CANTO DE GRATITUD: UN VIAJE A TRAVÉS DE "RAYOS QUE ABREN PÁJAROS" , por Jesús Goicouria
CANTO DE GRATITUD: UN VIAJE A TRAVÉS DE "RAYOS QUE ABREN PÁJAROS" (Potencia editora) DE GONZALO TITO ACOSTA
Por Jesús Goicouria
Abrir un libro de poesía es abrir una pregunta por el todavía. Al sostener "Rayos que abren pájaros" de Gonzalo Acosta Tito, la experiencia es exaltada. Desde el título mismo, se nos propone una inversión del foco de la acción. No leemos sobre pájaros que, en su vitalidad, buscan el sol o deciden cantar. Leemos sobre "rayos que abren pájaros". Es un estado de pasividad radical. Invita a considerar que el canto, la vida, el poema mismo, no es un acto de completa autonomía, sino una consecuencia de haber sido herido por algo externo: un don de luz que desgarra el silencio. Este poemario, publicado por Potencia Editora, se nos presenta como un testimonio de recepción. Cada página confirma esta intuición inicial. Lo primero que notamos, antes incluso de que la voz del propio Acosta Tito se asiente, son las voces de otros. El libro está construido como un nido pleno de ramitas de distinta procedencia, y cada rama es una puerta que lleva el nombre de otro. Más que un simple recurso, estos epígrafes actúan como dedicatorias sutiles; son la manifestación de una transparencia ética en el acto creativo, el reconocimiento de la deuda que da origen al canto. Si es un detalle, tal vez sea la clave arquitectónica de toda la obra.
El viaje no comienza en la página uno, sino en el umbral que nos ofrece Hugo Mujica: "Como soltando a la vida / el pájaro / que no encierra, / no para soltarlo, / para creer que regresa". Esta es la primera declaración de principios. La poesía que leeremos no es un acto de posesión sobre la palabra, ni un intento de encerrar la vida en una forma. Es un acto que se sostiene más allá de la esperanza de la reciprocidad, en la creencia de que lo dado, eventualmente, retorna. Gonzalo sugiere esta idea y la convierte en el cimiento del primer poema, "ABRIR UN CLARO". El poema se inicia, de hecho, bajo la sombra de otro: Juan Meneguín y "el olor de maternidad de la tierra". El poeta se sitúa de inmediato como un heredero. Habla de "abrir un claro / en un día de gracia" y lo compara con el primer acto de nuestra existencia: "como se abrieron nuestros pulmones / gracias al grito primal / que nos salvó de ahogarnos".
La creación poética no es una reliquia estética, sino un acto tan fundamental como la respiración. Nacimos "gracias al grito"; no fue una decisión, fue la invocación de una deuda con el aire, la "alianza con el hambre y el aliento". El poeta, como el hachero del mismo poema, busca "abrir claros de luz" para "sustentar con la leña el hambre de calor". El poema es sustento, calor, y una respuesta a la necesidad fundamental. Avanzamos y el pensamiento se adelanta porque percibe una conversación polifónica que se intensifica. Cada poema parece nacer de un escuchar que olvidamos. El poema titular, "RAYOS QUE ABREN PÁJAROS" , surge tras la visión de Marta Zamarripa de "miles de pájaros [que] picoteaban / los granos de oro de su corazón". La respuesta de Acosta Tito es una descripción de ese instante de génesis: "Amanece lo posible / y el cielo todo lo toca / son los primeros rayos que abren pájaros, / unos ojos donan su visión de luz". El acto de ver, el acto de poetizar, es un "don" recibido. La mano que escribe es la continuación de la mano que "prestan su fe, / con un ramo deslumbrante de flores silvestres".
Esta fe es explorada en "ESTA VEZ" , que se ampara en Rabindranath Tagore y su definición de la fe como "el pájaro que siente la luz y canta / cuando el amanecer todavía está oscuro". El poema se sumerge en esa oscuridad premonitoria, imaginando una "semilla sembrada de rayos / pronta a amanecer, / esta vez, / de carne y alas". El poeta es ese pájaro de Tagore, alguien que canta no porque ve la luz, sino porque ha recibido la semilla de esa luz y tiene la fe, la obligación, de anunciarla.
Hugo Mujica reaparece, para hablar de la transparencia. Y el poema "A TRAVÉS" habla de la lluvia "a través de los años". La lluvia, el agua, se convierte en un símbolo central. Es otro don que viene de lo alto, que transforma la realidad sin que esta haga nada, solo recibirla: "Llueve transparencia sobre la sed del campo / y la tierra se revela prodigiosamente otra". La página en blanco es tierra sedienta, y el poema es lluvia que la revela "prodigiosamente otra". Esta estructura de diálogo continúa sin cesar. Cada epígrafe es una deuda reconocida, un agradecimiento explícito. Esta arquitectura, este coro de voces sosteniendo la voz del poeta, es la primera capa de este libro-testimonio. Es un acto de humildad profunda enseñando que una voz nunca habla sola.
La segunda capa es el contenido mismo de esa respuesta. ¿Qué es lo que recibe el poeta, además de las voces de otros poetas? Recibe el mundo en su totalidad, y la mirada del poeta en este libro es la de un contemplativo. Vemos esto en la fenomenología de la luz que recorre el libro. La luz no es solo un objeto de descripción; es un animal furtivo e implacable. En "VÍSPERA CAÍDA", un rayo "se precipitó" desde "lo blanco del cielo". Este rayo, esta luz, tiene una cualidad moral: "los actos humanos / su bondad o maldad, / transparentan u opacan / la luz que tiende la creación". La vida, y por extensión el poema, es un ejercicio de diafanidad, de "conoce[r] el mal / no haciéndolo / sino padeciéndolo". El poema es una forma de mantener la transparencia ante la luz que nos es "tendida".
Recibe también el don del agua. La lluvia que "lava las pisadas / no enterrándolas sino desnudando su barro" es la misma lluvia que "despertó un sentido nuevo en la tierra". El poeta busca esa misma pureza inaugural, ese sentido nuevo que solo puede venir de una ablución, de un lavado poético, de una recepción de lo que limpia. Pero quizás el don más difícil de recibir, y el que más exige una respuesta, es el don del dolor y la memoria. El libro está poblado de una ausencia, de una herida que late bajo la tierra. En "LOS OJOS ENTERRADOS", el poeta habla de un "tú" cuyo cuerpo "se prodigó cenizas / en los espacios donde fuímos / sin saber que eran por última vez". Habla de "ese amarillo de tu piel que precedió a la puesta de sol" y de los "ojos enterrados". ¿Qué hace el poeta con este regalo terrible, el regalo de la pérdida? No lo explota; lo consagra. Lo convierte en "la santificación del tiempo". El acto de escribir se expone en toda su dimensión ética. En la quinta parte de este poema, leemos: "En la oscuridad de la escritura / unos ojos ensombrecen la vela / es el instante de la noche cayendo presencia, / sobre unos hombros inclinados en su labor-amor".
"Labor-amor". Esta palabra compuesta es otra de las grandes claves. La escritura es una "labor", un trabajo inclinado sobre la mesa de los días, pero un trabajo que es, en su esencia, "agradecer". Es el trabajo de dar respuesta a la "noche cayendo presencia", de recibir la oscuridad y el dolor y transformarlos, a través de la alquimia del lenguaje, en algo que pueda ser sostenido. "LA TODA LUZ" cierra este ciclo. La memoria de "aquel nombre escrito / en las manos" es una herida que "hace pie / en el vientre de la memoria". El dolor "habla en la lengua". La respuesta del poeta es reconocer esas manos: "Las manos / que han dicho adiós / y que han dado la bienvenida. // Las manos que no permanecen / en las sombras, / sino que reciben la luz / que emana la distancia". Aquí, el acto poético se define en su totalidad. Es un acto de "recibir la luz" que emana "la distancia" (la memoria, la muerte, el otro). Es el "gesto del paso / hacia el último hogar".
Al final de "Rayos que abren pájaros" comprendemos que la reciprocidad sabe a poco. El libro es un testimonio de que estar vivo, es estar en deuda. Deuda con la luz, con el aire, con el agua, con la tierra maternal que germina más preguntas que estrellas. Deuda con los maestros que nos dieron las palabras en medio del silencio y el silencio también (Mujica , Rilke , Dickinson , Ortiz ). Deuda con aquellos que amamos y perdimos, cuyas manos y nombres están escritos en las nuestras. Gonzalo Acosta ha escrito una respuesta sincera al abismo que pregunta. Y como tal, cumple la profecía de su propio epígrafe: es "como un beso en los labios". Es la devolución, humilde y luminosa, de todo lo dado. No es un canto que se impone al mundo, sino el canto de un pájaro que, finalmente, ha sido abierto por el rayo y no tiene más remedio que cantar su testimonio, cumplir con su "labor-amor" , y devolver al mundo la belleza y la fe que el mundo, primero, sembró en él.

Autores de Concordia