Fragmento de "Invitados a los cuentos de María Esther de Miguel", por Daniela Churruarín
Antología: Invitados a los cuentos de María Esther de Miguel
Conviene comenzar esta antología por lo que significa, en su sentido etimológico, este vocablo, que proviene del griego, y significa flor en su primera parte y escoger en la segunda; lo cual puede traducirse como selección o escogido de flores. En lo que respecta dentro de la literatura, consiste en una colección de lo mejor o más destacado dentro de una producción escrita, tanto de un conjunto de autores, como de una selección por cuenta del compilador sobre un autor en particular.
La producción de María Esther de Miguel comprende cinco libros de cuentos, una nouvelle, una biografía, un libro de memorias y diez novelas. Para este caso en especial se ha efectuado una colección de su realización como cuentista, o cuentera, para utilizar sus propias palabras, que tan bien pinta en personajes e historias de nuestra tierra.
“Yo digo siempre que soy simplemente una cuentera. Es decir una persona que, llevada por su vocación fabuladora, ha buscado explicarse y explicar el mundo a través de ficciones que espejan la realidad en la cual, por azar existencial, me encuentro; quizás más como testigo que como protagonista. Provengo de una región argentina rica en historias y leyendas. Hablo de Entre Ríos y Larroque, un pueblo muy pequeño ubicado entre Gualeguaychú y Gualeguay, terruño áspero y montaraz (…). Un pueblo, que sabe de la dureza de la naturaleza y que ha sido recipiendario de razas muy diversas, que van desde los indios indómitos (aquellos que se comieron a Solís) hasta los laboriosos contingentes inmigratorios de italianos, alemanes, españoles. (…) Y así he tratado de expresarlo en mis obras.”
La investigación literaria es un viaje tras las huellas del significado de las palabras, en busca de resolver los enigmas que se esconden detrás de ellas. El estado de tensión surge entre quienes sostienen que la literatura solo debe ser gustada, placentera y recreativa, frente a quienes han intentado llevar los estudios al punto de la investigación científica, propia de las ciencias experimentales. Anclando en un punto intermedio, en esta advertencia al lector, se intentará realizar una aproximación a la estructura que utiliza de Miguel, como así también a los tópicos y giros gramaticales que, en definitiva, caracterizan su literatura, entendida esta última, como una creación estética propia de un contexto determinado, lo que suele decirse como el escritor y su tiempo, ya que resulta impropio separar a la producción de su paisaje, cercanía o márgenes, o absurdo conferir al cuento su propia autonomía.
Las diversas críticas aparecidas en diarios y revistas, como así también a modo de prólogo de sus libros, incluyen a María Esther de Miguel dentro del conjunto de escritoras de la década del 40 al 70 junto a Alicia Jurado y Sara Gallardo. Dichas críticas engloban a su obra dentro de lo llamado como ruralidad o de vidas pueblerinas, lo que también se encuentra tanto en Sara Gallardo como Emma Barrandeguy. La gestación proviene de una mujer en transformación que bucea en sus orígenes para emerger a la superficie con relatos de honda raigambre criolla. El paisaje en la literatura argentina, nos dice Juan Pinto, constituye la trilogía del hombre: tierra, cielo y tradición; en definitiva, contar la propia aldea para ser universal.
La trama profunda de la narrativa de de Miguel se presenta al lector en medio del asunto, es decir, a mitad de los hechos, como un modo particular de generar complicidad en esa conversa fortuita y genuina que tienen los encuentros ocasionales entre un avezado, que lo sabe todo, o casi, y quien se asoma por la rendija para indagar en lo oculto. Pero por otra parte, y en consonancia con el postulado de Ricardo Piglia en Formas breves, el cuento, en realidad, trabaja sobre dos historias, es decir, tiene un carácter doble: la primera y más elemental que aparece fácilmente distinguible, mientras que la segunda queda subordinada a esta y, por lo tanto, más profunda, invisibilizada, casi como un sostén de la otra. El lector entonces, encuentra más elementos que quedan sin definir, sin explicar ni desarrollar, para seguir rumiando, en sus reflexiones, todo eso que no fue dicho ni contado. Es una decisión que toma quien escribe, la de contar lo que desea y dejar librado lo demás para que otro, el lector, lo complete con su acerbo personal. Los cuentos de María Esther tienen la marca de lo que queda sin decir casi como un sello en el agua.
Cuento viene de contar numéricamente, por lo tanto, al decir de Enrique Anderson Imbert, al enumerar objetos y detalles, el cómputo se hizo cuento. Se trae aquí, del mosaico que el mismo autor propone a lo largo de la historia y la evolución de la definición de cuento, su propio postulado:
El cuento vendría a ser una narración breve en prosa que, por mucho que se apoye en un suceder real, revela siempre la imaginación de un narrador individual. La acción —cuyos agentes son hombres, animales humanizados o cosas animadas— consta de una serie de acontecimientos entretejidos en una trama donde las tensiones y distensiones, graduadas para mantener en suspenso el ánimo del lector, terminan por resolverse en un desenlace estéticamente satisfactorio. (Imbert, 1992, p.35)
Por estas páginas desfilan señoras chismosas y de vida liviana, hombres de campo adentro de curtido coraje y lealtad, y en otros casos, con sed de venganza; mujeres deformes, hombres y niños idiotas, almas en pena, aparecidos y lobizones y gente que hay que uno ni conoce, junto a una paleta de colores que plasma en el lienzo lo que significa la vida en los pueblos, bajo el sol ardiente de la siesta, en los campos llenos de yuyales, junto al río, en casas abandonadas o en los arrabales de vías y trenes. Puede decirse que la narrativa deja al descubierto a la mujer y al hombre de su tiempo y en su terruño, con los avatares que les son propios.
Por otra parte, los cuentos aquí reunidos de María Esther, se parecen, juntos, a una novela de iniciación en la que una pequeña niña no vive, sino que simplemente espera. Espera crecer para develar los misterios, para ir a la escuela, para aprender a leer, para estudiar una carrera, para comprender, al fin, el significado de una vida que no termina de saciarse. Los relatos también están sembrados de muerte, algunas en el pueblo, otras en su casa, las más a lo largo de ese paso entre la niña y la adulta, o entre la ficción y la realidad, o entre lo que significa abandonar la fantasía, la ingenuidad para ingresar al mundo adulto y serio, repleto, pletórico de certezas.
De Miguel es una observadora aguda tanto de los detalles como de la crudeza con la que presenta el texto, ocasionando, por momentos, que el lector levante la vista, respire y aleje su pensamiento hacia otros rumbos. De Miguel dice en sus cuentos, pero a la vez, muestra. Sus textos son pictóricos, delinean cada pequeño universo urbano o bucólico, si bien se construyen en el tiempo con una lupa que los acerca a un presente. A sus textos les gustan las reminiscencias, las anécdotas, los casos y los ejemplos que desovilla en el pormenor de las estancias más íntimas.
Acercándonos a todo lo antes dicho, y para un mejor encuentro con la obra, esta edición se ha diseccionado en partes. La primera de ellas, Sitios, es la puerta de ingreso a esta selección con cuentos como El pueblo que le otorga un marco general al lector, casi referencial para la obra, e histórico en sus detalles. El mismo conlleva las discordancias, controversias en incoherencias, casi como una lógica existencial, tanto en el destino de sus habitantes como en el crecimiento del poblado. Allí, en un lugar perdido entre los campos de Montiel, crecen los pastizales y también la vida, la misma que se deshoja en aburrimiento o se desluce en el polvo de sus calles, a comienzos del siglo XX. No escasean las reseñas o alusiones para un lector competente que, a lo largo de toda la cuentística de María Esther de Miguel, se plantan como un mojón por estas geografías, esas que todos podemos concebir o conocer a lo largo de Entre Ríos. Ceybas City es una recreación de los boliches, típicos en su forma y función, símbolo de reunión de los parroquianos al calor del alcohol y los naipes, no exentos de la rusticidad y crudeza de las huellas del tiempo, esas que quedan estampadas en la piel curtida de rostros y manos. El castillo y el lobizón se integra a la vieja leyenda del hombre lobo en sus diversas y prolíficas vertientes, a tono con las tradiciones del lugar, tal es el caso de las carnestolendas o fiestas de carnaval; para dar cierre con La sombra que suma al conjunto de lo general, un relato particular de creencias, en donde los espíritus pueblan y protegen del mal, el que siempre se esconde detrás de fenómenos naturales, como los dioses de las tormentas, de la intemperie y del imperio de cronos. En La sombra se alude a que la casa esté guardada, dicha expresión proviene quizás de la interpretación de la casa como lugar donde refugiarse y guarecerse. La casa debe tener un guardián, en este caso la del alma que la habita. El Profesor Héctor César Izaguirre, corrige en su conversación para este estudio, y afirma hoy que los cuentos de María Esther, al igual que Rulfo a quien también ha estudiado, se ubican dentro del Realismo Mágico, es decir, como una ampliación de la llamada realidad nacional, que se ve acompañada ahora por una serie de situaciones, temas, que eran marginales o considerados cosas del pobrerío en otro tiempo, y que se relacionan con creencias que vienen desde muy lejos, a las cuales, la literatura actual ha retomado, recreado y vindicado.
Hombres se construye con un conjunto variopinto de personajes ejes de nuestra tradición, la que se remonta a los primeros gauchos de esta tierra, con pocos derechos y obligaciones por demás. En estas últimas se centra el de llevar el pan a la mesa, de acompañarse con china y críos en un rancho cerca de la providencia del río. La relación con el patrón, como peón de estancia o conocedor de la zona, lo coloca en un lugar de filiación. En otras se entrevé el territorio que dominan quienes saben leer, por ejemplo, por encima del conocimiento que solo brinda la experiencia del vivir de los que poco o nada tienen. Las creencias están en línea con los mandatos sociales de principios de siglo. Es allí donde emergen, por ejemplo, relaciones con ese primer gaucho canónico, como lo es el personaje de El gaucho Martín Fierro de José Hernández, el llamado de lo propio y genuino, cuando el Sargento Cruz alza la voz para defenderlo en medio del cerco que ha formado la partida para capturarlo, casi como siguiendo un hilo conductor en La cacería, donde el Jacinto Sánchez, Juez de Paz de Jardín América, siente un hondo pesar por la persecución a Salcedo, quien ha escapado por salvar su pellejo, resultado de haber matado a un hombre influyente que le birló a su mujer, casi también en simetría con lo ocurrido a Cruz. Por otro lado, Jacinto Sánchez, es un personaje que completa la circularidad de los relatos, o, dicho en otras palabras, la intertextualidad con otro de los cuentos, La creciente, en donde aparece su padre y pasado familiar, posibilitando así, conocer su historia completa.
(Continúa en la edición impresa)