Isla urbana. Nuestra parte de noche. Por Felipe Hourcade

 

Isla urbana es una noción desarrollada por Josefina Ludmer en Aquí América latina. Una especulación (Eterna Cadencia, 2010). Se trata de un espacio con límites precisos, ubicado adentro de una ciudad. (Cabe aclarar que Ludmer lee, en el año 2000, que, en la literatura latinoamericana, la literatura urbana absorbió a la literatura rural). Las ciudades del presente están “brutalmente divididas”, en su interior tienen “áreas, edificios, habitaciones y otros espacios que funcionan como islas”. Voy a servirme de la noción desarrollada por Ludmer para leer espacialmente. En este caso, articularé algunos de los espacios representados en Nuestra parte de noche (Anagrama, 2019) de Mariana Enríquez con claves que permiten pensarlos como islas urbanas. 

 

La casa de Villarreal

Los límites de las islas urbanas son precisos, pero “se puede entrar: tiene límites pero está abierta, como si fuera pública”. Cuando Gaspar, Adela, Pablo y Vicky están por entrar a la casa de Villarreal, el único que no está preocupado por si la puerta puede ceder a la palanca —que lleva consigo— es Gaspar. Porque tiene poderes, los de la Oscuridad. “La puerta se iba a abrir, eso Gaspar lo sabía”. La isla urbana está abierta para todos: como la casa de Okupas, solo hay que forzar el acceso. La primera puerta que tienen que atravesar es el portón enrejado del frente, cerrado por un candado. Gaspar finge manipularlo, “sencillamente lo tomaba entre los dedos y la puerta se abría bajo su mínima presión.” La segunda es la puerta de la casa propiamente dicha, de hierro, no parecida a la original, como si hubieran sacado la madera para cerrar mejor la casa. La palanca. Gaspar la saca, y finge otra vez: “hacer fuerza, apretar los dientes, hacer palanca. No estaba haciendo, en verdad, más que apoyar el fierro en la juntura de la puerta. Ya se había abierto.” Los cuatro amigos entran a la casa de Villarreal. En el interior de la casa había luz, una luminosidad que parecía eléctrica (hecho insólito, porque del techo no colgaban lámparas, solo agujeros con cables viejos); olía a desinfectante; había un zumbido extraño, percibido mayormente por Vicky; parece que falta oxígeno, o que está mal ventilada. Apenas entran, “junto a la puerta, del lado de adentro”, Pablo es quien se percata primero de la amplitud del espacio “Es demasiado grande —dijo sin mirarlos—. La casa. Es más grande de adentro que de afuera.” La casa es otra por adentro. Afuera, parece abandonada y oscura. Adentro, está repleta de objetos e iluminada. No voy a detenerme en la descripción de los objetos, porque sería larga y no viene al caso; pero cabe destacar que la casa está hasta el tope de muebles y cosas, lo que resulta imposible de concebir vista desde afuera. Gaspar es el único que sabe que están en Otro Lugar. Le dice a sus amigos que no toquen nada, porque si tocan algo la casa no los van a dejar salir nunca, se les va a pegar; así les dice, en voz alta, con miedo a que la casa escuchase su voz. Pero quizá más importante que esta certeza de Gaspar, sea la atracción del espacio que sienten él y Adela. “Él también sentía, aunque en menor medida que Adela, la atracción: tenían que irse y no querían o algo los retenía.” 

            Volviendo a la espacialidad de la casa, que es más grande por dentro que por fuera, Ludmer dice al respecto de la isla urbana que “en ese territorio las relaciones topográficas se complican en relaciones topológicas, y los límites o censuras identifican a la isla como zona exterior/interior: como territorio adentro de la ciudad (y por ende de la sociedad) y a la vez afuera, en la división misma” (Uno de los ejemplos aportados por Ludmer es la casa vieja de Okupas). Luego de varios años —siguiendo la cronología de la novela—, Gaspar quiere saber si era cierta la diferencia de tamaño y espacio entre el afuera y el adentro; y tres de los amigos se reúnen para hacer un mapa de la casa. Mejor dicho, dos mapas: uno exterior, el otro interior. 

            Los personajes avanzan. Vicky escucha un zumbido que los demás no escuchan, Pablo siente que una mano lo agarra, Gaspar busca una salida, intuye qué hacer. Un suceso extraordinario se produce. Las leyes que rigen en el adentro de la casa son las leyes de la Oscuridad. Hay un esfuerzo por parte de los personajes para evitar que se produzca el suceso. Pero es imposible. Adela sale corriendo por el pasillo, Gaspar intenta retenerla. Ella cae y se da el mentón contra el suelo, le mete los dedos en los ojos a Gaspar y sigue adelante. Vicky también intenta pararla. Pablo corre, jadeando, no puede. Después la siguieron “por un pasillo imposible de largo, imposible que existiese en esa casita, metros y metros, con el piso de madera algo sucio, pero no abandonado, y las paredes con un empapelado de flores de lis. Los tres vieron cómo Adela abría una puerta que debía llevar a una habitación.” El suceso extraordinario se produce. Gaspar, guiando a sus compañeros para salir, sabe que no pueden adentrarse más en la casa. Lo que hay más allá está muy lejos de cualquier localización topográfica, porque ese más allá es la Oscuridad. Los personajes de la isla, dice Ludmer, “están afuera y adentro al mismo tiempo: afuera de la sociedad, en la isla, y a la vez adentro de la ciudad, que es lo social…”. Por más que la isla urbana se encuentre ubicada en una ciudad, las leyes que rigen a la ciudad no son las mismas leyes que rigen a la ciudad/sociedad. Después del suceso extraordinario, Pablo le dice a Gaspar “dicen que lo que vimos adentro fue una ilusión óptica.” 

 

El departamento de Stephen en Cheyne Walk 

Las leyes de conducta que rigen en el departamento de Stephen en Cheyne Walk tienen que ver con el clima de época, la década del 60 en Europa. Esta vez, la voz que narra es la de Rosario —madre de Gaspar. Siguiendo la cronología de la novela, el relato de Rosario es anterior a la entrada de los amigos en la casa. Inglaterra 1967: Jimi Hendrix vivo, viajes de ácido sin culpa, fumatas de hachís, hippies y travellers y cientos de neopaganos y místicos poblando el país. El espacio de lo contemporáneo —tanto adentro como afuera de la casa— encuentra su puerto en un esoterismo ambiental que afectaba, influía, a los jóvenes. En la casa de Stephen en Cheyne Walk, se hablaba de la policía del pensamiento, de Willian Blake y de Hölderlin y se leía a Castaneda y a Blavatsky, se miraban cuadros de Escher para estimular los viajes, se discutía sobre hechos sobrenaturales como ovnis o hadas en el campo, se consultaba el I Ching, se usaba la ouija, se discutía si el mejor Tarot era el de Crowley o el de Waite, dice la narradora; “Nuestro epicentro era la casa de Stephen en Cheyne Walk, cerca del río, en Chelsea.” Una isla urbana: un espacio dentro de la ciudad que tiene sus propias leyes. Porque si bien estas leyes, en este caso en particular, son permeables, lo son solo para una parte de la población: aquellos que tomaban ácido, fumaban hachís, eran hippies y travellers; aquellos que, justamente, estaban o iban en contra de las leyes establecidas por la sociedad. Los caprichos de la conducta, dentro de la casa de Stephen, pueden desarrollarse sin que las leyes de afuera intervengan para prohibirlo. Adentro, no hay policías.

            Dice Ludmer: “Los habitantes de la isla se definen en plural y forman una comunidad que no es la familia ni la del trabajo ni tampoco la de la clase social, sino algo diferente que puede incluir todas esas categorías al mismo tiempo, en sincro y en fusión.” Es lo que sucede, indefectiblemente, adentro de la casa de Stephen, con los habitantes de esta isla urbana; la identificación con el otro no se produce a través de lo familiar, de lo laboral o de la relación entre miembros de una misma clase social, sino que se trata de algo diferente, ese algo diferente es el esoterismo ambiental que afecta a los jóvenes de la década del 60 en Europa. Entonces, podría decirse que esta isla urbana es un reflejo de cierto grupo de la sociedad. 

 

La Colmena

En La Colmena, un club nocturno de Soho, Londres, un lugar para homosexuales y queers, que cerró a principios de 1969, regían las mismas leyes que en el departamento de Stephen. Otra isla urbana: a los habitantes los une el esoterismo ambiental y no puede entrar cualquiera. “Había que tocar una pequeña puerta marcada de verde en una calle corta, y un ojo del otro lado preguntaba si éramos miembros, aunque no había membresía, Colmena no era White’s, se trataba de un método para evitar a la policía.” Dice la narradora, Rosario, y, más adelante, cuenta que durante un tiempo tiró las cartas del Tarot en La Colmena, en una mesita cerca de la barra. Haciendo foco, las puertas de La Colmena en realidad sí están abiertas, sí es un lugar público, porque la clave es fácilmente falseable: basta con ser un joven con ganas de beber, drogarse, coger, tirarse las cartas, etcétera; basta con ser un joven que se mueve en el ambiente. A excepción de la policía, a La Colmena puede entrar cualquiera. 

 

 

Acuarela: Mariano Zampar. Instagram: @mariano.zz

 

Felipe Hourcade nació en Concordia (1999). Escribe narraciones. Desde 2017 reside en Rosario (Santa Fe), donde estudia Letras en la Universidad Nacional de Rosario. En 2018 llevó adelante Revista Camalote, junto con algunos compañeros de Letras, hasta 2020. En 2021, publicó el libro de cuentos La fragilidad de los héroes solitarios (Fluir Editorial, Concordia). Integra la antología Entre Orillas. Cuentos de autores entrerrianos (Editorial Municipal de Paraná, 2022). Actualmente, es co-administrador de Autores de Concordia y forma parte de la Comisión Editorial de Revista El Cocodrilo.

 

Tomado de: Revista El Cocodrilo.