Posdatas a Papeles de Ana. Cartas de Gloria Peirano y María Inés Krimer

 

En Papeles de Ana, la última novela de María Inés Krimer, publicada por editorial Obloshka, abundan las cartas, un género que nos es tan querido, que nos gusta tanto leer y también escribir. En la presentación de la novela, la escritora Gloria Peirano decidió continuar el hilo y le escribió una carta a Ana, la protagonista de la historia. María Inés (o, mejor dicho, Ana), responde. Dos hermosas y profundísimas reflexiones sobre la escritura, su centralidad y sus márgenes, la vocación y los deseos. 

 

Querida Ana:

Como dice Natalia Ginzburg, es verdad que no nos escribimos desde hace un montón de tiempo. Pero, sin embargo, cuánta intimidad. ¿De qué está hecha la intimidad? ¿De qué está hecha la intimidad entre un personaje femenino de una novela y una lectora? Creo que tiene que ver con un suave e ignífugo movimiento de aparición y desaparición. Lo que se resta, más de lo que se suma. Dice un poema de Alicia Genovese: “hablar/como si el murmullo fuese/ el aire que azora/ las cortinas/ como si el lenguaje/armase y desarmase el movimiento”. ¿Dónde estás cuando escribís las cartas? Tengo tantas preguntas para hacerte. En tus cartas, leí por separado las postdatas, una tras otra, como el género que son en sí mismas: ese último decir antes de irse, oficialmente menor, pero subrayado, un breve escalón que se sube antes de entornar la puerta. 

Ese desprendimiento controlado que es una postdata, atado a la carta, como si el lenguaje armase y desarmase el movimiento, refleja el modo en que la naturaleza de la escritura entrama los hechos: tus cartas de juventud, Ana, son cartas de un tiempo lento que ya no existe, en las que es posible detenerse en la vida breve y en la vida inmensa, la vida de una joven judía, provinciana, que llega a la gran ciudad, que quiere escribir, que usa mayúsculas y un masculino no ingenuo sino filosamente perceptivo para la palabra ESCRITOR. El judaísmo, la entrerrianía, la condición de mujer, la condición de escritora. En la materia del lenguaje aparece la huella, el hilo invisible: entre ríos, con minúsculas, ese espacio que ocupás con el deseo, tan joven, Ana, circundada por el río de la familia y sus tradiciones y el río del Partido Comunista. Dice Juana de Ibarbourou, citada por Emma Barrandeguy, nacida ella en Gualeguay, en Habitaciones: “…empecé entonces a conocer la dureza de los perfectos”. Deseo es una palabra demasiado transitada. Tal vez la palabra es anhelo. El espacio del anhelo entre dos ríos, ¿cómo se sostiene a sí mismo? Alrededor de ese anhelo de escribir parece volar, en círculos concéntricos, la bandada de términos que provienen del yiddish milenario, sus picos de aves mixtas incrustados en el español. El yiddish, acervo de palabras originarias del universo familiar, lengua sin gobierno, idioma de la resistencia y, al mismo tiempo, envoltura, arrullo, ropaje, amparo. Lo menor, lo minúsculo, lo periférico, lo extranjero en la lengua, lo extranjero en la lengua de la escritora, incluso (y más que nada, tal vez) en su propio idioma. Lo menor anhelante, Ana, que es como decir: la luz incidente o como decir la luz que se esfuma cuando la mirás. Dice Hélène Cixous en La llegada a la escritura: “¡Suéltate! ¡Suelta todo! ¡Pierde todo! Toma aire. Hazte mar adentro. Hazte de la letra. Escucha: nada ha sido hallado. Nada se ha perdido. Todo está para buscarlo. Anda, vuela, nada, salta, corre, cruza, ama lo desconocido, ama lo incierto, ama lo que aún no fue visto, ama a nadie, que tú eres, que serás, déjate, libérate de las viejas mentiras, atrévete a lo que no te atreves, ahí es donde gozarás, haz siempre tu aquí de un allí, y alégrate, alégrate del terror, síguelo por donde tienes miedo de ir, lánzate, ¡es por ahí! Escucha: no le debes nada al pasado, no le debes nada a la ley”.

¿Sabés, Ana? Soñé que nos veíamos, en ese bar que podría gustarte tanto, cerca de la librería, y me hablabas de tus viajes, el primer gran viaje a Buenos Aires, el otro a Moscú y los posteriores. Me mostrabas esos recorridos, eran tus papeles. Desde la fascinación por la vida literaria de Buenos Aires hacia ¿qué? Desde la casa familiar de la calle Diamante hacia ¿dónde? ¿De qué está hecha la intimidad? ¿De qué está hecha la intimidad entre un personaje femenino de una novela y una lectora? En la respiración. No te lo pregunté. En la respiración propia del anhelo, tímida y osada al mismo tiempo, (“siempre tengo miedo porque soy valiente”, dice Silvina Ocampo) que te hizo girar y sobregirar en torno a la ley omnipresente del mundo masculino, la del Partido y la del ámbito literario, encarnada en los años sesentas en una validación jerárquica y lineal entre pares. 

Dejame decirte, Ana, que me resulta preciso y precioso que el modo no sea el lamento o la denuncia, que hayas logrado subjetivar las condiciones de un campo de poderes dentro de una voz, porque ese aliento narrativo es el que permite la intimidad y la transformación. Lo atravesaste, sin abandonar esa especificidad del aire propio. Lo menor es estratégico, lo periférico en tus papeles no está romantizado, no es un relato de ninguna superación. Decís papeles, no escritos. Y la contigüidad de las frases hechas que se desprenden de esa palabra y que nunca mencionás, pero yo sí (hacer buen papel, floja de papeles, hacer el papel de, ir a los papeles), se enlazan con ese profundo paisaje fluvial, que se lee en: 

El padre hunde los remos. Hace calor en esa siesta y la mirada alcanza un horizonte de islas y agua. Con solo levantar la cabeza, se puede ver, en toda su anchura, la Bajada Grande. Una isla forma una masa compacta, pero otras parecen cintas verdes, achatadas.

[…]
Qué escribís pregunta el padre.
Ella cierra el cuaderno.
Nada.

Nada. Papeles. Es verdad que no nos escribimos desde hace un montón de tiempo, pero me pregunto, Ana, ¿escribir papeles es hundir los remos? El sustantivo carta pide para sí mismo un destinatario, que muestre su semblante abstracto, intrínseco, en la preposición a. Una carta siempre se le escribe a alguien. Del mismo modo funciona el sustantivo miedo: se tiene miedo a equivocarse, miedo a las tormentas, miedo a salir. Hace días que vengo pensando en esto. Otros sustantivos, como foto, escultura, escrito, precisamente, piden (¡cuánto piden los sustantivos, Ana!, no llevan mayúsculas en español, pero ¡qué gente demandante!) una representación: una foto de, una escultura de, un escrito sobre. Papel, en cambio, no es que no pueda recibir atributos, solo que son opcionales. Alrededor de esa palabra aparece otro paisaje. Más vacío, más tenue, más libre. ¿Es un sustantivo proletario, Ana? ¿Si creemos que escribimos papeles, es entonces cuando hundimos los remos? Dice Federico Falco, en Los llanos, que leer la descripción sobre el campo abierto sea como caminar sobre el campo abierto.  

Luego, Ana, recibís cartas de otras personas. Tu voz joven ya no existe, ya no se lee. En ese silencio absoluto de una escritora adulta, está para mí, la cifra más luminosa de tus papeles. 

Te abrazo. Espero tu carta. 

PD: Encontré un antiguo refrán en yiddish, seguramente lo conocés, te lo comparto: Dos lebn iz nisht mer vi a jolem, ober mer mich nit oif. La vida no es más que un sueño, pero no me despiertes.

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Querida G:

¡Qué emoción recibir tu carta! En Capilla hay una primavera temprana, una alegría torpe. Ignoro el porqué de esa alegría, porque estoy sentada en el umbral de la casa. Escucho el viento, siempre me dice algo. Vuelven los días con más luz, el verde estalla, los almendros rojos bordean el cerco. ¿A cuál de mis vecinos detesto más? ¿El alemán que usa guantes para cazar? ¿La mujer que escucha radio a todo trapo? ¿El verdulero que aparece con toneladas de radicheta? ¿El verbo que los hace caminar, gritar, anunciarse en la puerta? Todo me distrae de la escritura. Papeles, decís. Encima, proletarios, ¿sabés que sí? Ese calificativo le encantaría a Fina Warschaver. Espero un día luminoso de justicia para una narradora que hizo equilibrio entre la maternidad, el trabajo doméstico, la militancia y la escritura. Mañana comenzaré. No tengo nada más que un papelito. Eso es todo. Debo salir. Debo cumplir con el programa que me había fijado. Debo salir. No importa que no haya escrito una sola línea. Mañana, sin falta, comenzaré sin vacilaciones, sin dudas, sin buscar paliativos so pretexto de elegir temas. El tema está, me embarga, ha sido elegido para mí: “Suicidio por un piso encerado”.

Te debía esta respuesta. O mejor dicho, la demora fue por la emoción al recibir tus noticias. Tanta intimidad entre nosotras. Mi errar por distintos lugares, ¡me conocés tan bien! Es una peregrinación hacia adentro. Soy ajena a mí misma antes de serlo para los demás. Leíste con agudeza el filo de las posdatas, por separado, al señalar el modo en que la escritura entrama los hechos. Por cierto, las pensé en ídish, ese picoteo al castellano. ¿Cómo ser inmigrante en mi propio idioma? Las palabras no corresponden a una transliteración correcta, sino a un sabor oído. Las aprendí  escuchando a mi bobe hablar la jerga de los judíos en el exilio, el meidale que me acunó de chica o el bisele de pan con el café con leche. Las posdatas son shpilkes, alfilerazos. Qué lectora atenta resultaste, mi querida. También decir yo es decir otra. 

Anoche, truenos y relámpagos. La tierra tembló a eso de las cuatro, se desencadenó una tormenta después de semanas cargadas de humedad. Al otro día el cielo era una placa oscura. Me calcé las botas y salí. Eso es todo. Debo salir. Caminé para rumiar tu carta. Citaste a la Cixous. Corrí a buscarla: “Hablar (gritar, aullar, rajar el aire, la rabia me impelía a eso sin descanso) no deja huellas. Tú puedes hablar -eso se evapora, los oídos están hechos para no oír, la voz se pierde- ¡Pero escribir! Sellar un contrato con el tiempo. ¡Anotar! ¡¡Hacerse notar!!”. Volveré a ese mantra (lo prometo). Cuando consideramos fracaso lo que no es un éxito absoluto, hay pocas alternativas. La literatura es una vara alta y hacemos equilibrio en la cuerda floja. Pienso en Alejandra. ¿No tuvo miedo cuando alquiló ese cuarto en la plaza Clichy? ¿Qué fuerza le permitió olvidar el miedo? Y Emma Barrandeguy buscando otras habitaciones, ¿no tuvo miedo, siempre extranjera en Buenos Aires?

Seguí caminado. Giré la cabeza para mirar la casa. La puerta estaba abierta. Valentina y Norberto fueron al pueblo. Ahora ellos pasan largas temporadas acá, van y vienen, se encargan de las compras, cocinan, juntan mis papeles. Un año me obligaron a pintar las paredes, otro, a remodelar la cocina. No me dejan conducir, temen que termine en el fondo de la barranca. Ahora debo concluir un capítulo y, como te imaginarás, estoy insoportable. Otras vez las palabras. Algunos días me enclaustro en la biblioteca municipal y puedo corregir sin que nadie me interrumpa. Desde hace un tiempo llevo un diario para descargar todo lo que me pasa por la cabeza mientras me la golpeo contra una pared invisible. Me pierdo en rizomas. ¿Es posible escribir de otra manera? Escribir un lenguaje dañado, desde los escombros.

Al llegar al borde del cerro empecé el ascenso. Las luces de las palmeras. Las sombras de los molles. La respiración, armar y desarmar el movimiento. En una carta anterior me acercaste a Thoreau. “El camello es el único animal que rumia mientras camina”. Rumiar la novela. Un verbo, qué regalo. Cada vez se vuelve más necesario regresar al lenguaje, la relación entre las palabras y lo real, escarbar, qué decimos cuando decimos. Me preguntás dónde estaba cuando escribí esas cartas. ¿Eso importa? Continué pensando en Cixous: “Todo en mí complotaba para vedarme a la escritura: la historia, mi historia, mi origen, mi género. Empezando por lo necesario, lo que me faltaba, la materia en la cual la escritura se talla, de la que se arranca: la lengua”. Qué sabia sos al mencionar a la autora, siempre tan atenta. Quien intenta acercarse al pasado tiene que comportarse como alguien que excava, no tener miedo de volver (otra vez el temor) a la misma situación, revolverla como la tierra de las macetas.

Cuando llegué a la cima, miré hacia abajo. Me senté. Respiré hondo. Mi mirada abarcaba el valle interminable, hecho de árboles y cielo. Saqué el barro de las botas con una ramita mientras recordaba la visita a la casa del poeta, siempre la mezcla, los tíos, el viaje a Moscú, el ídish, Juanele. Nos llevó la maestra de sexto junto a chicos de otras escuelas. Habíamos estudiado un poema de memoria: “Corría el río en mí con sus ramajes/ era yo un río en el anochecer/ y suspiraban en mí los árboles”. Las imágenes se agolpaban en mi cabeza. Desde la casa del poeta, en la barranca del Paraná, se podía ver la isla con sus bordes dorados, arenosos, la costa de Santa Fe. En el jardín cultivaba papas y zanahorias. Juanele nos hizo pasar a la cocina y nos convidó con mate y galletitas dulces.

Te abrazo.

Ana

PD. El bar de la esquina cambió de dueño. Pero nuestra mesa sigue en su lugar. Es verdad que no nos escribimos desde hace un montón de tiempo pero ein sho in ganeidn iz oij gut, una hora en el paraíso también vale la pena.

 

***

Gloria Peirano es novelista y docente universitaria. Es Licenciada en Letras por la UBA. Publicó Miramar (2da. Mención del Premio de Novela de Página/12-2007) en 2012, por El fin de la noche, Las escenas vacías en 2016, por el Ojo del Mármol, “Manual para sonámbulos”, (en: El lago helado, Papel Cosido, UNLP) en 2019 y La ruta de los hospitales, (Segundo Premio del Concurso de Novela del FNA-2017, novela finalista del Premio Rómulo Gallegos 2020) en 2019, por Editorial Alfaguara. Es co-coordinadora del Laboratorio de Escritura Académica (LEA) en UNTREF y Profesora Adjunta, en la misma universidad, de la materia Textos Académicos, en la carrera Gestión del Arte y de la Cultura. Es Profesora Titular de Morfología y Sintaxis, en la carrera Licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA. Es coguionista de las películas “El día nuevo” (2016), “El estanque” (2017) de “La deuda” (2019), dirigidas por Gustavo Fontán.

María Inés Krimer nació en Paraná, Entre Ríos. Publicó las novelas La hija de Singer (Sudamericana, Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, 2002), El cuerpo de las chicas (Editorial Tantalia, 2006), Lo que nosotras sabíamos (Premio Emecé, 2009), Sangre kosher (Aquilina, 2010, traducida al alemán y al italiano), Siliconas express (Aquilina, 2013), La inauguración (El Ateneo, Premio Letra Sur, 2011), Sangre fashion (Aquilina, 2015), Noxa (Revólver, 2016) y Cupo (Revólver, 2019); estas dos últimas novelas fueron finalistas en 2017 y en 2020 del Premio Hammet. Participó en El género negro en cinco autores latinoamericanos (Babel, 2018). En 2021 publicó Papeles de Ana (Obloshka). Sus relatos integran diversas antologías.

 

Tomado de: El Cocodrilo.