ENTREVISTA A SELVA ALMADA POR BELÉN SIGOT
Antes de su llegada a Concepción del Uruguay el próximo jueves 13 de junio, donde Selva Alamda dictará un taller literario y presentará su novela "Ladrilleros", la escritora Belén Sigot le realizó una entrevista que tuvo la deferencia de compartir con esta página.
Una chica de provincia, que arrasa.
Por Belén Sigot
El próximo jueves 13 de junio, la escritora entrerriana Selva Almada presentará su última novela, Ladrilleros, en Concepción del Uruguay. A horas de esta presentación, y de la que la hará recalar el viernes en su Villa Elisa natal, en esta charla ella habla de su literatura, de su relación con la provincia, de su trabajo como escritora, de sus personajes. Y cada respuesta suya ayuda a comprender por qué esta chica de provincia arrasa como arrasa en la literatura nacional.
El lenguaje es un elemento vital para las atmósferas que crean tus libros. Por ej, el interior argentino aparece en Una chica de provincia a través de esa lengua popular con que entretejés la narración: le volvió el alma al cuerpo, parecíamos ojeados, lo sacaba carpiendo, el Tatú era chúcaro, todavía tiene la cola sucia…. ¿Ese manejo del lenguaje popular te surge naturalmente o es propio de un proceso o trabajo determinado?
Conozco este lenguaje popular, me resulta muy familiar por haberlo escuchado durante gran parte de mi vida, la parte que transcurrió en Entre Ríos. Además tengo buen oído para captar y registrar ciertas palabras, giros, frases que me suenan y me resuenan en la memoria. Pero la incorporación de estos giros y frases a la narrativa que escribo es, por supuesto, un proceso consciente, parte del trabajo sobre el lenguaje que me propongo hacer.
También los personajes de tus últimas novelas se definen a través del habla: memorables los discursos del pastor en El viento que arrasa (algo inusitado en la literatura argentina, como remarcó Beatriz Sarlo), la oralidad violenta de los personajes de Ladrilleros… ¿De dónde sacas material tan ajeno –en apariencia – a tus contextos y biografía?
Pueden ser ajenos los discursos del pastor porque no soy una persona religiosa, pero creo que el lenguaje es parte de la construcción de un personaje, su manera de hablar de algún modo lo determina para el lector. En este caso en particular me basé en revistas evangelistas como para contagiarme de esa manera de hablar o de escribir (en el caso de los sermones). En cambio, el lenguaje de los personajes de Ladrilleros es un híbrido que armé a partir de modismos entrerrianos de los 80 y 90; de modismos chaqueños y de algunos giros del conurbano bonaerense, sobre todo del habla de los jóvenes. Más de allá de que sea un lenguaje inventado o imaginado, tampoco me resulta tan ajeno, vengo de un sector popular y conozco muy bien su registro.
Se ha dicho que tu literatura, por su contundencia y su falta de digresiones, es masculina,y además se ha señalado tu excelente manejo de los diálogos y personajes masculinos. Sin embargo, uno puede sentir un conocimiento vivencial del mundo femenino en el interior del país. Por un lado, los mandatos sociales y la tilinguería de la que difícilmente escapan las mujeres de los pueblos y ciudades pequeños (eso se ve mucho en Una chica de provincia) pero, por el otro, -y eso es algo que late en algunos relatos de Una chica de provincia y que está vigorizado en Ladrilleros- la voz mujeril, la silenciada voz mujeril: las mujeres, en el interior, no tienen voz pero, paradojalmente, son las que dignifican el hogar y luchan por sus familias, en contrapartida a los hombres que suelen tener actitudes más bien cómodas. ¿Es viable esta lectura sobre tus personajes femeninos?
Absolutamente. Alguna vez en alguna entrevista me señalaron que mi tratamiento de la mujer era machista, pero no es así. Sólo quienes conocemos el interior sabemos cómo funciona la cosa: lo único que yo hago es tratar de mostrarlo en mis ficciones no como una manera de avalarlo sino, por el contrario, de denunciar el machismo y la misoginia.
Ya has relatado –y no es mi intención abrumarte con repeticiones- que Ladrilleros nace de una anécdota que te contaron, cuyo eje está en un enfrentamiento que termina en muerte en un parque de diversiones. Es estupenda la manera en que aprovechaste esta imagen: la de la muerte en ese escenario tan paradójico, pero hay algo más: la forma en que le sacaste el jugo, literalmente, a ese marco del parque. Porque, si hay potencia en esas muertes junto a la vuelta al mundo, la hay aún más en esa otra historia que sucedió en un parque también y a la que, al no contarla enteramente, proporcionás una presencia inquietante. ¿De qué o de quién aprendiste ese oficio tan difícil de decir desde lo no dicho?
No lo sé… creo que uno aprende de muchas cosas: de las lecturas que hace, de la escritura misma, de los intereses propios, de la experiencia. Son un montón de factores que convergen en la narrativa que termino escribiendo, pero no sé identificar la raíz o la fuente de cada cosa.
La muerte es uno de tus temas recurrentes. Pero se percibe cierta fascinación por la muerte a destiempo: la muerte en la infancia (por ej., hay un cuento precioso tuyo dando vueltas por ahí: La monja blanca), la muerte en la juventud (has contado estar trabajando en femicidios de mujeres jóvenes en el interior) ¿Qué crees que te lleva hacia esas temáticas?
El otro día hablaba con Patricia Verón, una poeta que organiza grupos de lectura en el oeste bonaerense y ella me decía que Angélica Gorodischer sostiene que sólo hay tres temas en la narrativa: el amor, la muerte y el poder. Y yo coincido con Angélica. La muerte es un tema universal y es el gran tema de la literatura desde sus comienzos, si no fijate en las tragedias griegas o en la biblia: ¿no empieza todo o casi todo acaso con Caín matando a Abel?
Leyéndote, uno ve que no estás encasillada en una condición textual: hay una contundencia que te define, sí, pero siempre sorprendés incursionando en un nuevo modo de contar una historia. El sarcasmo de ese poema fabuloso tuyo que es Matemos a las Barbies, la frescura con que la infancia mira en Una chica de provincia, la sagacidad con que manejas al lector en El viento que arrasa, el modo en que retratas sin caer en lo burdo, lo trillado, a un contexto tan marginal como el de Ladrilleros. ¿Cómo se logra esa diversidad?
Yo creo que la literatura, entre otras cosas, debe ser entretenida. Y si yo no me entretengo, no me “divierto” (y no quiero decir con esto necesariamente revolcarme de risa, se entiende) mal puede entretenerse el lector. Entonces me gusta buscarle a cada historia su propio mecanismo de funcionamiento, su propio lenguaje, su propio ritmo. Básicamente para no aburrirme yo y tirar todo a la mitad.
La literatura es una constante en tu vida, pero a través de múltiples formas: escritora, lectora, coordinadora de talleres de escritura, directora de ciclos de lectura, cinéfila y más. Supongo que esa pluralidad te pondrá en contacto con literatura de los más diversos colores. ¿Todo te resulta provechoso?
Sí, claro. Todas estas otras actividades fuera de la escritura enriquecen muchísimo. Los discípulos de las clínicas y los talleres que coordino, me obligan a estar despierta, atenta, leyendo lo que escriben, sugiriendo, opinando… y lo mismo ocurre con el ciclo Carne Argentina: primero leemos mucho, investigamos bastante y después decidimos a qué escritores invitar. Todo eso te mantiene en actividad constante y seguro que todo esto es muy nutritivo para una escritora.
Selva, sos profesora de literatura y, sin embargo, en tus talleres le escapás a ese rol estructurado, puntuativo, realacademioespañol, en que solemos caer los docentes. ¿Cómo es que lográs correrte de ese modelo?
Bueno, en realidad, más que docente me considero una coordinadora de talleres de escritura y de lectura. Entonces es sencillo correrse de lo estructurado porque ya de por sí la idea del taller es que sea desestructurado. Además tengo una ventaja que los docentes en general no tienen: la gente que viene a mis talleres viene porque tiene ganas, porque decidió hacerlo y no porque forme parte de la educación obligatoria.
Da la impresión de que, por haberte ido de la provincia, puedes ver, puedes analizar, ciertos aspectos que en el interior del país están velados por, justamente, la naturalización en que los tenemos: por ej, la condición de la mujer, de la que hablábamos. ¿Coincidís en que tu alejamiento geográfico acrecentó esa mirada tuya? ¿O ya la tenías en tu vida en el pueblo?
Creo que ya algo de esa mirada estuvo en mí a medida que fui creciendo, porque es una mirada que también está en mi madre que es una mujer independiente, muy crítica del machismo, de la domesticación de la mujer, de que se la relegue al ámbito del hogar, etcétera. Pero me imagino que esa mirada se profundizó un poco cuando me alejé… en general cuando una toma distancia puede ver en perspectiva, puede advertir matices que antes pasaban desapercibidos.
Has dicho que, si bien incursionaste en lo autorreferencial, ya te has cansado de esa fuente. Sin embargo, es de esperar que, por la repercusión de tu obra en los últimos tiempos, Una chica de provincia pase a ser uno de los libros puestos sobre el tapete para los lectores ávidos de tu lectura, y es lógico pensar también que en tu pueblo natal pueda ser leído desde una curiosidad más pueblerina que literaria, no solo en cuanto a vos, sino en cuanto a los personajes e historias del libro. ¿Qué pensás de ello?
Aunque ya tiene sus años, Una chica de provincia es un libro que sigo queriendo mucho… me gusta que se siga leyendo o que empiece a leerse en otros ámbitos donde antes no llegaba. Por supuesto soy consciente de que en mi pueblo o entre mis conocidos puede estar esa lectura: a ver qué puso de nosotros. Pero no me preocupa, aunque parta de lo autobiográfico es literatura. Y si alguien no puede leer a la literatura como tal y se enoja o se ofende, en fin, que lea otra cosa.
Leyendo crónicas, notas, entrevistas tuyas, uno percibe que Villa Elisa y Paraná te aportaron, cada uno desde su lado, aspectos que repercutieron en tu literatura. Elisa te dio temática, semilla; Paraná, además de ello, las primeras disciplinas. Y que tenés un sentimiento muy diferente hacia ambos lugares. ¿Es así?
Villa Elisa es el lugar de la infancia, el lugar donde todavía viven mis padres, mi hermano y un par de amigas. Pero Paraná es el lugar de la formación, del paso de la adolescencia a la adultez, de las “grandes decisiones” como ser escritora. Y es también un espacio donde me sentí más libre, lejos de la mirada de los demás, muy típica de los pueblos pequeños que a mí, particularmente, me pesaba mucho.
La dedicatoria a Lolo Bertone, en Ladrilleros, es sencillamente hermosa. Lolo y sus ladrillos ya están en Una chica de provincia. Lo definís como “un hermoso espíritu libre” y uno siente el hálito fresco de esa dedicatoria. ¿Quién era Lolo Bertone?
Lolo era un tío de mi madre a quien yo quería muchísimo. Durante muchos años fue una especie de ermitaño, vivía en el campo haciendo ladrillos, lleno de perros, muy pobremente, pero siempre que lo visitábamos tenía muy buen humor. Nunca se casó ni tuvo hijos. Era un tipo muy apegado a la naturaleza. Y murió mientras yo estaba escribiendo Ladrilleros, así que apenas me enteré abrí el archivo de Word y escribí la dedicatoria. Cuando me mandaron los ejemplares de la novela y leí esa dedicatoria, me puse a llorar.
Desde el año pasado, venís protagonizando un auténtico fenómeno (quizás la palabra no te guste) literario: reediciones constantes, recomendaciones de voces prestigiosas, prensa, público, y todo lo que ello implica. ¿Cómo te llevás con eso?
Trato de llevarme bien. Creo que es el reconocimiento a un trabajo silencioso de muchos años y en ese sentido me pone contenta. Pero tengo bien claro que quiero seguir trabajando como trabajé siempre, sin pensar en la crítica, ni en los lectores, ni en las ventas: sólo la historia y yo, a puertas cerradas. El reconocimiento está bien, pero lo único que te sostiene es el trabajo.
El viernes, luego de tu presentación en Concepción del Uruguay, estarás presentando tu libro en tu pueblo natal. ¿Es la primera vez que presentás tu obra allí? ¿Sentís lo mismo que frente a otras presentaciones?
Sí, presenté mi primer libro en Villa Elisa, Mal de muñecas, en el 2003. Tengo entendido que el libro se presenta en el marco de una actividad que involucra sobre todo a las escuelas y eso sí me pone muy contenta.