"Los mensajes de texto de los celulares son eminentemente poéticos"
Franco Torchia, de la redacción de Clarín.com.
"Yo no sé qué va a pasar con tantos cables" dice Arnaldo Calveyra al observar la vista de su departamento en Buenos Aires, un monoambiente de la calle Maipú que su familia usa cada vez que tiene o quiere volver a Argentina. Ya han pasado más de cuarenta años desde que se instaló en París, donde se casó con una argentina y tuvo a sus hijos. Motivado por un espíritu que hoy asume como "romántico", en la década del sesenta imaginó que su destino de escritor, traductor e investigador literario no podía llevarlo a vivir en otro lugar que no fuese aquel que su amigo Julio Cortázar –"apolíneo amigo, perfecto" dirá luego, al recodar sus caminatas juntos – también había elegido. Pero de eso, asegura, ya no queda nada. En Francia también la calle se llenó de cables y murieron las referencias literarias: "Es un país gobernado por un enfermo de poder. Y la gente debería ante todo aprender gramática" .
Calveyra volvió al país - y a su ciudad natal, Mansilla, en Entre Ríos - para presentar "Poesía reunida", la primera recopilación de sus trabajos poéticos publicada por la editorial Adriana Hidalgo. "Es demasiado para mí, yo no puedo ser contemporáneo todavía" dice, tomando un ejemplar con la mano para recordar unos versos escritos en Ensenada, incluidos en "Diario del fumigador de guardia", el poemario en el que recuerda su experiencia de fumigador de barcos en el puerto de La Plata y al que, decía Juan José Saer, habría que leer sustituyendo, cada vez que aparece, la palabra "rata" por la palabra poesía. "¿Seguirá estando ese muelle por el que nos acercábamos a los barcos? No, no, no, seguro que no" se responde solo, algo que hará durante toda la conversación en la que la única clave de lectura de su obra y del mundo será el impacto de los cambios tecnológicos sobre el lenguaje. "Ahora escribo con birome, ya dejé el lápiz. Y tengo que reconocer que la computadora hace algo casi mágico: pasa a la línea siguiente sola". Sin vida social y perseguido por las mismas ideas de siempre – el tiempo, Entre Ríos, el poder de los sustantivos y la "vejez" de los adjetivos – Calveyra cuenta con orgullo que vota en la Embajada Argentina cada vez que hay elecciones. "Yo pienso que hay mucha corrupción. Y mucho hambre. La milanesa que me dieron en un restaurante el otro día era más grande que el plato. Y afuera había chicos esperando los restos. Algo anda mal. No se atacan los problemas de base". Al rato, recuerda su paseo por la calle Florida y reconoce que el tono de voz alto con el que se habla por teléfono celular le llama la atención: "Las mujeres sobre todo hablan cada vez más alto". Sin embargo, si de celulares se trata, Calveyra siente que los mensajes de texto, esos "que vienen con una sonrisita y unos puntitos" y que sus hijos le muestran, pueden esconder en su brevedad, el germen de un nuevo tipo de poesía: "Pero deberíamos hablar en diez años...o en quince...o mejor en cinco".