EVAR MÉNDEZ

 

Ensayo crítico sobre Andrade 

Evar Méndez

Tomado de: http://www.dominiopublico.es

SUMARIO:

  • I. Introducción.
  • II. La vida de Andrade y su época.
  • III. Nuestra literatura después de Andrade.
  • IV. Andrade y Hugo.
  • V. El espíritu de Andrade y su obra.
  • VI. Conclusión.

I — Introducción

Había llegado el momento de juzgarlo a la distancia, en perspectiva. Adaptando al caso un concepto de Sainte-Beuve sobre La Fontaine, —¡nada mas distante de nuestro poeta!— podríamos decir: la literatura argentina a medida que avanza y se prolonga concede a Andrade un puesto de mayor distinción y le encuentra cada vez más grande. La critica no se ha atrevido durante mucho tiempo — o no ha querido — colocar a Andrade a la altura de los demás grandes hombres, a la altura de los grandes poetas que ilustraron su siglo. Hora es de intentarlo.

Basta dirigir una atenta mirada sobre la vida de este escritor, releer su obra, investigar, aún sin excesivo cuidado, la época en que le tocó vivir, comparar su producción a la de otros líricos de América, España y Francia, examinar, en fin, los juicios de sus escasos críticos, para adquirir el convencimiento, cada instante mayor y más profundo, de que Andrade es el poeta nacional por excelencia, y uno de los más grandes poetas líricos de habla española desaparecidos.

II — La vida de Andrade y su época

La vida de Andrade abarca desde las postrimerías de la época de Rosas hasta el establecimiento definitivo de la nación, el período más turbulento que haya atravesado el país, sin exceptuar los tiempos de la emancipación, la campaña libertadora, la tiranía. Le tocó vivir, ser testigo, y muchas veces actor, durante los acontecimientos que pusieron a más peligrosa prueba el temple de los argentinos, cuando se extremaron todos los recursos y llegó a jugarse la última carta en la partida estupenda, como que se jugaba para siempre el destino de la patria. Aludimos a las guerras civiles, la anarquía y la tiranía ; a la campaña terminada con la victoria de Monte Caseros, y a sus temidas consecuencias; a las desapiadadas e injuriosas contiendas de prensa de nuestros estadistas más ilustres ; a las luchas políticas que produjeron Cepeda y Pavón; a los esfuerzos inauditos de dos bandos, inmortales en nuestra historia, por consolidar la nacionalidad; a la horrenda serie de luctuosos sucesos de que fué teatro el país entero ; a Paysandú ; a la guerra del Paraguay; a la conquista del Desierto. Desorientación de los grandes hombres dirigentes, montoneras bravias, caudillejos rebeldes e inhumanos, vecinos turbulentos, asesinatos sin nombre, guerra a los indios, convulsionaban el país, en momentos en que era imperioso cumplir el dogma de Mayo y hacernos dignos de quienes lo afirmaron. Pero la patria, que había sabido producir los hombres necesarios, en esos instantes de empacados antagonismos, de ambiciones encontradas, supo darles también lucidez y serenidad, y en la hora álgida, Urquiza, Alberdi, Sarmiento, Mitre, Derqui, Vélez Sársfield, Juan María Gutiérrez, Elizalde, Victorica, Marcos Paz, del Carril, Vicente Fidel López, Avellaneda, Roca: los constituyentes, los hombres de San Nicolás, los de la Federación de Buenos Aires, se decidieron de una vez a realizar la obra por todos ambicionada. Desde entonces la paz y la vida libre dejaron de ser una paradoja, y la patria comenzó a pertenecer a todos los argentinos.

Era la época de Andrade. Su vida no fué un solo instante ajena a ella, desde la niñez pasada en suelo extraño por fuerza de las obligadas emigraciones, su orfandad temprana y desoladora, que experimentó como otros miles de niños a quienes las guerras arrebataban los cariñosos y fieros padres; las pequeñeces y miserias de las desastrosas situaciones económicas del tiempo, le impusieron la existencia llena de azoramientos, estrecheces y peligros, el lote que le tocó en suerte. No le fué posible permanecer indiferente, con un espíritu ardoroso cual el suyo, dotado de la más viril combatividad, ante los acontecimientos de esos años, principalmente de los que era foco su provincia natal, convertida en gran escenario político, del cual se expandía la voluntad suprema logrando mantener a raya las ambiciones y las pasiones que desbordaban el ambiente. Había sufrido ya las primeras pruebas, cuando, consagrado en el dolor, surgió a la palestra. Empuñó el arma de que era capaz y se batió con denuedo febrilmente, sin desmayar jamás, sin variar de credo nunca, en diez pueblos y ciudades, multiplicándose, renovándose, sin tregua, entregando con generosidad indecible el caudal que era su único patrimonio : su talento. Se hizo periodista. Pero esta palabra tenía en la época otro significado que el actual. Esta profesión era entonces una milicia que no admitía deserciones y exigía combatir con la fiereza y el ardor de los guerreros criollos, jugándose el alma y la vida, y en aquel tiempo era también, como ahora, yunque donde se baten brutalmente cerebros, cadena férrea que ata implacablemente. Inapreciable vehículo para difundir y sostener ideas, es cierto ; buena disciplina de la voluntad, pero hay que saber liberarse a tiempo de ese monstruo que exige el sacrificio de tantas vidas por tan mediocres compensaciones. Veinticinco años permaneció Andrade entregado a ese periodismo sin piedad: "estuvo amarrado a la ingrata tarea desde la época de su primera juventud hasta la hora de su muerte". (1)

De cuando en cuando, un alto en la ruta, y aclaraba y enaltecía su vida una exultación, como una aurora. Era un poema lírico, un canto, una oda, para exaltar un héroe, para glorificar un pueblo, para dar prestigio a una leyenda, para ensalzar la patria, el progreso, la libertad, el pensamiento humano, que surgían de la pluma hacía un momento abandonada, después de un artículo de combate en pro de sus ideas políticas, económicas o sociales, ya defendiendo a Urquiza, batiéndose con Sarmiento, combatiendo a Mitre, sosteniendo a Roca. Tal era el hombre.

Esa producción intensa, esa vida febril exigida por el diarismo combatiente de hace más de medio siglo, en discusión vehemente y sin reposo de asuntos capitales y de la mayor trascendencia para la normalización de la vida del pueblo y el funcionamiento de las instituciones, no consiguió domar la voluntad del hombre, y menos debilitar su vigor mental ; apenas si le restó vida y momentos de serenidad propicios a la abstracción y concepción que nos hubieran dado, sino más bellos, más numerosos frutos que estos trasmitidos a su posteridad por los admirables cuarenta años del gran lírico.

Le fué impuesta la producción ocasional, la escasa meditación de sus temas, la realización apresurada de sus composiciones, y no le era posible, o desdeñó introducir en ellas pulimentos tan necesarios a su labor poética que nuestro gusto anhelaría más artística. Por eso su obra es fragmentaria, imperfecta y limitada ; Andrade produce en su niñez y adolescencia, eclosión juvenil que tiene la frescura, el entusiasmo y la espontaneidad de los breves años del poeta; pasa largo tiempo sin apoderarse, con raras excepciones, de su lira, que ya cobra acentos más viriles y muestra al tañedor acercándose a la maestría; se decide, por fin y "arroja su Pegaso, que necesitaba más de freno que de espuela", a las más altas regiones de la fantasía y la sublimidad, y vuelve trayéndonos del maravilloso azul sus cinco cantos inmortales. Es, efectivamente, en las postrimerías de su vida cuando adquiere su máximo esplendor, y trasunta entonces el prestigio del cisne. Poco después de sus "hallazgos y emociones de visionario", de haber ejecutado sus "grandes aletazos de genio", (2) se extinguía. "La muerte vino a sorprenderle en medio de la radiosa plenitud de su talento y cuando su alta inspiración poética tocaba ya a la fulguración del genio". (3)

Sus contemporáneos comprendieron su mérito y el sentimiento que causó su desaparición revistió proporciones de duelo nacional. Tronó el cañón sobre su tumba salvas de gloria y un Presidente de la Nación lo despidió en el umbral de la inmortalidad en nombre de la patria.

(1) Martín Garda Mérou. — "Recuerdos literarios", pág. 403, ed. Lajouane, 1891. — Buenos Aires.

(2) Martín García Mérou. — "Recuerdos literarios", pág. 405, ed. Lajouane, 1S91. — Buenos Aires.

(3) Jacob Larrain. — Noticia biográfica y crítica, prólogo de las obras poéticas de O. V. Andrade, 1887, Santiago de Chile.

III — Nuestra literatura después de Andrade

Los poetas argentinos, desde los primeros tiempos a la época presente, no se trasmitieron su herencia lírica, no formaron tradición. La mayoría : González Balearce, Echeverría, Mármol, Guido Spano, Gutiérrez, Encina, Andrade, que más o menos acentuada, tienen fisonomía propia, poco deben a sus antecesores inmediatos. Ninguno heredó al anterior, ni formó escuela, y el caso se repite aun entre los muchos poetas que omitimos. Cada cual es un fruto aislado. Se nutrieron, aunque a ello no fueron muy afectos, salvo los casos de los traductores de la "Eneida", Dalmacio Vélez Sarsfield y Juan de la Cruz Várela (1), el de "La divina comedia" y las odas de Horacio. Bartolomé Mitre, el de Safo, Anacreonte y Meleagro, Carlos Guido Spano, en las fuentes clásicas latinas, algo en las tradicionales ibéricas y tuvieron cierto desdén para las escuelas españolas de fines del siglo XVIII y principios del XIX a que nos referimos, primero por desamor a lo peninsular, patriótico criollismo, y luego porque les sedujo la escuela romántica que reinaba desde hacía un siglo, floreciendo de manera magnífica, como que daba margen a una extraordinaria eclosión de líricos en todo el mundo, renovando en fin, la literatura, abriéndole las puertas, preparándola al gran paso hacia su perfección que intentaron los posteriores movimientos parnasiano y simbolista, cuyos frutos han cosechado las generaciones modernas.

Hicieron bien nuestros antepasados líricos porque "absteniéndose de trabajar sobre lo antiguo, lo nuevo les fué revelado", (2) encontraron inéditos motivos de inspiración, y si no otras formas y ritmos, aportaron a la literatura de habla española, enriqueciéndola, poemas y cantos que no habían surgido antes de ninguna lira hispana, como son ejemplos ciertas obras de Echeverría, Mármol, Gutiérrez, Guido Spano, Andrade, o dieron como este último grande vuelo, elevación, calor y brillo a la Oda, hasta superar a los grandes maestros, y no escasa musicalidad, elocuencia y belleza al idioma castellano. (3)

Andrade, enamorado de Longfellow, admirador de Hugo, nada maestro en la retórica, improvisador, era el producto de su época en cuanto a su cultura literaria, y ésta se reflejó fielmente en la forma y en el espíritu de sus producciones.

Cuando comenzó a darse a conocer en Buenos Aires, — que los románticos de entonces dieron en llamar la Atenas del Plata, — disfrutaban de fama las obras de los poetas Guido Spano, Gutiérrez y Encina. Ya eran un poco viejos Alberdi, Sarmiento, Mitre, Avellaneda, y el ambiente, que destacaba la figura de Pedro Goyena, Félix Frías, Santiago y José Manuel Estrada, era disputado por una pléyade de distinguidos talentos: Eduardo Wilde, Manuel Láinez — que hizo sus primeras armas periodísticas al lado de Andrade en "La Tribuna Naciomal" — Lucio V. López, Pablo Groussac, Miguel Cañé, Carlos Olivera, y una bandada de cantores nuevos: Gervasio Méndez, Rafael Obligado, Martín Coronado, Juan Chassaing, Jorge y Adolfo Mitre, Adolfo Lamarque, Alberto Navarro Viola, — que nos ha legado, si no muy bellos versos, su inapreciable "Anuario bibliográfico", — José Nicolás Matienzo, Enrique y Rodolfo Rivarola, Calixto Oyuela, Joaquín Castellanos, Leopoldo Díaz — que ensayaba alguno de sus muchos estilos — y Martín García Mérou, a quien debemos meritorios estudios sobre las letras de su época y numerosos trabajos de crítica e historia.

La revelación — digámoslo así, pues Andrade era poco conocido — del gran lírico que se presentaba fulgurante de imágenes, hablando en un tono nunca escuchado, trayendo al apacible ambiente donde se rendía culto ¡todavía! al romanticismo lamartiniano, se padecía con Werther y con René (4), y se adocenaban las musas enclaustradas en anquilosado neoclasicismo, causó extraordinaria impresión e impuso silencio a las guitarras y los organillos de Barbaria. Después de Echeverría nadie había llamado tanto la atención; después de Mármol no se habían leído versos más gallardos y de tal sonoridad. El desconcierto fue general y le siguió la unánime admiración hacia el poeta que, con las obras de su madurez, encontró luego la consagración definitiva. Andrade abrió un ancho campo, esclareció una ventana hacia el azul, mostró un nuevo horizonte a los poetas de su tiempo y a los que vinieron más tarde... pero, estos, salvo los desertores, los retardados o los que no renunciaban a ser académicos, por amor a los viejos moldes, doce o quince años después de la culminación del gran lírico se embarcaban en las nuevas tendencias literarias. Leopoldo Díaz es el único eslabón que une aquel grupo del 1875-82 a los renovadores de las letras hispano americanas.

Los nuevos, de dos o tres lustros, a lo sumo, posteriores a Andrade, recorrieron distancias enormes, con pasos gigantescos hasta elevar el nivel intelectual, aportando desconocidos ideales estéticos, poseídos del espíritu de las escuelas del 1885 en Francia, que heredaban las enseñanzas Huguianas, se nutrían en los lakistas ingleses, aprovechaban a Poe y Whitman, reconocían por precursores a Baudelaire, Heine, Nerval, Gauthier, Vigny y se encaminaban teniendo por príncipes portaliras a Lecomte de L'Isle, Villiers de l'Isle Adam, Mallarmé y Verlaine, hacia la pura poesía. Era el momento de las primeras siembras de José Martí, Gutiérrez Najera, José A. Silva y Rubén Darío. Andrade extinto, quedó atrás olvidado, como por otra parte todo lo argentino de su época en literatura. Al innovador que nos vino de Nicaragua se plegaron los nuevos líricos. Rubén Darío tuvo su centro de acción en el "Ateneo", cuya actividad cultural está todavía por escribirse.

"Aquella hora de nuestra historia intelectual espera su cronista; fué, ciertamente, significativa en la evolución de nuestra cultura literaria. El Ateneo, fundido diez años antes por un grupo de poetas, prosistas, pintores, escultores y músicos, había emigrado de la Avenida de Mayo esquina Piedras a un amplio salón del Bon Marché, contiguo al Museo Nacional de Bellas Artes. El cansancio de los socios viejos y el desenfado de los nuevos comenzaban a comprometer su existencia. Junto a los hombres reposados, no muy sensibles a la predicación de Rubén Darío — Obligado, Sivori, Vega Belgrano, Quesada, Oyuela, Martinto, Julio Jaimes, Lamberti, Pinero, Osvaldo Saavedra, Holmberg, Rivarola, Dellepiane, Matienzo, Argerich — estaban los que ya tenían un nombre hecho, casi todos favorables a las tendencias modernistas — Escalada, Jaimes Freiré, Leopoldo Díaz, Estrada, los Berisso, Soussens, Payró, Piquet, Cárcova, Aguirre, Baires, Carlos Ortiz, Ghiraldo, Stock, Arreguine, Ugarte — y nos agrupábamos decididamente en tomo de Darío los últimos llegados — Lugones, que alcanzó celebridad en pocas semanas, Díaz Romero, Goycochea Menéndez, C. A. Becú, José Ojeda, Pagano, Américo Llanos, García Velloso, Nirenstein, Oliver, Monteavaro, Ghigliani, José Pardo, Luis Doello. El "Mercurio de América" fué, en cierto modo, el portavoz de estos grupos y especialmente de los dos últimos. Darío dio en llamar "La Syringa" al cenáculo juvenil que frecuentaba "El Mercurio", nombre que se difundió más tarde, cuando, muertos ya el Ateneo y "El Mercurio", se rehizo el núcleo con la anexión de otros jóvenes, que hicieron después su aparición en la revista "Ideas": Ricardo Rojas, Becher, Chiappori, Gálvez, Olivera, Gerchunoff, Ortiz Grognet y otros." (5)

El ambiente quedó completamente renovado, con la obra multiforme y de gran mérito de estos escritores. Ellos simbolizaron la destrucción de las viejas normas.

Andrade no tuvo, pues, discípulos. Los acentos y vuelos líricos no han sido renovados en España ni en América, e imágenes, polifonías y audacias imaginativas semejantes a las suyas no se encuentran en la literatura argentina del día, a no ser en la "Introducción" y el segundo "Ciclo" de "Las Montañas del Oro" y en la "Gesta Magna" de Leopoldo Lugones.

¿Sería aventurado considerar a Andrade como el primer poeta, algo así como el precursor de los nuevos poetas? Sin duda. Pero, por lo menos, hay que comenzar a contar desde él al clasificar a los verdaderos poetas argentinos. No por la perfección de su arte, ni su intelectualismo, (él no era un artista, era la surgente natural) sino por la elección de sus temas, la dignidad con que trata sus asuntos, la elevación que dio al idioma vuelto de una elocuencia única en sus manos, por el carácter, la originalidad y la distancia, en fin, que media entre él y los poetas de habla española de su tiempo. Ya hemos anotado los nombres de los versificadores de la "gran capital del sud"; no es necesario insistir; y en el resto de América si no se escuchaba la silva a "La Agricultura en la zona Tórrida" de Don Andrés Bello, o la oda "Al cultivo del maíz en Antioquía", repercutían los versos en que Don Manuel José Quintana, a la sazón (6) imperante e imitado por los peninsulares, se dirigía "A Don Nicasio Cienfuegos convidándole a gozar del campo", elogiaba "La invención de la imprenta" o "La expedición española para propagar la vacuna en América". Espronceda, extinguido en 1842, no disfrutaba aún de la fama que le dieron más tarde su "Diablo mundo" y su "Estudiante de Salamanca". Se iniciaban Echegaray y Núñez de Arce.

Andrade tenía, como diferencias sobre todos esos poetas, una esencial, el don del canto, otra inseparable del verdadero poeta, el don de la imagen, su lenguaje natural, y también como cualidad innata, su gran lirismo. Había en su tiempo un solo poeta con quien compararlo: Víctor Hugo, (7) y su parecido estaba en la esencia de la personalidad, pues no se crea un espíritu semejante a otro, ni se inventa una idéntica manera de concepción.

(1) "La Eneida en la República Argentina", traducción de D. Vélez Sarsfield y J. C. Várela, publicada por D. F. Sarmiento y A. Saldlas. — F. Lajouane, editor, 1888. Bs. As.

(2) "Lo nuevo no se ha revelado ni se revelará mientras los jóvenes escritores se obstinen en trabajar sobre lo antiguo". Mazzini, "Filosofía de la música" citado por Santiago Estrada, "Miscelánea", tomo I, pág. 167. — Barcelona, 1889.

(3) "Pero su originalidad para los lectores de lengua española reside en la incomparable belleza, de su estilo. Maneja la materia sobrehumana de ese cuadro gigantesco con admirable maestría. La lengua española, la lengua de Herrera y Quintana, parece que intentara rebelarse contra el atrevido innovador que la arroja por cumbres a despeñaderos. Pero el poeta argentino la domeña con no se qué robusta ingenuidad, ignorante de los tropiezos y caídas." Pablo Groussac. — Artículo sobre "Andrade" citado por B. Basualdo en su estudio que sirve de prólogo a la edición oficial, pág. LXVI, Peuser, impresor, 1887. — Bs. As.

(4) Avellaneda: Escritos. "Poesías de Rivarola". "Enrique Rivarola es hijo de Werther, de René, de Obermann, de las meditaciones de Lamartine y de las Noches de Musset, es hermano de Olimpio por su juventud y por su tristeza, etc., etc.", pág. 293. Ed. Casavalle, 1883. — B3. As.

(5) "Ingenieros": "La personalidad Intelectual de José M. Ramos Mejía", en Revista de Filosofía, Julio, 1915.

(6) Quintana nació en 1772 y murió en 1857. La época de Andrade es 1840-1882.

(7) Don Juan Valera en su estudio sobre Andrade lo clasifica en el grupo de Hugo, Manzoni y Quintana. "Cartas Americanas" 1a serie, tomo I, pág. 72.

IV — Andrade y Hugo

Andrade ha sido abrumado largo tiempo con la acusación de imitador de Hugo. Nos hemos tomado la molestia de verificar si es exacto y el resultado ha sido favorable a nuestro poeta. Acabamos de apuntar la razón principal, pero hay otras.

¿Existe similitud, entre las poesías de Andrade : algunas composiciones sentimentales o elegiacas, otras pocas patrióticas, un corto número de fantasías, sobre temas universales, sus cinco grandes poemas? No encontramos ninguna, ni en los temas, ni en el procedimiento, ni en el arte de uno y otro. ¿Qué obra de Hugo ha imitado? Oigan quienes lo acusan o recogen la versión. El poeta las conocía todas; en ellas Hugo es "épico, dramático, elegiaco, satírico, tierno, emocionado, gracioso, cómo y cuando le place?" (1). Por ninguna de esas cualidades, si las tuvo, se califica nuestro Andrade, sino por lo que es común a ambos: el lirismo de gran vuelo. Emile Faguet dice de Hugro: "Era un lírico de un gran soplo, o mejor de un gran movimiento, y el rodar de sus estrofas semejaba galopes de gran caballería". Es la definición más aplicable al poeta argentino. No as, pues, ninguna de las obras poéticas de Hugo, que hemos revisado, ninguno de sus tomos de versos ni poemas determinados, lo que ejerciera influencia sobre la inspiración de Andrade, sobre el total de sus obras o determinado canto, si se exceptúan las imitaciones que van al final del tomo y lo declaran. Hugo deslumbraba, era el dios, era imposible querer desconocer su prestigio; llenaba toda su época y es, más bien, la orientación seguida por el poeta francés, — de la humanidad moderna mejor, un enorme demarcador de rumbos, influenciador formidable de la literatura universal y eslabón magnífico de la evolución literaria, lazo que une los antiguos ideales estéticos a los nuevos lo que obró sobre Andrade; es el tono mayor, los giros líricos, lo que impresionó el espíritu del poeta argentino, puesto también, como el maestro, frente a parecidas situaciones heroicas que exaltaron su canto. ¿Qué importaría, por otra parte, un verso, una imagen semejante, un asunto, tomado por Andrade a Hugo? Fué, en definitiva, nuestro poeta, fruto de su siglo, y como Hugo, — encarnación poética del suyo, siglo de Napoleón y sus campañas, de los dos imperios, de la guerra franco-prusiana y la Comuna, — Andrade es la encamación de nuestra época más grande después de la epopeya emancipadora, que ya hemos bosquejado. Exuberante, desbordante, lleno de fantasía, pletórico de vida y energía, espontáneo, imaginífico, abandonado, desordenado, sin disciplina, en suma — ¿era posible tenerla en su tiempo? — lleno de cualidades y defectos, Andrade es nuestro Hugo, el Hugo de América.

(1) Emile Faguet. Histoire de la litterature françaiseo. París 1914, págs. 260-262.

V. — El espíritu de Andrade y su obra

Andrade estuvo de acuerdo con su época. En la vida como en su obra fué un romántico. Pasó por aquélla silencioso, ocultando bajo un aspecto indiferente la vehemencia, el fuego interno ; parecía un sonámbulo, dicen sus biógrafos (1) y algunos agregan que nada denunciaba en él al altísimo poeta. (2) Y en su obra no pudo escapar a la avasalladora influencia. Pero, en sus años, había ya pasado el "mal del siglo". Ya era del peor gusto la exasperación de los Werther, y había pocas personas que llorasen con "María" de Jorge Isaacs, aunque después lagrimearan en prosa con "La Dama de las Camelias" y con música en "La Traviata". En fin

"Romántico somos... ¿quién que es no es romántico? Aquel que no sienta ni amor ni dolor, Aquel que no sepa de beso y de cántico, Que se ahorque de un pino: será lo mejor," (3)

ha dicho el poeta en nuestros días. Pero hablamos del romanticismo literario. La segunda escuela romántica se prolongó como hemos dicho por cien años, 1750-1850, en Francia, y fué imposible librarse de su influjo.

Andrade era un romántico de las postimerías del siglo. Su obra rebosa un gran optimismo, sus temas son las cosas grandes, lo heroico, sus cantos respiran fuertemente, él es el exaltador por excelencia; su espíritu bien templado ignora los desfallecimientos; por consiguiente, nada tiene que ver con los llantos y la "necesidad de escapar de lo real" de Chateaubriand, De Musset, Lamartine, De Vigny, y algunos contemporáneos suyos; pero si el romanticismo consiste — como dice Paguet, refiriéndose a Hugo — en el predominio de la imaginación y la sensibilidad sobre el amor de la verdad, sobre el amor de la medida, si el romanticismo tiene por carácter esencial ser exagerador, Víctor Hugo es el "tout premier", es el príncipe del romanticismo". Tal el carácter, el espíritu de la obra del poeta argentino, y, en consecuencia, Andrade, es un verdadero romántico, de la especie clásica. Era elegiaco y también, como Hugo, muy frío, y en nuestro bardo a la inversa del francés, sobre todo épico — "el más grande de los poetas épicos franceses, superior a Ronsard, Voltaire y aún a Lamartine" (4) — no estaba ese carácter en un grado semejante al "élan" lírico; que lo era, no obstante, nos lo prueba su "Atlántida", el más bermejo ensayo de poema épico que se baya escrito entre nosotros, calificado simplemente por el autor "canto al porvenir de la raza latina en América". Fué su ultima producción y la más noble.

Si no lo es aún, " Atlándida" llegará a ser considerado el poema épico de América. No se ha escrito otro mejor, y conste que no olvidamos "La Araucana" de Ercilla y "La Cristiada" del P. Ojeda, que citan los manuales como los menos imperfectos de todos los poemas épicos, en lengua castellana, de Epaña y América. Con "La cautiva" y el "Avellaneda" de Echeverría, el "Martín Fierro" de Hernández, el "Tabaré" dé Zorrilla de San Martín, formará "Atlántida", en primera línea, el aporte épico de nuestra raza a la literatura universal.

Nuestro gusto personal, razón de temperamento, gusta particularmente en Andrade el poeta lírico, y más todavía el lírico menor; nos encanta el de "La vuelta al hogar":

Todo está como era entonces: 
La casa, la calle, el rio. 
Los árboles con sus hojas 
Y las ramas con sus nidos,

un pequeño poema que hemos aprendido todos en nuestra niñez y no hemos olvidado nunca; el de "El Consejo Materno :

Ven para acá me dijo dulcemente 
Mi madre cierto día. 
. . . . . . . . . . . . . . . . . 
¿No sabes que la madre más sencilla 
Sabe leer el alma de sus hijos 
    Como tú la cartilla? 
. . . . . . . . . . . . . . . . . 
Yo prorrumpí a llorar. — Nada, — le dije, 
— La causa de mis lágrimas ignoro; 
Pero de vez en cuando se me oprime 
    El corazón; y lloro!...

otra composición que desde la infancia está grabada en nuestro cerebro; el de " Las Ideas", que empieza :

Surge a veces en el llano 
Y en la loma a veces brota 
Susurrando mansamente. 
Como de una arteria rota. 
Cristalino manantial

y, desarrollando la vida fecunda, que avanza siempre, de las que él mismo ha llamado "Mariposas de luz del pensamiento", termina:

Así nacen las ideas 
Manantiales de onda pura, 
Las ideas, que no tienen 
Más escudo ni armadura 
Que el escudo de la fe. 
Pero avanzan silenciosas. 
Se retuercen, forcejean, 
¡Y se allanan las montañas 
Y los páramos chispean 
A los golpes de su pie!

Es un Andrade tierno, delicado, el que menos se aprecia y se conoce menos ; no obstante son pocos los que no recuerden esta estrofa, — de una especie tan en boga en ese entonces, predilecta de Ricardo Gutiérrez, — -del poema "La Mujer":

Solo, como la palma del desierto, 
Mudo, como la boca del abismo. 
Triste, como la noche del recuerdo, 
Vago, como la niebla del vacio. 
    árbol sin hojas. 
    Astro caldo, 
Tal era el hombre en la primer mañana 
Sonámbulo del sueño del destino.

Es lástima que haya muy poco de este Andrade menor, sentimental, íntimo, subjetivo. Nuestra creencia es que aún permanecen ignoradas producciones suyas de ese género, — que en todo caso, como su producción periodística a recopilarse, poco a poco darán su valor real, — acaso por descuido de los primeros compiladores, bien por dificultad para obtenerlas.

¿O es que el poeta fué principalmente un cantor imaginativo? En fin, si era susceptible de dar esas puras notas de sentimiento, sabemos que su preferencia y cualidad primordial era remontarse a altísimas regiones en vuelos aquilinos, arrojar su Pegaso a los abismos, de allí volver sereno, y otra vez, en alas de su enorme fantasía, librar el diamantino caballo, desbocado, a pacer en las estrellas.

Sus poemas menores, sus fantasías, sus cantos, tienen por temas el amor filial y paternal, el amor a la patria, a la paz, al progreso, la justicia y el derecho ; en ellos exalta nuestra naturaleza, nuestros héroes, nuestros poetas y grandes hombres ; glorifica los hechos trascendentales, las batallas, las victorias, las ciudades, América, y en fin, al más grande héroe de la humanidad, de los tiempos antiguos y de todos los tiempos: Prometeo. Frecuentemente se sitúa en una cumbre ideal, para contemplar las épocas y la humanidad; desde allí sintetiza la historia; a sus ojos nada se oculta y su mente abarca, como un brazo colosal, el universo. En su hervor imaginativo trastorna a su antojo la cosmogonía, la geografía y la física,, a fin de crear metáforas. "Para Andrade, — dice Groussac — la visión poética del mundo parece que se produjera, como para Víctor Hugo, a través de un lente convexo que engrandece los objetos hasta deformarlos. Andrade no pinta bien sino lo grandioso y colosal, así en el mundo sensible como en el de las ideas y sentimientos. Pide sus imágenes favoritas al mar, a la montaña, al huracán, al cóndor de los Andes, a los cataclismos volcánicos o siderales ; así como en el batallar de las pasiones prefiere cantar el heroísmo, el entusiasmo, el orgullo titánico, el odio inflexible, las acres voluptuosidades del martirio; en fin: las sensaciones extremas en su violento paroxismo".

La producción menor de Andrade, recordémoslo, data de su niñez, y es cosa inútil repetir que no tiene el valor de sus últimos trabajos. Andrade desenvolvió su genio poético en los últimos años de su vida, algo tardíamente, es cierto, como consecuencia de su existir lleno de dificultades. Los afectos del hogar, las luchas militares de que fué testigo y que le arrebataron el padre en su tierna infancia, hirieron su sensibilidad causándole los primeros entusiasmos y dolores, estimularon sus primeros cantos. Urquiza fué también su inspirador en la adolescencia, y le canta, con mayor entusiasmo que destreza, en el comienzo de una fuerte adhesión no desmentida más tarde.

El fervor admirativo del joven se explica. El vencedor de ]Monte Caseros llenaba el ambiente con su espléndida figura, con su prestigio tan temido y combatido por sus ambiciosos contemporáneos. Era el héroe del momento histórico, personaje de noble estirpe; no un caudillo gaucho, era el libertador de la tiranía, el creador de la Constitución, el ejecutor del pensamiento de Alberdi ; hombre grande y desinteresado, en suma, con muchos puntos de semejanza a San Martín, — recuérdese su eliminación del escenario político en momentos que pudo imponer su albedrío, — fué el último héroe argentino. Y tuvo en Andrade su primer poeta. Luego nuestro lírico deja oír su canto, al azar de la ruta, cuando puede libertarse, un instante siquiera, de su combativa vida de diarista. Así surgen todas sus producciones intermedias hasta llegar al "Arpa perdida", "La libertad y la América", "La noche de Mendoza", "Al general Lavalle", una de las mejores composiciones que se distingue por sus perfectas quintetas endecasílabas; "El nido de cóndores", bella fantasía conocida por todo argentino, la obra con que se dio a conocer Andrade en Buenos Aires; "San Martín", himno del más puro y noble lirismo, fervor y entusiasmo hacia el inmortal guerrero; "Atlántida", a que hemos hecho referencia; "Prometeo", que nos merecerá mayor atención ; y al "Canto a Víctor Hugo". Esta obra nos parece hoy de un fervor exagerado, aparte su efusión, muy justificable. Pero debe tenerse en cuenta que Hugo era entonces el príncipe de la poesía, el astro esplendente, deslumbrador de todas las inteligencias de poeta. Su comunión espiritual lo llevó a ver en Hugo un dios, un redentor, un precursor, un profeta, una especie de Moisés. Y no es extraño puesto que en otros escritores que vinieron después ha tenido el mismo concepto. Recuérdese la introducción de "Las montañas de oro" cuyo espíritu tiende a divinizar el poeta, a considerarlo como iluminado — engendro del prodigio, — dice su cantor, intérprete del misterio, — "él tiene su cabeza junto a Dios", — agrega, — dueño del Verbo; "armoniosos doctores del Espíritu Santo", — les llama, y, por excelencia, consagra a Homero: "pirámide sonora que sustenta los talones de Júpiter, y a quien tan de cerca ha hablado Dios, que él habla lo mismo"; a Dante, que "alumbra el abismo con su alma" y "alza entre dos crepúsculos una portada inmensa"; a "Whitman, "de cuyo verso en las vértebras enormes pesa cuánto es fuerza, creación, universo", y el gran poeta francés, puesto el primero en la serie :

    "Hugo con su talón fatiga 
Los olímpicos potros de su imperial cuadriga. 
Y como de un océano que el sol naciente dora, 
De sus grandes cabellos se ve surgir la aurora."

El canto de Andrade, en honor y exaltación del poeta que llenaba con su voz y su espíritu el siglo, es una obra verdaderamente bella y buena. La compuso a los cuarenta años y la envió al bardo. Hugo le agradeció en una breve carta, bastante cordial, que debió, sin duda, colmar de satisfacción a nuestro lírico. Pero sus grandes obras, por su forma y fondo, como por lo que representan, seguirán siendo "Atlántida" y "Prometeo". En tal sentido, con esta última, Andrade realizó un hecho de gran importancia : la incorporación de la leyenda del titán redentor, revelado por Esquilo, a la poesía argentina, "donde figura como su más inspirado poema". (5)

Nuestro poeta, según dice un escritor de su tiempo, tenía la obsesión de este gran argumento; debió tentarlo la grandeza del admirable "mito arriano que llenaba de religioso temor al vate griego, y despertaba el asombro de Tertuliano", (6) y que ha sido tratado por tantos poetas escritores, músicos, pintores desde la antigüedad helénica (7) hasta nuestros días.

Hace cinco años apenas Leopoldo Lugones dió a luz su admirable segunda parte de "Las limaduras de Hephaestos", que titula con el nombre de "Prometeo", a quien califica "un proscripto del sol". Es un ensayo sobre las ideas griegas que constituyen el fundamente de nuestra civilización, a fuer de estímulo expuesto a los argentinos en su primer centenario, para readquirir el método de vida a cuya práctica debió la Grecia su felicidad y su gloria. Son las propias palabras del autor, que luego argumenta el hecho de figurar Prometeo en nuestra literatura debido a Andrade, como razón para merecer el estudio que le consagra, aunque no del punto de vista estético. Allí Lugones, en ese gran trabajo, uno de los más bellos entre los suyos, revisa el mito prometeano examinándolo con el mayor escrúpulo y se atiene, después de reverlo todo, a la tragedia célebre, la segunda parte de la trilogía de Esquilo, profundo conocedor de los misterios de Eleusis, donde se custodiaba el origen de la sabiduría. Nuestro escritor conviene en que Prometeo es el mito más elevado e intelectual de la mitología y se desprende que el titán fué el generador del hombre, el creador de la esperanza, que dotó del fuego espiritual a los hombres; él es el númen de la mente, el civilizador e iniciador de las artes, el precursor, el pensador; él hizo al hombre eterno, induciéndole a renovarse. Por la esperanza, por el olvido de la muerte, quitándole la previsión de su fin, hizo al hombre inmortal.

El Prometeo da Andrade es un personaje precursor de Cristo, como lo consideran algunos Padres de la Iglesia, por haberse apoderado del símbolo pagano para su teológico usufructo, y más aún, un símbolo de Jesús el Nazareno. El poema andradiano se inspira en la misma idea, como la obra de Quinet, que decidió la concepción de nuestro poeta y de quien siguió, en parte, las huellas en el poema que nos ha legado.

Andrade exhumó a Prometeo, no para encerrarlo en la época creadora del mito o en la de su revelador, Esquilo. Se apoderó del símbolo para aplicarlo a otras doctrinas, y mejor, para con el pretexto del canto al creador de la mente elevar un himno al pensamiento humano. Así su obra es una oda magnífica, llena de arrebato lírico, de inspiración, donde relampaguea el genio en enceguecedora sucesión de audaces metáforas.

"Prometeo" alcanzó un enorme éxito al publicarse. Los escritores y poetas de la época le consagraron elogiosos artículos y cartas entusiastas. Solo Santiago Estrada lo consideró como una especie de herejía, en su espíritu, y en cuanto a su forma y procedimiento, como en otras obras de Andrade, descubrió similitudes y plagios que se complace en enumerar en uno de sus estudios mejor escritos. Ya hemos dicho que nuestro lírico era fruto de su tiempo y obedecía a sus influencias. No era absolutamente original, está demás decirlo. Por otra parte, Leopoldo Lugones, que sabe a qué atenerse, dice al respecto: "La pretensión de originalidad absoluta es una necedad moderna",

Nicolás Avellaneda, en su carta a Andrade, le dedicó entre calurosos aplausos el bello verso de Esquilo: "Para vos la vía pura de los pájaros". Wilde y Guido Spano le escribieron ponderando el uno de original manera la producción y el otro saludándolo efusivamente con el clásico ¡Evoé! Era el pregusto de la gloria.

De esa época datan, salvo contadas excepciones, los juicios críticos sobre Andrade, algunos de los cuales se mencionan en este ensayo que hemos intentado sobre la personalidad del poeta.

En cuanto al estilo y la forma de Andrade notamos, en las imperfecciones, falta de pulimento, de "metier" y, seguramente, desdén por la propia labor. Muchos adjetivos son ineficaces o pobres, pero se reivindica con algunas gráficas y ya célebres imágenes, cuya audacia alarmó a sus contemporáneos.

Sin menospreciar los metros y combinaciones rítmicas en boga en esa época, tenía singulares preferencias por la silva. En ella volcó sus odas. Así disfrutaba de libertad y podía adquirir el "gran movimiento" y dar casi siempre gran soplo lírico a sus temas — concreciones de historia, — lo que le ha valido el calificativo de "sublimeraente didáctico" con que lo agobia don Juan Valera — manejando con agilidad extraordinaria los acontecimientos, dándoles brillo y relieve magnífico, realizando una "Leyenda de los siglos" a su modo.

Nunca fué complicado y obtenía, por los más sencillos recursos, pues era eminentemente puro, natural, lógico, sin artificio, gran musicalidad y excelentes efectos verbales.

A nosotros, hombres del siglo XX, que hemos bebido en las modernas fuentes, llegados después de la admirable renovación literaria última, que nos inculcó medida, impuso bridas a la exuberancia, tendiendo a la síntesis y la perfección de la forma, a nosotros, posteridad de Hugo, Whitman y Carducci, contemporáneos de D'Aununzio y Darío, grandes líricos y sumos artistas, nos resulta Andrade algo vago, impreciso, demasiado sonoro, inconsistente, defectuoso, frío, efectista. Pero nuestra es la culpa y del tiempo.

(1) "Andrade era una especie de sonámbulo con cara de esfinge. Incolora, irregular, sin expresión y sin movilidad. Nada predisponía menos que su aspecto y su persona descuidada, y, sin embargo, aquel hombre era un notable y elocuente periodista, un talento vasto y seguro, un estilista de primera fuerza, un poeta esclarecido." Martín García Mérou, obra citada.

(2) "Las exterioridades de la persona del insigne vate estaban muy lejos de revelar la inteligencia poderosa que desplegaba en sus producciones literarias. Aparecía mustia y decaída la figura del poeta, porque era encogido de cuerpo y de maneras, no obstante su bien proporcionada estatura; tenía la frente de regular amplitud, aunque prematuramente cubierta de arrugas; vaga y sin brillo la mirada, e inmóviles y resecos los labios, como si se negaran a dar paso a la corriente viva de la palabra que comunica vida y animación a la fisonomía." Jacob Larraln, estudio citado.

(3) Rubén Darío, "El canto errante". La canción de los pinos, pág. 97. — Pérez Villavicencio, editor, 1907, Madrid.

(4) Emile Faguet, obra citada.

(5) Leopoldo Lugones "Prometeo". Cap. "Hacia la luz antigua", pág. 9|11.

(6) Pablo Groussac, estudio ya citado.

(7) Al ocuparse del "Prometeo" de Andrade, Santiago Estrada para combatirlo por librepensador, malignamente, apestando con su olor a sacristía, y Guido y Spano en una calurosa carta, recuerdan que la leyenda fué tratada por Heródoto, Hesiodo, Menandro, Luciano, Tertuliano, Calderón de la Barca, Voltaire, Menard, Maury, Desmoutier, Nogelsback, Combes. Andrieux, Potin, Goethe. Byron, Shelley, Michelet, Quinet, Hugo, el P. Baltasar de Victoria, Polidoro Virgilio, Natal Comitis, Jamin. Paul de Saint Víctor, Augusto Nicolás; Rivera en un cuadro; Beethoven en una sinfonía, Saint Saens en una sonata, etcétera, etc.

VI Conclusión

Era un gran poeta lírico. Imposible desconocerlo. Realizaba el verdadero tipo, completo. Juzgúese por la concepción de ese tipo literario debida a una autoridad como Sainte-Beuve, en la bella página siguiente: "Un poeta lírico — dice a propósito de Juan Bautista Rousseau, aunque no para elogiarlo — es un alma sencilla que pasa cantando por el mundo y esta alma puede entonar los más contrarios sones, según el medio en que vive, según las corrientes y los tiempos. Cuando flota entre un pasado gigantesco y un porvenir deslumbrante, el alma del profeta exhalará gemidos por la época que acaba y por la luz que se extingue, o saludará con verdadero amor la aurora que anuncia la venida triunfal de días mejores. En épocas menos grandes, pero bellas aun y más puramente humanas, cuando los reyes son héroes o hijos de héroes, cuando los semidioses acaban de desaparecer y no se han olvidado, cuando la fuerza y la virtud son una misma cosa, y el más rápido en la carrera o el más diestro en la lucha es el más piadoso, el más valiente, el mejor, entonces el poeta lírico, verdadero sacerdote como el estatuario, cantará con armonía solemne la alabanza de los vencedores, dirá los nombres de los corceles, y si son de generosa raza, hablará de los antiguos y de los fundadores de ciudades, reclamando coronas de laurel o copas cinceladas o trípodes de oro. Será lírico también, aunque con menos grandeza y menos gloria, el que viviendo en los ocios de la opulencia o en el sosiego de la abundancia, cante las delicias de la vida y la aparente gloria de un tirano. Y en todas las épocas de renovación, en todos los siglos turbulentos, será lírico el que penetre el sentido profundo, la ley sublime de las tempestades sociales o políticas, respondiendo a los accidentes ciegos con un eco inteligente y sonoro; o el que, en los días agitados de revolución y de trastorno, se recoja en sí mismo formándose un mundo aparte en la esfera de las ideas y los sentimientos, mundo armonioso o anárquico, sereno o funesto, de consuelo o de desesperación, un cielo, un caos o un infierno. Todos estos son líricos y deben figurar en el número de aquellos cuyos nombres adora la humanidad".

Andrade, lírico pindárico-huguiano, es uno de ellos. Y perdurará en nuestra literatura como en el corazón de los argentinos por lo que realizó generosamente y porque siendo un carácter elemental, como clasifica Taine al que tiene por cualidades intrínsecas la aptitud de pensar "por imágenes bruscas o por largas hileras de ideas encadenadas" (1), ejercerá un predominio incesante en los espíritus a menos de ocurrir una total renovación de valores. Tal es su valor moral.

Andrade debe ser estudiado por los nuevos escritores y los del porvenir bajo otros aspectos, con otros temperamentos, con mayor atención aunque no con mayor cariño y probidad intelectual, ya que no son otras dotes las empleadas por nosotros en este trabajo.

El objeto de formar nuestra tradición cultural, por el conocimiento de lo nuestro, es la característica del momento, y no puede haber propósito más útil a la nacionalidad en formación. El tema es hermoso y dista de agotarse. Andrade cantó todo lo noble y lo grande. Cantó lo que debió cantar.

"Manibus date lilia plenis".

Evar Mendez. 
Buenos Aires, 1915.

(1) M. Talne. De l'ideal dans l'art Cap. III, págs. 42-45, Germaln Bailliere, ed. 1879. — París