el brazo los verdes años, como una guirnalda después de la fiesta,
desempolva el único libro que tú puedes leer:
el libro familiar de la infancia, abierto en tu memoria,
y arroja una postrer mirada hacia adelante,
porque todo lo que tendrás para ti desde ahora, es el Pasado.
Tu vida entera, como una cegada adolescente,
sólo puede mirar para adentro, y hacia atrás, por los días.
El corazón, hermoso en sus amores,
el primaveral clamor de la sangre corriente,
fueron vísperas de una deleznable eternidad,
porque las almas, juntas una vez, y que se amaron,
ya no se reunirán bajo la luz terrestre.
ENTORNADOS los ojos para morir, ya vestidos de sombra,
sólo el raspaje lento de la tierra volverá a desvestirlos.
Aún había rocío de sueño en tus ojeras,
y recién en tus labios fallecían los versos de Banchs que te adornaban la tristeza,
cuando ya un alocado campaneo en el corazón
anunció tu descenso a los infiernos.
No tenían los brazos la avidez de la sangre para estrechar un cuerpo,
ni la fuerza de alzarse para palpar las sienes consumidas,
cuando concebiste en los labios
unas pocas palabras que irán contigo hasta la muerte,
grabadas en la blancura del corazón, resplandecientes para siempre.
Entre flores y cintas y lágrimas secas
cruzaron tus manos.
Y esto es todo lo que tendría que decir de ti al mundo,
fuera de los labios.
Lo demás, la posesión de sombras,
la intacta soledad de un sentimiento,
esa heredad inmensa y hermosa de la pena,
con los ojos cerrados se pronuncia en la sangre, despidiéndote....
Aunque sería necesario estar, como Dios, fuera del mundo,
Para que la palabra que te despida
Tuviera el ámbito que precisa este dolor,
y para que huir, el huir de tu presencia,
no se sintiera con la sangre,
como sobre la tierra lo sentimos.
Para decirte adiós,
tendrían que perder su sentido
las palabras con que dijiste tu pasión,
conmemorar tu imagen última
y la furtiva multitud de gestos que habitaron tu rostro,
y entregar al silencio y al olvido
la infinita memoria de tu vida.
Para decirte adiós
yo sé que no hay espacio suficiente donde enterrar el corazón,
ni bastante inmensidad para alejar tu cercanía,
ni demasiado olvido en el mundo para apagarte.
Sólo podemos despedirnos desde aquí, despedirnos cantándote con versos que mañana sonarán extrañamente,
cuando otra vez asciendas, con las manos alzadas desde el alba, a coronar el día con tus bellas memorias.
*Fragmento de Los Ojos Cerrados. GRAN RÉQUIEM PARA ANA TERESA FABANI. Leído por el autor en oportunidad del acto de homenaje, realizado bajo los auspicios de la Biblioteca Popular de Concepción del Uruguay, el 21 de Junio de 1950, al cumplirse el primer aniversario de su tránsito.
Luis Alberto Ruiz
DESPÍDETE de los días felices, de los secretos del amor,
e invita a las cosas del mundo a que acompañen tu recuerdo,
solitario como el Edén.
Arróllate en el brazo los verdes años, como una guirnalda después de la fiesta,
desempolva el único libro que tú puedes leer:
el libro familiar de la infancia, abierto en tu memoria,
y arroja una postrer mirada hacia adelante,
porque todo lo que tendrás para ti desde ahora, es el Pasado.
Tu vida entera, como una cegada adolescente,
sólo puede mirar para adentro, y hacia atrás, por los días.
El corazón, hermoso en sus amores,
el primaveral clamor de la sangre corriente,
fueron vísperas de una deleznable eternidad,
porque las almas, juntas una vez, y que se amaron,
ya no se reunirán bajo la luz terrestre.
ENTORNADOS los ojos para morir, ya vestidos de sombra,
sólo el raspaje lento de la tierra volverá a desvestirlos.
Aún había rocío de sueño en tus ojeras,
y recién en tus labios fallecían los versos de Banchs que te adornaban la tristeza,
cuando ya un alocado campaneo en el corazón
anunció tu descenso a los infiernos.
No tenían los brazos la avidez de la sangre para estrechar un cuerpo,
ni la fuerza de alzarse para palpar las sienes consumidas,
cuando concebiste en los labios
unas pocas palabras que irán contigo hasta la muerte,
grabadas en la blancura del corazón, resplandecientes para siempre.
Entre flores y cintas y lágrimas secas
cruzaron tus manos.
Y esto es todo lo que tendría que decir de ti al mundo,
fuera de los labios.
Lo demás, la posesión de sombras,
la intacta soledad de un sentimiento,
esa heredad inmensa y hermosa de la pena,
con los ojos cerrados se pronuncia en la sangre, despidiéndote....
Aunque sería necesario estar, como Dios, fuera del mundo,
Para que la palabra que te despida
Tuviera el ámbito que precisa este dolor,
y para que huir, el huir de tu presencia,
no se sintiera con la sangre,
como sobre la tierra lo sentimos.
Para decirte adiós,
tendrían que perder su sentido
las palabras con que dijiste tu pasión,
conmemorar tu imagen última
y la furtiva multitud de gestos que habitaron tu rostro,
y entregar al silencio y al olvido
la infinita memoria de tu vida.
Para decirte adiós
yo sé que no hay espacio suficiente donde enterrar el corazón,
ni bastante inmensidad para alejar tu cercanía,
ni demasiado olvido en el mundo para apagarte.
Sólo podemos despedirnos desde aquí, despedirnos cantándote con versos que mañana sonarán extrañamente,
cuando otra vez asciendas, con las manos alzadas desde el alba, a coronar el día con tus bellas memorias.
*Fragmento de Los Ojos Cerrados. GRAN RÉQUIEM PARA ANA TERESA FABANI. Leído por el autor en oportunidad del acto de homenaje, realizado bajo los auspicios de la Biblioteca Popular de Concepción del Uruguay, el 21 de Junio de 1950, al cumplirse el primer aniversario de su tránsito.