DON BIENVENIDO RÍOS

Ahora miro el río. Estoy en la rivera del Paraná, cae la tarde y veo, en el agua, las islas que el río ha ido formando al socavar la costa, crecidas con tierra y ramas de sus barrancas. Desde aquí no se ve la otra orilla. Hay en las islas, selvas de altas arboledas. Estoy a la orilla del río, a la orilla de este pueblo.

Lavalle se formó a mediados del siglo diecinueve, a la costa del Paraná, en la provincia de Corrientes. Nació más que nada por el puerto, que tenía un gran embarcadero, donde llegaban barcos de gran calado desde el norte hacia Buenos Aires y mares y puertos lejanos. Las primeras casas fueron para sus trabajadores portuarios, luego se construyó la escuela, la comisaría, el juzgado de paz, la municipalidad y la iglesia que tuvo su santa patrona. Sin embargo el cementerio de Lavalle no se inauguraba: le faltaba su primer muerto. La gente temía al cementerio vacío; si un familiar moría no querían sepultarlo allí para que no fuera el primero.

-¡El alma puede penar tan sola! -decían y disponían el entierro de sus seres queridos en elcamposanto del pueblo más cercano. Así el pueblo pasó largo tiempo con el cementerio vacío.

Hasta que un día -en el mismo río Paraná que estoy mirando— apareció un cadáver flotando entre camalotes a la deriva. Fue encontrado en el límite de Lavalle con Goya, luego rescatado por prefectura. Estuvo varios días en la morgue de Goya para ser identificado, pero no pudieron, tampoco fue reclamado por nadie. Quizás asomó desde el ojo de mar del río Paraná, que aseguran los lugareños, existe y puede llevar o traer lo que su profundidad guarde o atrape. Pudo haber caído en un derrumbe de esos que devoraron casi al pueblo.Tal vez una noche de tormenta lo llevó al medio del río en una pequeña canoa, o lo envolvió una espesa niebla perdiéndose sin retorno. O el vino lo envalentonó para seguir a una guainita con pechos de sirena, hacia las aguas profundas.

Así fue como el misterioso Don Bienvenido Ríos inauguró el cementerio de Lavalle con misa de cuerpo presente y gran acompañamiento del pueblo. Le dieron el nombre “Bienvenido”, por haber llegado después de mucha espera para habitar el cementerio y le dieron el apellido “Ríos”, ya que el río Paraná lo trajo desde la distancia y el olvido, porque a nadie le hizo falta su morena presencia.

No sabemos si convocó a los espíritus buenos que anduvieron cerca, aunque de su bondad da crédito la gente del lugar, por la forma que da respuesta favorable a sus pedidos. Tal vez llamó a los espíritus con la voz de los pájaros o con la brisa suave de la noche. No se sabe cuándo ocurrió el primer milagro, concedido por su intervención, pero fue haciéndose común su respuesta a pedidos de grandes y chicos, de jóvenes y viejos del pueblo.

—Yo lo invoco desde que conocí el amor —me dijo Juanita un día— él te ayuda incluso en los amores difíciles —enfatizaba, viendo lo poco creíbles que me parecían sus relatos. Juanita era la muchacha que me había contado por primera vez la historia de Bienvenido, cuya tumba se encuentra en el centro del pequeño cementerio con una cruz sencilla, de la que penden muchas cintas casi todas rojas, atadas con tres nudos; cintas que invariablemente le ofrendan los creyentes al pedir una gracia.

Sigo frente al río, ensimismada con el paisaje, la exuberanciade la vegetación casi salvaje, los mangos y guayabas silvestres de exóticos frutos, algunas palmeras que recortan su elegancia.

Entonces pensé que es fácil la predisposición para las leyendas, en un paisaje como este. Las primeras sombras comenzaban a aquietar las aves que cambian los cantos por chillidos más bajos entre las frondosas ramas anunciando la noche primaveral. Mirando el río junto a los pescadores sentí que estaba en el paraíso.

Me pregunté qué habría sido de Juanita, con su ilusión del regreso de aquel joven estudiante que conoció en Goya, cuando vino como turista al concurso de pesca del surubí. Veo en las aguas un árbol seco, que se hunde y reaparece. Veo.

Ahora siento unos pasos livianos sobre el pasto, giro y a mi lado está Juanita, la reconozco por su voz, la media luz no deja ver bien su rostro. Veo con más claridad el bebé rubio que sostiene amorosamente. Tiene un vestido largo de color muy claro o blanco.

—¿Vio que vendría a buscarme? -dijo alegremente—. ¡Don Bienvenido no podía fallarme!... ¡nunca falla!

Hablamos un poco más, me dijo que su niña se llama Anahí, como la indiecita de la leyenda. Se fue muy pronto, no escuché si se despedía. Yo también me fui, regresé a casa de unos familiares que visitaba.

Cuando llegué, mi hermana preguntó: ¿te acordás de Juanita? Y antes de que pudiera contestarle me dijo:

—Hace un rato llamó desde Buenos Aires, se casó con aquel muchacho que conoció en Goya. Le dije que estás aquí, te dejó saludos. Siempre te recuerda, tiene una bebita.

—Se llama Anahí —le contesté.

—¡Sí! ¿Cómo lo sabes? —preguntó extrañadísima.

—Lo sé... lo sé.

Es lo único que pude responder. No le iba a decir que la había visto.

 

De: Duraznos Maduros de Sol