"DAR EN EL BLANCO", POR MARCELO LEITES. UNA LECTURA DE "CAMINAR LA CAÍDA" DE GONZALO ACOSTA TITO

 

Gonzalo Acosta Tito escribe un ensayo para los creyentes cristianos y quizá también para los que profesan algún tipo de fe en la existencia de Dios, aunque no sean católicos. Quiero decir que para un ateo o un agnóstico, este libro probablemente no sería interesante, salvo que al leerlo ponga en duda su falta de fe, cosa difícil, pero no imposible.

Acosta Tito es un gran estudioso de las escrituras sagradas; en este libro ha realizado una exégesis, que renueva nuestra mirada sobre la tradición bíblica, además de los atinados comentarios sobre los versículos, concilios, órdenes monásticas que va citando a lo largo de la obra. No se trata de un conocimiento intelectual; sino vivido; el autor ha transitado retiros espirituales con los monjes trapenses y eso se advierte en la obra.

Caminar la caída es un libro con edición cuidada, delicada; ha sido publicado por Ed. Lilium, 2020; es corto (unas 60 páginas), lo que junto con una escritura convincente, sobria y precisa facilita su lectura.

En el primer capítulo habla del Libro del Origen; es decir, del Génesis. De la creación del Paraíso y de la caída. El trasfondo del Génesis está en los mitos mesopotámicos, tema del segundo capítulo. Dios crea primero la tierra desde la nada, cuando todo era un caos que él tuvo que ordenar, antes de la creación. Señala la diferencia entre los mitos sumerios y babilonios y el mito del Génesis: en los primeros el hombre estaba destinado a servir a los dioses cultivando la tierra para ellos, así los dioses evitaban tener que ganarse el sustento con su propio trabajo. En el Génesis, en cambio, hay una diferencia sustancial: “el hombre es una criatura dotada de autonomía, creada libre, a pesar de que reconoce su dependencia de Dios”.

Caminar la caída tiene un subtítulo: Génesis y Sentido Cristiano.  La biblia y los mitos mesopotámicos y saumerios, son la base del discurso del autor; pero, es mucho más que eso; puesto que a lo que nos resulta familiar, el autor nos sorprende con nuevos significados. Algunos ejemplos: Cuando habla del Diablo, como un ángel caído, de Lucero a Lucifer, después de haber traicionado la confianza de Dios y de haberse metamorfoseado en la serpiente, lejos de la popular figura del diablo creada por el imaginario popular; cuando discurre sobre el pecado original de Adán y Eva, nuestros primeros padres, y señala que abusaron de su libertad al comer del árbol de la ciencia del bien y el mal en el jardín del edén, a pesar de la prohibición de Dios. Y que: “No es la sexualidad (ya tenían sexo, antes de comer del fruto prohibido) lo que marca la transgresión sino la desmesura de querer ser como dioses” escribe. Ese es el pecado original del que se derivan todos los otros pecados sucesivos cometidos por el hombre y la mujer; nos encontramos con la caída original, que es también la aparición de la muerte; de ser seres inmortales, pasamos a ser finitos. Dios no perdonó a Adán y Eva (los primeros padres), los expulsó del jardín de Edén y a partir de entonces, el hombre y la mujer deben llevar la carga del dolor, de la angustia, de la muerte. (Porque eres polvo y al polvo tornarás, Gn. 3, 19). Otro hallazgo es la traducción de la palabra “pecado” en la lengua griega de los setenta sabios de Alejandría: hamartia, que significa, nos dice el autor, “errar el blanco”. Y cito: “cuando nos privamos de hacer el bien que deseamos y en cambio hacemos lo que no queremos y que nos malogra la vida.” Creo que la expresión “errar el blanco”, le quita un poco la culpabilidad que está implícita en la palabra “pecado”; es el reconocimiento de un error en la conducta, de un desvío del camino recto, de una caída.

Se trata de una obra donde se condensan siglos de tradición cristiana, que, al mismo tiempo confronta o complementa con algunas órdenes monásticas y con pensadores devaluados o considerados herejes, como San Agustín o Casiano, (también dialoga con filósofos como Paul Ricoeur y Emmanuel Levinas, asimismo con el poeta y sacerdote Hugo Mujica, entre otros autores) pero esta apertura a lo elidido, a lo que no siempre está dentro de ortodoxia eclesiástica es lo que contribuye a una comprensión más profunda de la historia de la religión cristiana. El apartado sobre Dante es un gran aporte, del Infierno de La divina Comedia cita algunos versos, entre ellos, cuando Dante entra con Virgilio al círculo del Infierno y ven al diablo atrapado en el hielo, congelado, con una cabeza de seis ojos y tres caras, una imagen invertida de la Santísima Trinidad, comenta el autor.

Lo trae al monje trapense Thomas Merton que cita a Heidegger: “El hombre huye de sí mismo y “desea caer en el mundo”.  Y Merton agrega: “las rutinas de la sociedad masiva son tan patentemente artificiales que es difícil que incluso los que no son muy inteligentes se dejen capturar por ellas (…) pasar la vida entera evadiéndose de la realidad de la muerte.”

En el último capítulo habla de los pecados capitales y se detiene en uno de ellos: la tristeza y la posibilidad de su transignificación. Lo cita a Casiano que traduce el término griego lype y “dice que la tristeza viene de una carencia, de no tener bienes que se deseen con pasión; está acompañada de la falta de esperanza, que se manifiesta en depresión”. Esta sería una tristeza inútil, que podría llevar al suicidio. Pero hay otra tristeza agrega Acosta Tito (que asoció con la melancolía): penthos, del griego: dolor, aflición, duelo; es la tristeza del arrepentimiento para la salvación, la tristeza que da alegría, del deseo de no ofender a Dios, la esperanza de ser perdonados por nuestras faltas. Luego escribe cómo hacer el pasaje de lype a penthos, para lo que es imprescindible una compunción del corazón: “Caminar nuestra humana caída del estado lype al estado penthos, requiere un cambio desde adentro, un salto interior de transignificar la esencia de lo vivido, para así recibir una nueva significación que abra la caída a una cumbre de profundo sentido”. Pero este camino sería imposible sin la fe: “Tu fe te ha salvado” cita Gonzalo del Eclesiastés, y reescribe “tu fe te ha curado”. Y ya sabemos: la fe mueve montañas.

Caminar la caída es la toma de conciencia del ser humano caído, que si ha cometido un pecado debe hacerse cargo que ha “errado el blanco”, arrepentirse de corazón, y mediante el sacramento de la confesión, ser absuelto con el poder de la gracia y la misericordia que provienen de Dios, a través del sacerdote o de un maestro espiritual, y de lo que el autor llama la palabra-escucha. Cito: “La experiencia de nuestra propia culpa y de ser objeto de la misericordia de Dios transforma nuestro corazón hasta hacerlo misericordioso. Experimentar y sufrir tienen más efecto que desear” escribe Gonzalo. De eso se trataría el afán de trascendencia humana; puesto que sin trascendencia (y no hablo solo de la religión, sino también del arte) las personas quedan vacías y desamparadas. Frente a tantas terapias alternativas, Acosta Tito propone volver a la religión católica y a la sanación, a través de la gracia concedida por el espíritu santo y la transformación eucarística.

Este libro da en el blanco: está escrito en un lenguaje diáfano, accesible, de aparente sencillez y oculta erudición. Propone acciones concretas para ser un buen cristiano, lo cual supone el ejercicio de una ética impecable, una especie de regreso al hogar y a la original pureza del corazón; quien lo lea podrá ver el camino recorrido por el autor, y acaso, elegir un recorrido similar, un caminar donde el ser humano pueda levantarse de la caída, se encuentre consigo mismo y sereconcilie con Dios. El libro termina con un poema y con estos versos: “El cielo está aquí/ se pierde y se recupera: un rayo de sol/ cayó del azul”.

 

                                                                                  Marcelo Leites

                                                                                  Concordia, julio 2021