CRÓNICAS DE UN VIAJE A DOS VOCES

Por Susana Cano y Angel Oscar Cutro

“GIOIA E DOLORE” destino de la vida e dell’ amore… (Goethe)

 

Comienzo con ese juego de palabras, alegría, dolor, eso que lo pensé, lo leí, lo viví.

Otoño 1991. Vamos juntos, se repitió mucho en este viaje. Vamos juntos, como siempre, si no es un Congreso de mi marido, ésta vez es mío y juntos viviremos cosas esperadas, otras no, sueños, decepciones, eso es un viajero… sin nada de certezas, ¿turistas?, no!

 

El recitado de Goethe me hizo derramar lágrimas, ni veía la que la expresaba. Precedía a la ejecución de “Egmont” y la “8ª.” De Beethoven, en l´Arena de Verona. Mucho,… demasiado para un corazón abierto a sentimientos y emociones.

 

Otoño en París, siempre en tren, luego a Estrasburgo (Francia), limitando con Alemania. Primer y gran objetivo. Descubrimos que son más alemanes que franceses, la proximidad los ha mezclado.

Voy a participar como argentina que soy, entre 24 países, en un Congreso Internacional de “Formador de Formadores”. Represento al Consejo General de Educación de Entre Ríos. Aprenderé y trasmitiré a mis colegas, amigos de actividad diaria, y alumnas, palabras, documentos para renovar la Pedagogía del educador, del Formador. Nuestra tarea es niños con necesidades especiales. Amo lo que hago, así que nuevos vocablos, resiliencia, término sacado de la Física, de la resistencia de materiales, ahora se aplica a seres marginados por nosotros mismos a veces. Niños cuyas condiciones debemos igualarlas a las de todos. Debo escuchar para difundir.

 

Cómo promover que resista y se adapte a SER, un hombre, una mujer, dinamismo vital, soplo de la existencia. Dinamismo de progreso, de Alegría de devenir, no a-venir.

 

El depagogo es el artesano de la liberación del llegar a SER en plenitud, de la persona humana. Voy a contar todo lo bellamente adquirido, irá mi alma puesta en esto, abierta a todo, en tren, siempre juntos, desde el comienzo y el llegar a SER aprendido en lo académico lo debo aplicar a mi SER; no podría formar a otro si no logro ser digna de esa Alegría de vivir, de ese fluir constante de cosas inesperadas y maravillosas.

 

Planificamos ir luego a Italia por el borde del Adriático. Ver esas ciudades desconocidas por nosotros hasta ahora, como Verona, Padua, Ferrara, Rímini.

 

El segundo objetivo de este viaje, la meta final pero alcanzable, será al fin del recorrido: ANZI, y la búsqueda feliz de los ancestros!, de donde salieron los abuelos que llegaron a estos lares.

Esto lo contará mi compañero de siempre. Con él hallaremos esos Cutros entrañables que imaginamos ¿cómo?... aún no lo sabemos.

 

Por ahora lloro en el Concierto en Verona.

 

Vuelve a conmoverme la existente, ¿pero era ficción?, la tumba de Julieta, sí!, la de Shakespeare. Estuve en su balcón, ¿cómo no ver a Romeo fotografiándome allí? Ir a visitar la umbría piedra donde yace custodiada por monjes… frondosos castaños, algunos frutos, hojas, caídos sobre ella. Recoger para recuerdo, y leer en un mural palabras de Shakespeare:”she is not in a gold grave (ella no está en una fría tumba, es una linterna que iluminará toda la eternidad”. Bellísimo! Si no existieron los amantes de Verona, deberían merecer haberlo sido, porque yo lo sentí así y dejé un mensaje sobre esa tumba. Salí de allí conmovida. Después de meses y con mi edad…, me entero que vuelvo a ser fértil; ¿milagro?, ¿y con mi edad? Sorpresa enorme de lo que puede iluminar este amor de los jóvenes eternos amantes. Parches, médicos, olvidados. Alegría de ser joven, ¿otra vez?, ¿regresión?; no lo sé, pero todo fue maravilloso.

 

Ya en Pauda, cómo no visitar el San Antonio de mi ciudad natal. Su lengua entre sus reliquias, su cuerpo; de allí a Venecia, ida y venida en el día, con lluvia como la primera vez que fuimos. Ferrara y los Borgia, y los duques del Este. Fosos profundos rodean los palacios, se protegían en guerras de poderes, y ahora se mezclan con placas en paredes: “aquí yacen 70.000 muertos por los nazis”, guerras inútiles en todos los tiempos.

 

Basta de escribir fechas, y ducados y reyes, iremos a Rímini a recorrer donde anduvo Fellini y oir la música de Nino Rota, que hizo todas las bandas de sonido de las películas del de “La Strada”, que reposa aquí.

 

Vivimos con sus gentes, nos ponemos en los asientos y escuchamos niños camino a escuelas, trabajadores; esto es elegantemente sencillo, no son los lugares más visitados. Uno puede confundirse en el mercado de calles estridentes de ofertas de legumbres, pescados, sin aeropuertos pesados, total nos fijamos el próximo tren a… donde queramos.

 

Estamos pasando muy bien, siempre con conciencia de eternidad.

 

¿Y si uno de estos viajes fuera el último? Entonces caminemos sin cansarnos.

 

Susana

 

 

...y seguimos bajando por la bota itálica, hacia la ansiada meta final: ANZI, previo paso por Potenza, capital de la Basilicata. Cambio de tren en Foggia para el tramo final con un pintoresco tren de trocha angosta, compuesto por tres vagones arrastrados por una pequeña locomotora. Pueblos cuyos nombres  me resultaban familiares. Tobe, Melfi, Tito, no porque los hubiese conocido sino porque me recordaban apellidos de viejas familias de Concordia: Di Melfi, oriundo de Melfi; Di tolbe, era el apellido de mi abuela. Sólo una noche pasamos en Potenza, que descansa apacible sobre la ladera de la montaña. Era el 1º de octubre de 1991.

Hicimos los 30 kilómetros hasta Anzi en un remisse confortable, Mercedes Benz 220, que lucía a las claras el amor y la dedicación que le brindaba su dueño, un milanés que había peleado en las cercanías de Nápoles en la última guerra, quedándose para siempre en esas tierras con su trofeo bélico: “una bella ragazza”, con la que formó su familia. Conservaba la figura y el señorío de la gente del Norte, y su locuacidad y alegría de vivir, propias del italiano del Sud.

 

El hombre es la suma de sus recuerdos y nostalgias. Por eso mi necesidad de conocer y palpar Anzi. Ir a mis orígenes itálicos. A la otra cara de la moneda, la hispánica, ya la conocía: Santiago de Compostela, de donde vino mi abuelo materno.

 

Nunca sentí el tal mentado “problema de identidad”, nunca lo viví como tal. Este es mi origen: hispano-itálico, y su maridaje me enorgullece.

 

Tomamos el camino de la foresta, a 1000 metros de altura y alcanzar los 1067 metros en la ladera del Monte Siri, donde duerme la apacible Anzi desde hace siglos.

 

-”Hasta aquí puedo llegar”- nos dice el veterano chofer y cicerone, que a lo largo del recorrido nos iba contando “cosas que pasaron por aquí” durante la guerra; y mostrándonos hoteles y clínicas de lujo, que se suceden a los lados del camino, escondidas casi, aprovechando el clima sano de la región.

 

Era la plaza del pueblo. Un empedrado desparejo de unos 40 metros de lado. Como una escena fellinesca, seis viejos contra la pared, disfrutando de los últimos rayos del sol de la tarde dominguera que moría. Por el centro, grupos de jóvenes conversando. En otro lado una mula con dos enormes atados de leña que un muchacho trataba de hacer andar. No llevaba conmigo ninguna dirección de presuntos parientes, aunque no ignoraba que los podía haber, pero no es mi estilo sentirme un intruso entrando en complicadas explicaciones.

 

Me acerco a uno de los jóvenes, elegido al azar, y pregunto: “-¿Conoscere Cutro?”

-”Io sono Cutro”-, luego nos presentó cuatro Cutros más que formaban el grupo. Momentos emotivos y cómicos, de mirarnos las caras y buscarnos las caras posibles; y mi mujer al borde del llanto al ver en aquella ciudad una ragazza de catorce años muy parecida a la menor de nuestras hijas.

 

Presentaciones con gestos; más que un idioma común, surgía sólo el del afecto. Una cartonería Cutro, otra “gelattería” con el mismo nombre. Recuerdos miles agolpados, y el veterano chofer testigo mudo y emocionado de ese reencuentro ¿inesperado?, pero posible!

 

El tiempo disponible no daba para visitas y caminar por las empinadas y angostas callecitas; volamos con la imaginación con ojos brillantes y la garganta cerrada.

“Ví” salir de la Iglesia a mis abuelos, duros, serios, con esa gravedad primitiva y tosca que hace del acto feliz del casamiento una aparente tragedia a juzgar por la expresión de sus rostros.

Se relajarían (tal vez) en el lecho nupcial; y después vendrían las privaciones, trabajo, tedio. La acumulación de hijos y luego la decisión de emigrar, dejar la miserable vida de la campiña italiana sin esperanzas, para irse a cualquier parte, a cualquier lugar incierto para aquella pareja de analfabetos.

 

Allende los mares, ignorando qué les esperaba, pero salir!

 

… y yo soy el fruto de aquella aventura incierta.

 

Y el mismo milanés con su Mercedes nos llevó a Nápoles, donde tomamos el tren, y regresar a Roma.

 

Dejé Anzi con un nudo en la garganta, compartiendo angustias con mi mujer a pesar de su estirpe vasca.

El veterano que nos había prometido “una bella pasaggiata”, recorrido lindo entendimos, colocó una música que movilizaba más nuestros sentidos, canzonetas, Italia toda en una puesta de sol, quizás última e irrepetible.

 

Así regresamos, y nunca volvimos. Intercambiamos direcciones, unas postales, unas cartas, y el tiempo borró esfumado ese cuadro de mis ancestros, definitivamente, inolvidable.