FLORENCIA POR SEGUNDA VEZ

          Volvemos del campo al anochecer. Siempre el campo está un poco mezclado a todas mis cosas. La provincia se reitera en mí, no la interrumpo, convive con mi Buenos Aires querido, paso allí todas mis vacaciones, recuerdo rigurosamente las fiestas familiares, me aburro, me deslumbro, oscilo, como siempre. Vuelvo del campo, al campo, pienso en el campo, ando por el campo; ¡mierda!

          Estamos en el asiento de atrás de un viejo Ford A y es apenas pasado el invierno. He calculado bien las cosas, procurando que Florencia vaya a mi lado, en el medio del asiento. Tengo una manta, porque sé desde hace mucho tiempo lo que es ir en un viejo Ford. Florencia tiene pantalones gruesos pero acabará sintiendo frío, recurrirá a mi manta, lo preveo. Atenta a todo esto no intervengo en los cantos, las exclamaciones, las bromas. Me excluyo en un silencio que puede parecer importante o enfurruñado. Estoy, sin embargo, alerta al menor de sus gestos. Somos viejas conocidas, pero nuestros encuentros recientes en la provincia han incluido una deferente atención de mi parte y una desvaída indiferencia de la suya. Sólo sus ojos, ahora huidizos, están cargados de recuerdos y de promesas, tantas, a veces, que por eso mismo los torna esquivos. Florencia quiere saber, ya sabe, quiere entrar en el juego, quiere que yo tome decisiones, quizá, que no sea tan morosa. Como para mí comienzo es intensidad, demoro la partida. Al cabo, hoy, el frío ha de ponerse de mi parte. Cuando empieza a caer la noche, todos los que vamos atrás, apenas cubiertos del aire por las maltrechas cortinas del Ford, empezamos a quejarnos del frío. Extiendo mi manta sobre todas las rodillas. Y, aprovechando la mala luz del crepúsculo, tomo la mano de Florencia por debajo de la manta y la aprieto con la fuerza necesaria para que sea caricia y dominio, protección y entrega. Florencia se deja hacer, sabe y conoce ahora que somos cómplices y que podrá determinar a su gusto los encuentros que tendrán lugar en el futuro. Mi mano no intenta, por el momento, ninguna otra audacia debajo de la manta. Así reanudo mí relación con Florencia, que ya no es sólo una niña que se deja acariciar el pelo.