Miguel Ángel Federik ahora entero en París
Baño del bar «La Coupole», 102 Boulevard du Montparnasse, 75014 París.
Es 16 de mayo de 2024 y Miguel Ángel Federik[1] (1951) llega a París. Su arribo forma parte de dos propuestas culturales, una más bien académica, sobre Jorge Luis Borges, y otra de índole personal: la presentación de Geografía de la fábula, libro que reúne su poesía, junto a una película dedicada a su vida y obra.
Durante el trayecto, que une el aeropuerto con la ciudad, por dentro Maf recordó las veces pasadas por aquí. No decía mucho de ellas, eran casi cometarios al pasar, pero en ese decir sí surgieron nombres. Algunos de aquella provincia originaria. Luego, una vez a la mesa y con el pacto que genera la cobertura de los libros, comenzaron a sumarse cada vez más: Alberdi, Emma de Cartosio, Alfredo Veiravé, Juan L. Ortiz, Arnaldo Calveyra… ¿Será que uno no puede renunciar menos a su destino que a su origen?
La lengua, más allá del lugar donde se ha nacido, es menos marca de origen que elección individual. De allí su destino. La permeabilidad de la lengua lo permite todo: actualizarse, crear nuevos significados, traer viejos y olvidados, adoptar extranjerismos, anexar usos del cotidiano al habla formal, es decir, no se modifica solo en una categoría como los nombres propios. Cuando una lengua muta, todo un mundo lo hace.
Las fotografías que no salen
Es 17 de mayo y pienso que, si Susan Sontang estuviera en el mismo cuarto con Maf cambiándose, tendríamos fotografías para un suceso documental. Se lo dije: «una foto tuya en cuero, con una faja de campo, en la cama al estilo Onetti, solo ella o Annie Leibovitz la harían bien». Apenas decirlo, recordé una frase de Monique Tur, esposa de Arnaldo Calveyra, cuando hablaba de Cortázar y su tiempo juntos: «no pensábamos en las fotos». Yo sí pensé en tomar algunas, pero no pude sacarlas. Estaba dominado por el pudor.
Momentos después bajábamos del tercer piso, salíamos del 55 de la rue Clisson y, al poco de andar, ya estábamos cuesta abajo por la avenida Les Gobelins con destino final en la Maison de la Recherche de París 3. Antes, al entrar en la Rue de Valence, pasamos por la casa de la familia Calveyra, en Rue Pascal, donde vimos desde abajo los ventanales y el balcón. A propósito, Federik escribió un poema:
LAS GAVIOTAS NO OLVIDAN
A Mario Daniel Villagra
¿Escuchas el Biévre, Arnaldo, lo escuchas?
Este mediodía con María y Mario hemos mirado
las cerradas ventanas de tu casa,
aguardando que las abriera tu sonrisa,
como quien espera el alba.
Y no se abrían, pero las gaviotas francesas
jugaban en el aire y nos alegraban
la callejuela hacia ese otro jardín,
donde seguramente tantas veces oíste
las flores y el aire que te devolvían a Mansilla.
pues las flores suelen tener en primavera
el diálogo de los colores de la infancia.
¿Quién pudiera en París tener un íntimo río
pasando bajo sus pies, viniendo ya de Entre Ríos
y habiendo sido fumigador de barcos junto
al Plata?
Las gaviotas no olvidan Arnaldo, y graznaban
sobre los tejados y transeúntes de la Rue Pascal
protegiendo su extinto y divagante reino
de trigo y aguas y molinos, ya callados,
como si las sostuviese volando tu palabra.
Pero ¿sabes una cosa? No supe que estaba triste
hasta que me pidieron que cantara.
Y no se iluminaban tus ventanas.
París, primavera del ’24.
Puntuales llegábamos al lugar del primer encuentro. Allí Sergio Delgado, asomado por una ventana, nos escuchaba desde el interior de un aula. Los barrotes entre el marco le daban una apariencia de preso en la universidad. Apenas se abrieron las puertas, comenzaron a ser cruzadas con total libertad por numerosos asistentes, la apariencia carcelaria era simplemente eso: apariencia.
Una vez dentro, Graciela Villanueva y Christophe Larrue guiaban a la concurrencia en la oralidad borgeana, presente tanto en sus textos corregidos y editados, como en los manuscritos. Ambos catedráticos lo hicieron de tal manera, con un talento inventivo y una disposición diagonal para compartir saberes, que daba gusto nada más escucharlos. A su turno, en ese clima académico y sin embargo relajado, las anécdotas de Maf con Borges sonaban vívidas y estimulantes, al punto de volver sensorial el deseo de querer escuchar más. Llegada la ahora, sonaban redoblados los aplausos.
Esa noche las palabras daban vueltas por mi cabeza y la emoción de querer escribirlas era tan real que, para poder dormir, cabía hacerlo. Darles vida y que fueran ellas quienes contaran esta historia, mi excusa para estar despierto aún.
Tercer día de Maf en París
Fuimos al cementerio de Montparnasse, casi como en una peregrinación, para cumplir la promesa de «visita» a Joseph Kessel y Arnaldo Calveyra. Por supuesto, también lo hicimos con la tumba de Agnes Varda, Carlos Fuentes, César Vallejo, Julio Cortázar y otras tantas que, gracias a sus epitafios, nos llamaban la atención.
Luego, ya ubicados en una mesa del mítico «la Coupole» y repasados algunos encuentros célebres en ese bar de la bohemia de los 40, 50 y 60 del siglo pasado, me animé a preguntar qué le había significado la «visita» de la tarde: «vuelven a mi recuerdo como si estuvieran vivos».
Día feriado
Lunes de entrevista en las instalaciones de Radio Francia Internacional, para la emisión del programa conducido por Jordi Batalle. Definitivamente este ha sido un momento agradable frente a un buen profesional de los medios de comunicación, al punto de distender y poner reflexivo a Maf con sus preguntas —tal vez estas notas quisieran ser iguales a ese registro, pero las palabras no llegan a tener la temperatura casi humana que gana el medio audiovisual. Aquí es donde me invade un deseo por dejar que todo muera en el olvido, porque las palabras no alcanzan y, sin embargo, me es imposible no hacer uso de ellas.
El rencuentro
Ya es junio y el volvernos a ver no ha sido tan distinto. Los poetas necesitan atenciones especiales, decía Saraví y Maf siempre lo repite: «los poetas pueden ser las personas más sensibles y las más insensibles». En la casa de Sergio Delgado esto se reafirmaría.
Si menciono (y recuerdo vívidamente) aquella noche, todavía me siento igual a un árbol creciendo entre dos tutores. Al escucharlos, memorizar sus palabras, leer sus obras y gestos, es decir, al tomar el encuentro como un todo, lo pienso y siento como una experiencia superadora del momento histórico. Se ha convertido en algo trascendental, casi mítico, a no ser por la palabra, mínimo vestigio material, que nos ata a este mundo por conocer (y conocernos).
Poco a poco, la conversación trajo consigo otros nombres: Zamarripa, Santich, Villanueva, ¡siempre Calveyra! Introducido en la conversación, Maf comienza un agasajo sobre sus últimos encuentros. En su recordar, con muchísimo cariño, respeto y admiración, Maf hacía hincapié en el gran cuidado de aquel por los amigos, por la amistad encarnada en ellos, y resaltaba que eso no implica para nada esconderlos, amezquindarlos, amarretearlos, sino lo contrario.
Esta actitud viene de no olvidar que ese amigo puede devenir en maestro para todos, que un amigo-maestro es como desear el bien a no importa quién —ojalá estas líneas puedan resucitar aquellos momentos y que, tomados por otros, cobren vida propia.
La situación de entrevista
Como sé que no es tu primera vez en París; en tu documental lo decís: «yo escuchaba esta música en París cuando tenía veinte años», además de este otro tópico de Heráclito, de que uno no pasa por el mismo río nunca, porque el río cambia y cambia uno también. ¿Qué diferencias y similitudes hacés con aquellos viajes y este que estás haciendo ahora?
—La primera vez vine con Gustavo García Saraví. Estuvimos en el Pont del Alma, en la Avenida Montaigne, en un hotelito que nos recomendó una chica en el aeropuerto, porque Gustavo no había pensado absolutamente en nada y ya estábamos en la sala de embarque. Así que tuvimos que inventar esa llegada, que además fue un lugar espléndido.
Coincidió que Luis Salvarezza estaba acá. Entonces, con Gustavo en el hotel que teníamos algunas conversaciones, desayunábamos juntos, después yo me iba por un lado y él se iba para el otro. Después nos juntábamos con Luis, salíamos, normalmente recorríamos museos, conversando juntos. Después vino el hijo de Gustavo García Saraví, «Gusti», que estaba en Roma, estudiando cine, haciendo cine. Vivíamos en la misma pieza juntos, con lo cual lo que me costaba diez, pasó a costarme cinco, y me pude quedar otro poco más. Iba a los comedores estudiantiles, conocí gente de México, de Colombia, hispanohablantes de todos los colores. Aquello fue una experiencia juvenil, tenía veintisiete, veintiocho años. Después vine dos o tres noches con María Victoria y luego con Lucía, que era hacerles de guía por la París turística elemental, educando a mis hijas. Después seguíamos viaje.
Esta vez es distinto, porque vengo con un programa, vengo a estar una semana, vengo a estar en un apartamento, a conocer gente y, sobre todo, a sentarme a una mesa a hablar y leer. Y hacer conocer modestamente lo que hago, lo que pienso, lo que escribo. Es decir, esto es una experiencia absolutamente distinta, tan distinta que se podría decir que es la primera vez que yo vengo absolutamente entero a París. Todas las otras veces venía un tal señor con pasaporte que pasaba de largo. Esto fue radicalmente distinto, totalmente distinto.
En la presentación de tu libro, el escritor español Marcos Eymar preguntó por qué la elección de la palabra «Fábula» en poesía, cuando ella está más asociada a la narrativa, al recuento de la historia… ¿Pensás que estas actividades tuyas, tu visita «entera», puede significar un elemento narrativo en la historia de las letras entrerrianas?
—En ese sentido estuvo correctísima la aclaración etimológica que hizo Hervé Le Corre: fábula, está íntimamente ligada con el verbo hablar. En consecuencia, si uno piensa la Geografía de una fábula como una geografía del habla, entonces, ahí mi palabra poética cobra un sentido dentro de la literatura entrerriana, en la cual yo reconozco mis maestros vivos y los leídos. Yo he tratado de mantener un lenguaje particular, propio de mi lugar, pero también propio mío. Es decir, despojándome de lo que sería un castellano neutro, universitario, que lo tengo. Soy cuaternario por la universidad, me ha tocado estudiar, dar clases, hacer tesis, dar exámenes, etc., etc. Digamos, un castellano que es el usual, de tránsito cotidiano. Pero, en el castellano que yo utilizo para escribir trato, en primer lugar, que me pertenezca profundamente.
Tengo una expresión perdida que dice «yo quiero que a mis poemas se le vean las enaguas de la tierra», es decir, que tengan una pequeña desprolijidad, un desvío de la norma aséptica. Trato de que la perfección no sea tal que lleve a lo gélido, sino que eso tenga el color del desvío, el error del desvío. En esos errores, en esos desvíos de los errores y errores de los desvíos, es donde a veces se produce un deslumbramiento de palabras. Si bien la metáfora es una construcción de una comparación de similares, más compleja menos compleja, más simple menos siempre, en definitiva es una construcción, una figura. A veces, dos palabras juntas no llegan a constituir una frase, pero cambian el sentido.
Entonces, esa forma de percepción de la lengua no gramatical, que no significa utilizar el sustantivo, el adjetivo o el verbo o los tiempos verbales, etc., no, no, no. Esto significa que las palabras se encuentran de un modo que generan un sentido distinto. Es como si uno fuera fricando, raspando, corriendo detrás de unas palabras que en algún momento llegan a una encrucijada y alumbran. Todo eso es una tesis un poco barroca y sumamente caprichosa, por cierto, pero es lo que siempre he practicado y es de donde salen ciertos hallazgos. Esos hallazgos me llevan a una escritura de capas sobre capas. Es lo que decía Sergio ‒Delgado‒, lo advirtió: una cosa profundamente intelectual o profundamente literaria, queda cubierta debajo de un pastizal que son los pastos de la Selva del Montiel.
Te invito a que hagas el esfuerzo de objetivarte, de ponerte en medio de la mesa como poeta y analizar como el Maf ensayista… Más allá de los centros consagratorios, como lo es Buenos Aires, ¿qué queda en París para la historia de la poesía de Entre Ríos, luego de una semana donde se habló de Borges, por ejemplo, se leyeron poesías, se presentó una película?
—Yo creo que la llegada y la recepción de determinadas personas, de lo cual he sido testigo, profesores, gente culta, escritores, traductores de otras lenguas. Ese hecho de confrontar en un mismo sitio, en un mismo lugar, esa otra palabra y que sea recibida con agrado y sorpresa con que ha sido recibida, quiere decir que esa palabra..., que tampoco es mía, mía es la búsqueda, no el hallazgo, el hallazgo ya venía. Creo que todo eso tiene buena salud y le hace bien a la literatura entrerriana.
Confrontarse en otras latitudes, con otros discursos, sonoridades, lenguas, es decir, confrontar en el sentido de exponerse y no oponerse. Pienso que esas lecturas, esas conversaciones que hemos hecho, tengan esas repercusiones. Para mí es afirmación, una autoafirmación en la calidad de lo que vengo haciendo, pero también es la calidad de lo que heredé. En ese sentido, para mí, este viaje es iniciático, es salir de buenas a primeras, romper la cáscara del huevo, a otros aires, a otras lenguas, a otras miradas, otras concepciones.
En fin, me parece que es creer en el poder de la palabra que he heredado y autoafirmarme en esa estima. Porque todo escritor está permanentemente en una búsqueda, en una ansiedad, en una percepción de un vacío de algo que tiene que venir. Yo he sentido esta vez en París que eso ha venido. Así como yo he visitado París, creo que los oyentes de varias lenguas también me han visitado, han visitado mi palabra, y eso ocurre pocas veces.
La contrapregunta es ¿qué te llevás? Quizás es reciente la pregunta, porque está todo fresco.
—Sí, sí, porque todas estas cosas más que pensadas son rumiadas, es decir, hay que esperar los procesos de la rumia. Pero sí, digo, me llevo la alegría de haber visto funcionar a mi palabra. Puede ser de mayor o menor calidad, complejidad, brillos, pero es una palabra que funciona y provoca una sensación. Ese suspiro después de leer un poema, yo lo he visto en entrerrianos en Entre Ríos, pero nunca lo había visto en París. Quiere decir que hay algo en esa palabra castellana que, a oídos de otros, suena en el mismo tono de sorpresa y de elevación.
En otras entrevistas ya lo has dicho, que luego de tu trabajo de abogado, a las siete de la tarde te ponés a trabajar en tu máquina, ya sea contestando un correo electrónico o revisando un poema u otro texto… Ahora que estás fuera de tu casa, qué hacés luego de las siete… ¿Se han ido escribiendo algunos poemas en la memoria, en alguna libreta?
—No, he ido anotando frases, instantes, para no perder esa idea, esa sensación, esa música originaria. Dejándolas para volver al templo secreto, doméstico, y poder desarrollarlas ahí sin las urgencias y las ansiedades de estar viajando. Escribir acá, mientras el noventa y cinco por ciento del día estoy escuchando la palabra francesa, es como estar escribiendo en el extranjero, no por el sitio geográfico, sino de estar escribiendo en otro sonido. Son expresiones e impresiones muy íntimas. Creo que eso me dificulta un poco; yo necesito escuchar. Es como si escribiera música castellana.
Las ideas sí; ya anoté eso de «las gaviotas no olvidan» y otras anotaciones para que no se me pierdan. Porque realmente se pierden. Eso de la palabra cazada al vuelo es muy cierto; esa idea aparece y, si uno no la registra, no la ata a la escritura, desaparece. No solo que desaparece, sino que la recibe otro. Suele pasar: el poema que no lo escribiste hoy, quedate tranquilo, en seis meses aparece escrito por otro.
Estás un poco a ciegas de lo que está generando allá, por más que la tecnología haya hecho creer que se acortan las distancias y los tiempos… Así como fue una incógnita con qué te encontrarías acá, también lo es con qué te vas a encontrar allá.
—Lo dije con lo del premio Konex: debe recibirse como un premio a una literatura, no a una persona, como un reconocimiento a una región, no a una obra. Porque esa persona y esa obra son ese colectivo. Que sea recibida con la gracia que debe recibirse algo que trasciende el mero individuo, la criatura menesterosa y mortal. Tiene que haber algo más. Se va a decir, quizás, dentro de cincuenta años, el primer Konex de Entre Ríos fue ganado por Miguel Ángel Federik. Bueno, fantástico, cuando digan eso van a estar nombrando a un entrerriano. Todo eso va a ser recordado como una alegría colectiva. Lo importante es que eso sea percibido hoy como una alegría colectiva, porque esa alegría alimenta el espíritu, la creación, ilumina, te da la claridad que es muchas veces más importante que los placeres de la egolatría.
Le Corre y Maf conversando sobre las traducciones.
¿Qué sensación te da escuchar tus poemas traducidos al francés?
—En primer lugar, mientras Hervé Le corre leía, venía haciendo una trampa, que era recordar el texto en castellano y hacer una rapidísima comparación con la traducción, que entendía o no entendía. A los tres segundos me di cuenta de que era una trampa, y que lo que tenía que hacer era lisa y llanamente abandonarme a la escucha. Cuando me abandoné a la escucha, ahí se produjo una cosa mucho más importante, que es una cosa que yo valoro muchísimo en las traducciones.
En la traducción de Hervé yo sentía el traspasamiento de la música de mis poemas, perfectamente trasladados, un semitono más arriba, un semitono más abajo, una ligera variación propia de la lengua francesa, pero la entonación de los versos, el respeto a la extensión musical de los versos, ya sean breves, ya sean medios, ya sean largos, todas esas secuencias rítmicas, sonaban en la traducción de Hervé. Lo más difícil es mantener ese ritmo.
Por lo demás, uno puede comprender el sentido integral del poema, pero si uno lo va a traducir sin ser traductor, se puede hacer una traducción literal. Va a transformar el poema en prosa, donde lo único que se traduce es la figura intelectual. En la traducción de Hervé se ha mantenido una tesitura rítmica que para mí es consustancial al sentido. Ahora, mantener esa consustancialidad rítmica de un castellano particular que es de Villaguay y no de Madrid, mantener esa rítmica en francés, creo que a un lector francés le puede dar una sorpresa.
Sobre todo si tenemos en cuenta que la épica en tus poemas está en el ritmo y no tanto, quizás, en la temática.
— Sí, en el ritmo. A ver, si pensamos que el francés tiene un acento fijo y el castellano un acento móvil, esa épica acentual que puede tener mi escritura, ese canto hímnico, celebratorio, pero épico y no lírico, trasladarlo al francés es una proeza de Hervé. En esa música de Hervé me reconocía.
La psicología dice que los sueños pueden ser una continuación de la realidad y que la diferencia está en el grado de intervención consciente de esta última… Todo eso para preguntarte, aunque resulte banal, ¿alguna vez soñaste o pensaste dar una charla en Sorbona?
—No, para nada, es absolutamente inimaginable. Nunca lo pensé ni siquiera como un deseo. Independientemente de tu intermediación terrenal, esto es un regalo de la magia.
Pero del trabajo también. Creo que la magia estuvo cuando, días antes de venir a París, nos enteramos de que desde Buenos Aires te dieron el premio Konex. Allí estuvo el abracadabra.
—Sí, se produce un encadenamiento de sucesos justificatorios de lo que ya estaba armado. Como si todo eso se armó, para que luego viniera esto y todo el mundo supiera de esto y de esto otro. Todo eso fue muy rápido y no me he dado cuenta de todo. Pero si sé que la concurrencia de muchos factores a la vez tiene un nombre: buenaventura. Hay un regalo de los dioses, que lo recibo con esa alegría y con ese mandato. Porque todo aquello que te es ofrecido, para algo te lo están dando. Esto no es mistificación alguna. La experiencia práctica de la vida ya me ha enseñado que, cuando me dieron demás, es porque algo tenía que devolver. Sucede por esa razón y además hay que cumplirla.
Juanele siempre repetía ante los agradecimientos naturales, rituales, que yo tenía con él. Juanele me decía: «no importa, no importa, pero devuélvalo», como diciendo que todo lo que uno recibe en buena hora debe restituirlo, transmitirlo, dejarlo a otros.
Quizás esa frase sea el justificativo de haber tenido esta situación de entrevista… Te agradezco nuevamente.
— No, te agradezco inmensamente a vos que has sido el verdadero artífice de todos los actos, tanto en Sorbona como en Cervantes, donde además he tenido la posibilidad de verte desenvolver con una gran soltura y respeto de los demás. Cosa que si me lo contás es un dato, pero distinto es verte en el Cervantes y cómo te tratan, verte en Sorbona y cómo te tratan. Además, ver el grupo de amigos queridos e importantes que tenés y cómo te responden.
Porque, es decir, vos no has traído, en mí, a un «rockstar» conocido, sino a un pobre muchacho que ha escrito durante muchos años, pero en definitiva es un pobre muchacho. Pero con la frutilla del postre de haber ido a Radio Francia Internacional, eso es absolutamente mágico. Algo habremos dicho, porque esos miles de reproducciones necesitan de un boca en boca. Digamos, es alguien que lo aconseja «ve esto», «ve esto», pues no entran miles de lectores a ver una entrevista solitariamente, entran porque alguien les dijo. Hay una red que mucho hace, en primer lugar el prestigio del medio y, por otro lado, la sagacidad del entrevistador que te saca algo de valor, más allá de lo que uno haya tenido pensado decir. Hay algo que descubre el entrevistador, pero que además lo hace en la tesitura de un programa secuencial, donde la gente va a verlo porque ahí siempre pasa algo. Tuvimos la suerte de estar ahí, en ese momento.
Eso fue muy valioso y muy extraño. Si lo pensamos desde allá, es tan extraño como haber subido a una cápsula y dar tres vueltas al mundo. Dar una charla en Sorbona, en Cervantes, el libro, es como haber dado tres vueltas a la tierra en una cápsula espacial.
La cápsula de la poesía. Porque utilizando la metáfora de la cápsula, la poesía nos ha permitido, como si fuera una especie de remedio, mantenernos cuidados de la realidad que nos ha tocado. Está la realidad, en medio de una presidencia Argentina que ha resentido las relaciones con España, y, sin embargo, seguimos.
—Seguimos y es una obligación que, los argentinos de bien en el mundo, demos testimonio de cierta inteligencia, de cordura, de amistad con la belleza, de creatividad, y, sobre todo, de respeto por los derechos humanos y los seres humanos. Entiendo que lo que ha dicho el primer ministro español es correcto: a veces hay cosas que dicen los presidentes que no representan a un país. Así lo ha entendido, con lo cual la ofensa ha sido reducida a una persona, que no nos representa. Los argentinos no somos esa grosería, esa mala educación, violenta. Todos los calificativos que le podemos poner a una derecha reaccionaria, y hasta nostálgica de una derecha asesina.
Porque la poesía, más allá de las calificaciones, es ya sostener la palabra poética a pesar de…, ya es un compromiso.
—Sí, sí, siempre, independientemente de la temática o la tesitura, el solo hecho de tratar bien a la lengua y tratarla de una manera que está destinada, para dialogar con el otro, para llegar al otro, para querer al otro, para decirle al otro que lo estoy amando y estoy amando estas cosas a su manera y para con él, es una manera de hacer patria, es una manera de hacernos ver. Dar cuenta de eso es dar cuenta de una altura de un país, o, al menos, de las aspiraciones de altura de un país. Lo contrario son los días lamentables que está viviendo nuestro país. Lamentable en lo interno y vergonzoso desde el exterior. No solo ofenden al prójimo de otros países, sino que nos ofenden a los argentinos.
El día después
Después de varias horas de descanso, creo que todo lo soñado no basta para igualar la realidad, porque la realidad le gana en consciencia al sueño. Todo, y cómo lo puedo decir ahora que reescribo, no alcanza para hacer una crónica. Ella, como subgénero literario, se basa en hechos ya sabidos… ¿Y quién podría saber, si no hay noticias de todo lo que se genera entre registros de audios, imágenes enviadas, de vidas compartidas en un hecho singular y colectivo? Nada alcanza para representar lo representado.
En el barrio 13 estará para siempre la casa de Maf en París, como en Balcarce y 9 de Julio en Villaguay, esa cueva no tan secreta. Por ambas he pasado incontables veces, a sabiendas de que lo no cuantificable es lo más importante y vivirá en anécdotas precisas. En ambas no faltaron los rituales: Maf baja las escaleras, me acompaña hasta la puerta, nos damos las gracias, unos abrazos y unos besos al aire.
Pienso que él vino de una manera y se fue de otra. Al menos esa es mi experiencia personal sobre lo que él significa en este revelador viaje.
Alguna vez, en una entrevista formal titulé «a la sombra de…» y utilicé una analogía de su currículo como un árbol, al cual ahora también se le suman otros frutos. Sin embargo, ahora no sé cómo titular la integralidad de estas notas (casi a cuatro manos), por eso pienso que es mejor tener una escucha atenta y buscar en ella las palabras. De lo que sí estoy seguro, después de la experiencia, es que de un maestro no solamente se aprende lo que él enseña, también se aprehende de él sin la necesidad de ser observado y/o señalado.
La puerta, ahí, inmóvil, no es la misma, tampoco la escalera replegada como una plegaria. Dos elementos, uno para entrar o salir; otro para subir o bajar. Todo insignificante en apariencia… Dos comunicaciones diferentes, una horizontal y otra vertical. Pero si ellas ya no son lo mismo, por qué yo debería de serlo.
Mario Daniel Villagra
Francia. Verano de 2024
Corrección:
Diana Guerscovich
[1] Conocido por firmar sencillamente «Maf».