Echo la tranca a este libro,
que da al jardín de mi infancia.
Con oros, copas y bastos,
acabo de irme a barajas.
Si estaba prohibido el juego,
a mí, la ley no me alcanza:
todo verso es un delito,
y todo canto, una estafa.
Engañifas para bobos
fueron las lindas palabras.
Vates, druidas y profetas,
nos cargaron la balanza!
Mataperros de San Telmo
tiraba piedras de nácar
contra los vidrios obscuros
del mundo que me esperaba.
Donde hubo vidrios, ahora,
hay sólo telas de araña;
y el postigo de este libro,
se mueve al viento que pasa.
Los niños que lo contemplan
creen que lo mueve un fantasma.
Yo también tuve mis duendes
que se vestían con sábanas...
Mataperros de San Telmo,
conviví con gente brava,
pañuelo de seda al cuello,
carraspera en la garganta,
que era un barrio radical
debajo de boinas blancas,
y que, de puro compadre,
se sentaba en la retranca.
Ese modelo vicioso
me sirvió de guarda espalda
cuando he cantado milongas
en esta vida tan larga,
en donde juego, perverso,
ya que la ley no me alcanza:
todo verso es un delito
y todo canto una estafa.
Con oros, copas y bastos
acabo de irme a barajas.
En la bruma del recuerdo
ya parpadea la lámpara.
Se visten con las cortinas
de niebla, largos fantasmas,
y en la mitad de la noche,
cae, como un palo, la tranca.