CUMPLEAÑOS DE CORTÁZAR CON DESTAQUE A CALVEYRA

 

Por Mario Daniel Villagra.

 

En un nuevo aniversario del cumpleaños de Julio Cortázar, reproducimos uno de sus trabajos “Cartas a los Jonquières”. Allí destaca al escritor entrerriano Arnaldo Calveyra.

“Cartas a los Jonquières”, de Julio Cortázar.

 

Llegando al final de la lectura de estas ciento veintiséis cartas, uno experimenta la sensación de haber estado leyendo la novela de Julio Cortázar contando cómo era ser Julio Florencio Cortázar Descotte. Similar a lo que sucede en la obra de Goethe, Las penas del joven Werther, donde el personaje principal es un artista que escribe a un amigo, el encuentro se desarrolla en una reunión entre las palabras expresadas y las ausentes.

Las cartas descansan sobre la amistad. En el caso de Cortázar, con Eduardo Jonquière; y, en Goethe, entre Werther y Guillermo. Reunidas en un orden cronológico, conforman una novela epistolar. El contexto es diferente, pero el motivo es el mismo: cultivar la amistad con el destinatario, es lo permanente. Y, en ese desarrollo, aparecen varias historias recurrentes.

En el caso de Julio Cortázar, las cartas fueron escritas por él entre 1950 y 1983; y los números vienen a sintetizar lo que en palabras es difícil de denominar… ¿cómo diríamos?, ¿su etapa fuera de argentina, en Europa?, ¿la etapa de la consagración como escritor? Literatura con aire de exilio, archivo de las emociones… ¿Cómo denominar todo eso que es, en paralelo, conocimiento y debate público?

Sin dudas, hay un contexto desde donde se cuenta. Desde adentro de allí, pero omitiendo por poco las generalidades de ese mismo mundo, donde el narrador se va haciendo el narrado, a medida que el lector —no necesariamente el destinatario— completa lo que lee. Las historias pasan por dieciséis países y en diferentes lenguas; juega entre el francés y el inglés, y cuando escribe en español, brinda la impresión de que, para Julio Cortázar, sea una carta o una publicación, el acto lleva el mismo empeño: lo lúdico, patente cuando invita a un juego de complicidad con el destinatario —no necesariamente con el lector.

Como en toda récit, hay otros personajes. En este caso es María, mujer de Eduardo y protectora de las cartas. Con ella se da el caso en que un personaje, aparentemente secundario, es, finalmente, la principal causante de que la obra llegue a ser tal y cual la conocemos.

De febrero a febrero

En la obra, a cargo de Aurora Bernárdez y Carles Álvarez Garriga (Alfaguara, 2010), compuesta de cartas, algunos recortes y postales, uno puede navegar tras una cartografía que va desde febrero de 1950 a febrero de 1983. Escritas a mano o a máquina, las epístolas marcan diferentes destinos, hechos y personalidades. “Viajar con Julio era siempre muy divertido, por grandes que fueran las incomodidades y escasos los medios. ¿Pero quién podría aburrirse con alguien de su imaginación, su buen humor y su peculiar manera de ver el mundo?”, nos dice Aurora Bernárdez en el prólogo. Tenemos suficientes cartas para rastrear en ellas un tono, un punto de vista, en suma, un estilo. Cortázar leído como Cortázar.

Es verdad que la frecuencia de escritura va cambiando a medida que pasa el tiempo. Pero no menos cierto es que, por un lado, son dieciséis países los que recorre en ese periodo y nunca deja de escribir y enviar. Evidentemente, Francia y Argentina, pero también Austria, Cuba, Suiza, Nicaragua, India, Las Antillas, Dinamarca, Brasil, Italia, Kenia, Inglaterra y México, son los lugares remitentes. Por otro, en armonía, la diversidad de países concuerda con la variedad de personalidades que se mencionan, por diferentes razones. Desde escritores reconocidos como García Márquez, Vargas Llosa, Octavio Paz, Ítalo Calvino, Arnaldo Calveyra, Saúl Yurkievich, Roberto Juárroz, entro otros; pasando por su traductora al francés, Laure Bataillon, hasta su agente literario en Estados Unidos, Paul Blackburn, sin olvidar la Argentina profunda con Aldo Boblietti, iniciador de “El Fogón de los Arrieros”, en la provincia de Chaco. Pintores, críticos, editores, músicos, escenógrafos, todo el mundo Cortázar se da cita en las trescientas cuarenta y cuatro notas de pie de página.

Registro registros

La periodicidad cambia, no así el tono. Entonces, uno puede encontrar al pintor y poeta Eduardo, nombrado en algunos momentos como “Mario”, tal cual Cortázar le decía en broma. Sin embargo, nunca dejaba de preocuparse por las actividades del cuatro años menor. La primera carta comienza: “Pensé que unas líneas mías no te molestarían”, y termina con unas preguntas: “¿Cómo va tu libro? ¿y la pintura?”, dos de los intereses creativos de su amigo, al cual Cortázar se dirigía con tono entre bromista y de hermano mayor.

Carta tras otra, el registro epistolar, genero generalísimo, da cuenta de diferentes proyectos. Literarios, como cuando en la penúltima carta habla de Autopista del Sur o cuando dice “María: Me han nacido unos nuevos bichos que se llaman Cronopios”. También figuran aspectos de su vida pública: “Los Derechos de autor de Libro de Manuel habían sido destinados a los abogados que defendían presos políticos bajo el régimen de Lanusse”. Las cursivas son de él, como también las siguientes palabras que forman parte de la última carta: “Tuve que preparar un discurso y ser protagonista de una de esas ceremonias que uno ha visto tantas veces en el cine o la televisión”, mientras vive, recuerda y escribe desde Managua.

La retórica epistolar no tiene tiempo, por eso estas cartas, de otro siglo, gozan de vigencia. Son regidas por la amistad, los deseos y los sueños, motivos imperecederos. Para el lector que sabe de la faceta pública, estas cartas registran (y complementan, quizás, con) el aspecto privado de Julio Cortázar. Pues nos habla de sus cuentos, sí; sus viajes, sí; sus proyectos, sí, pero también nos muestra esa parte íntima, sensible, que podría cristalizarse con una de las varias poesías que aparecen, y así cerrar con una voz que él mismo convoca:

Habiendo bebido mares enteros, nos asombra

que nuestros labios todavía están tan secos como las playas,

Y siempre buscamos el mar para mojarlos sin ver

que nuestros labios son las playas y que nosotros somos el mar.

Farid-ud-din- Attar (siglo XII)

Destacado

Existen comentarios sobre el escritor Arnaldo Calveyra, sobre el “doctor Calveyra” como se lo nombra:

“Te escribo después de haber encendido un estupendo fuego en la chimenea del living, ayudado por Arnaldo que es el rey de rejunte de ramitas secas y otras materias combustibles (1965)”. En una carta anterior, dice: “Hemos hecho picnics sensacionales en los caminos y en los bosques, y ahora volvemos a una vida hogareña en la que Arnaldo hace de leñador, labriego, arador y demás actividades rusticas, todo lo cual parece gustarle”… Son descripciones sensacionales, pues es una manera de encontrarse con el Calveyra de 42 años.

 

Tomado de: El Miércoles digital.