“Me pesan como hierro mis entrañas de mujer. Mis lágrimas
[resbalan incesantes
oigo el ruido del viento de otoño en los bambúes,
y duermo sola en esta oscuridad de mi cuerpo, mientras tú
te entregas a los goces literarios, plañes como el mono que grita
entre los árboles los fenómenos del lenguaje. No eres Li Po, ni
tampoco Shakespeare y las fuerzas te abandonan en un vaivén
[inacabable.
No obstante, hace tres noches que sueño contigo: te veo en la [puerta
de mi cuarto como un extranjero que regresa de la muerte (tus
pulmones no dejan de sonar como el Triple Concierto de [Beethoven)
y veo tu sombra nítidamente cuando te pasas por los cabellos
canosos la mano que escribe lo que sacas de mí,
como si una gran pena te amargara el alma.
Al cabo de / diez mil, cien mil otoños
no tendrás otro premio que el inútil apremio
de la soledad. Tú que escribiste este verso contra la fama:
EL hombre ha de entregarse por entero a gozar de la dicha.
Tú, que hoy me has perdido para siempre.