MIGUEL VITAGLIANO

La espera de una inminencia postergada

Sobre La Parábola de la H (2002) de Daniel Soria

En el agua se puede reconocerle principio de la “hache”. Hace más de dos mil doscientos años los latinos ya tenían su palabra para nombrarla, se trataba de una reunión estrecha de vocales sentadas a la mesa de una consonante -aqua-, pero ellos, los latinos, sin embargo, soñaban con la trasmutación, querían que el agua siguiera siendo aqua y a la vez algo más, una fiesta en la mesa, un juego de espacios que en el instante de llevarla al papel, el solo trazo les elevara  la voz dotándolos de sapiencia y elegancia, que los arrancara de su mundo para remontarlos a otras partes. Ya empezaban a presentir su futuro poderío; aún así palpitaban con estremecimiento dos certezas contrapuestas, una decía que no hay nada más incoloro, insípido y deslucido que lo propio-una triste máxima que fecundaría con los siglos en las sociedades alejadas de los centros de poder de turno-y la otra- siempre temida en ser puesta en acto- que sostenía que toda realidad comienza con un deseo de invención. Los griegos por entonces eran el eco de la sapiencia añorada, el reaseguro en el que los latinos se  podían mirar para contemplarse, nuevos hacia el futuro. La palabra que los griegos utilizaban para decir “agua” era …..   (júdor) , ni más ni más bella que aqua, aunque sí dotada con un canto-un intervalo de quinta en la acentuación-y sobre todo, lo más importante, se trataba de un término que provenía de una lengua de prestigio. Así fue que los latinos decidieron tomar a préstamo esa palabra, latinizarla para llevarla a los textos y dejar “aqua” para los usos más coloquiales. En ese proceso que condujo a la  en hydro se dio la aparición de la “hache”. El sonido de la vocal … (“úpsilon”) inhabitual para los latinos, fue recreado porque se dio en llamar “i griega”, es decir una vocal “u” combinada con un sonido “i”. Pasado ese primer escollo, y la metátesis (alteración fónica de “dor” por “dro”), el gran problema fue cómo representarla aspiración, también inusual en latín, que acompañaba a la  vocal inicial. En el griego clásico toda vocal inicial escrita debía ser acompañada por un signo que, según su ubicación, sonaría “áspero”, aspirado, o mudo. La “hache” fue entonces la clave para dar cuenta por escrito de esa aspiración que, curiosamente, de inmediato dejó de ser pronunciada. Es decir, la “hache” fue concebida con la intención de señalar una aspiración, casi un sonido “j”, y sin embargo nació muda. Toda una parábola si entendemos por el término la acepción que la designa como una narración que conlleva una enseñanza moral. Y también, toda una parábola si tomamos la acepción geométrica: curva abierta formada por dos ramas simétricas respecto de un eje. Dibujo y palabra: uno exige el pronunciamiento de aquello que finalmente no será dicho: la espera de una inminencia postergada. Tal vez valga agregar aquí que los griegos llamaban a ese signo…..,es decir soplo, aliento, espíritu. En el relato bíblico, recordemos, Dios sopla a su creatura de barro en un acto final que lo dotará de espíritu.

El nombre de la “hache”, ya no su parábola, registra su aparición más de mil años después, precisamente en 1433, según sostiene Joan Corominas en su Diccionario etimológico. Ese largo periplo  silencioso tiene como antecedente directo el nombre francés hache, una derivación del bajo latín hacca, surgido de un principio en el que la letra “hache”, en tiempos del préstamo lingüístico del griego, fue ah, pronunciándose “aj” . Cosa extraña: casi una interjección, una exclamación que, presumo que no solo para mí contiene la fuerza onomatopéyica de la repulsión cuando experimentamos asco. “aj” tan cerca del “aqua” insípida, incolora y tan muda como las cosas que devienen propias.

Tomando en cuenta estas experiencias filológicas se hace posible no sentir el agobio de tanta escritura en los poemas de La Parábola de la H (2002) de Daniel Soria que no tienen, sin embargo, ni una sola palabra, salvo los títulos. Es un barroco ejercicio de la mudez, una trasmutación del agua en agua intacta con aliento de risa. En ese sentido parece estar bebiendo de La Divina Botella de F. Rabelais, aunque no tiene vinculación con los caligramas. En La Parábola de la H las palabras no dibujan, como ya lo hacía Símias de Rodas hacía más de dos mil años y como lo aprendieron el mismo Rabelais, Apollinaire, Girondo, Artaud, aquí las palabras enmudecieron parapetadas detrás de la Hache que escribe lo que no puede ser pronunciado. Tampoco estamos en presencia de lo que se ha dado en llamar poesía concreta, sobre todo por esa valoración volvería “inconcreto” el resto de la poesía. Más  pertinente resulta filiar a La Parábola de la H con los haiku japoneses, no por su conocido procedimiento de economía silábica-comparación a todas luces impertinente con el libro de Soria-, sino por el desafío formal, la verdadera búsqueda lingüística: atrapar, como en un rapto, un instante de realidad sin que esto devenga grandilocuente, que conserve el insípido relente de los cotidiano y a la vez convoque a una indecisa sonrisa. Los nueve primeros poemas, las Haches de colores  moviéndose caprichosas en las páginas, resultan un buen ejemplo de ese barroco silencioso, y mucho más lo es Veinticinco, el fragmento mejicano de una calavera llena de vida con la boca cerrada de Haches. En tiempos de tanta profusión de ataques de pánico que en clave realista representan la paranoia circundante y la frenética búsqueda de conspiraciones que expliquen de una vez por todas las causas secretas del misterio en el que vivimos, Soria nos da en el poema de su Gioconda , el Once, un detalle del rostro pintado por Da Vinci en el que se ven Haches de vejez sobre la reproducción. No se trata de una invitación de una pesquisa de entrelíneas, es la constatación sin dramatismo del que el tiempo transcurre no solo para el observador sino también para los objetos contemplados: los museos guardan nuestros propios retratos de Dorian Gray, el horror oculto y los errores menores de nuestros rostros como lo muestra el poema Trece, esa versión warholiana de lastas Cambells que figuran una Hache. Nada hay que interpretar o, mejor dicho, todo está para ser interpretado en La Parábola de la H pero a la manera en que un músico habla de interpretación: una partitura muda que exige ser puesta  en sonido una y otra vez. El poema Veintitrés muestra un avión suspendido en el aire entre dos torres. Ni una sombra. Ni una ventana. Ni humo. Nada hay allí para interpretar que no sea la ocurrencia. Y en el poema siguiente, El Veinticuatro, un fragmento de los hierros retorcidos de la Torres Gemelas, ocurre lo mismo: sólo hay Haches en los restos de las catástrofes, en los colores, en la inocencia de Quince en la que dos piernas adolescentes muestran una bombacha un poco más debajo de las rodillas. Sólo hay Haches, haches elementales igual que el agua, el aire, el fuego, la tierra; átomos del silencio fundamental, primero y últimos. Haches hacia donde miremos, sólo Haches, igual que para Néstor Perlongher, en Alambres, había cadáveres y cadáveres.

Los libros anteriores de Soria jugaban con lo impronunciable, es decir con la dificultad de poder ser leídos en voz alta, exigían ser cantados, interpretados. En el Primero, Suenia con mái, (1991), la partitura está tensada de tal manera que nos inventa un lenguaje en el lenguaje cuando leemos, pero no hay en todas sus páginas ni una sola hache que suene muda, todas suenan a “sh”, a viento arrastrado.”brashita e fuego nel lo e las sheguas/olor a tierra shobida/ línia el horizonte/gashinero al amanecer…” La Hache era entonces una heroína que no se escribía sino para ser otra, así también en El Uruguay y en La Melga donde las vocales se desvivirían por serlo todo. Es imposible leer La Parábola de la H sin aceptar la experiencia barroca de la lengua que Soria masmedularmente viene diseñando desde Suenia con mái, una excursión a la gauchesca de la mano de Estanislao del Campo y sin prejuicios. De esa experiencia Soria no solo toma el canto, la entonación el ritmo y el simulacro teatral- este siempre en el límite de una payada en una pulpería y un happening-, sino también el relente de un eco narrativo. En sus tres libros anteriores hay una historia latente que está contándose, o que espera ser contada mientras leemos los alrededores de su ambientación, y en la Parábola de la H directamente nos encontramos con la heroína de lo elemental en distintas situaciones. Una micronovela que crece silenciosa entre un poema y otro, a la manera de Edgar lee Masters y sus epitafios de Antología de Spoon River. Difícil de dilucidar si el desprejuicio de Soria en su proyecto poético proviene de  de su vinculación con la gauchesca o de la libertad que siempre exige la fabulación novelesca. Considerando esta características, Bajtín llegó a definirla, con orgullo, como una forma cuasi artística. Esa tensión permanente entre el arte y el “no arte” que define a la forma novela tiene una importancia fundamental en el proyecto de Soria. Cada vez que el lector tropieza con un efecto humorístico debiera considerar, presumo, que allí mismo hay antes y con más fuerza un pulsión a mezclarlo todo, sin atender a jerarquías y a límites de ninguna especie. Un chiste o una humorada cualquiera puede ser fallida, una forma en cambio se hace en su insistencia. En una oportunidad Soria llamó a un marchand para ofrecerle una serie de dibujos a lápiz de Antonio Berni, a quien había conocido trabajando “como aprendiz” en su taller. Llegado el momento de la entrevista en la galería de arte, el marchand lo invitó a su escritorio para ver con tranquilidad los trabajos. Soria abrió su carpeta y empezó a desparramar su la mesa papelitos recortados con dibujos a lápiz. Ante el estupor del posible comprador, se sintió obligado a explicar lo que hasta entonces había considerado innecesario. Sí, eran auténticos dibujos de Berni que garabateaba mientras hablaba por teléfono; él los había ido rescatando del tacho de basura y el maestro se los regaló; por qué no habrían de valer nada por no llevar la firma; en qué cambiaban si en definitiva eran auténticos; por qué habrían de valer si no valían.

Es ciento que esta anécdota que ocurrió en 1987   es de poca utilidad a fines estrictamente críticos , aunque a mi juicio da cuenta de ese borramiento de los límites que se percibe en su proyecto poético.-A fines del 2000, en una encuesta de lectores organizada por el suplemento Radar Libros de Página 12, Suenia con mái resultó  la obra más votada en el rubro Mejor Libro Nacional de Poesía con 20 reconocimientos, mientras que los cuatro finalistas siguientes sumaron entre 6 y 3 reconocimientos. Los redactores del suplemento en lugar de descalificar a Soria por no atenerse a reglas implícitas- en definitiva su libro era de 1991-, recurrieron a una extraña valoración: Entre los “ los libros del año”-dieron- parece haber bastante consenso alrededor de algunos nombres…más allá del fervor familiar y amistoso del que puede(n) hacer gala Daniel Soria.” Por lo que sé Soria no acusó recibo, mejor dicho lo hizo, lo había hecho quince años atrás: ¿acaso no se trataba  de “una firma igual un voto”? De todas maneras no habría que confundir al Soria de las anécdotas y de gestos vanguardistas hasta opacar al poeta de La Parábola de la H que, insisto, cobra su entera dimensión , siempre lateral, de perfil(sic!)b atendiendo al otro eje que es Suenia con mái. Sí, entre el primero y el último libro queda formada , en la acepción geométrica, una parábola , que ahora a partir de la Hache, reconocemos como lo que se sabe mudo, o tal vez camperamente aspirado.

¿Qué será aquello? Cada uno interpretará su propia melodía. Por mi parte se me hace difícil no pensar en una noticia aparecida en los diarios en mayo de 1999. Durante la Primera Guerra Mundial un soldado británico escribió una carta para su mujer, la introdujo en una botella y la lanzó al mar. Ochenta y cinco años después un pescador encontró el mensaje dentro de una botella de ginebra hecha en cerámica, y logró entregarlo no a la esposa del soldado sino a la hija de ambos, que tenía dos años cuando su padre partió a la guerra(Clarín, 19 de mayo de 1999, pág. 38”una carta de amor que el mar guardó 85 años”) ¿ De qué modo este hecho excepcional se vincula con este último libro de Soria? Sé que no sería convincente si apelara a los ochenta y cinco años que esta carta anduvo muda; tampoco valdría de mucho insistir en la figura del agua. El soldado, aquel soldad, murió en su primera acción, doce días después, en la trinchera del campo de batalla francés. Los historiadores, hoy día, dan por sentado que con esa guerra comenzó el siglo que ya terminó pero que aún nos tiene atrapados, arrinconados de preguntas que a veces el hilo de voz quiere convertir en respuestas. En 1933 Walter Benjamín (“Experiencia y pobreza”) aseguraba que la generación de aquellos hombres había tenido la “experiencias más atroces de la historia universal. Decía  esto tratando de dilucidar un problema, no por evidente menos terrible, como era el silencio que insistía en todas partes, la incapacidad creciente de poder contar la propia experiencia. ¿Cuándo y por qué se había operado ese cambio que nos había dejado mudos?. Esa generación de la guerra demostraba que no era por falta de experiencia propia que “volvían mudas del campo de batalla” sino al contrario, “jamás-escribe Benjamín- ha habido experiencias tan desmentidas como las estrategias por la guerra de trincheras, las económicas por la inflación, las corporales por el hambre, las morales por el tirano.” Había nacido una nueva barbarie que hacía tabula rasa de las experiencias no solo individuales sino de la humanidad en general. Los cambios del nuevo mundo nos habían dejado mudos. Pero en medio de ese desastre aún existía posibilidad de respuesta. Era preciso crear una barbarie positiva, es decir empezar de cero, construir desde la nada, mudar hacia lo mudo para volver a prepararse a decir, saberse sin respuestas e inventar nuevas preguntas, encrudecer lo cocido, como quería Brecht.

La Parábola de la H de Daniel Soria está en consonancia con la necesidad de abrir un hueco en esa misma dirección. Es obvio que quien pretenda insistir en esa tarea deba hacerla mudo, con alegría y como si nada hiciera, riéndose de sí mientras espera, como jugando, igual que aquel soldado británico.: “Querida esposa, te escribo esta nota desde el barco y voy a arrojarla al mar a ver si te llega. Si esto ocurre, firma este sobre abajo, en el ángulo izquierdo, donde dice “recibido”. Escribe la fecha y la hora de recepción, y tu nombre donde dice “firma”, y cuidá bien este mensaje. Esto es todo por ahora, dulce. Tu esposo.”

George Steiner acostumbra decir que siempre recomienda a sus alumnos aprender  de memoria by heart o par oer, un poema  ya que de ese modo conseguirán que los acompañe para siempre convirtiéndose en un rincón seguro donde expandir la libertad, fuera del alcance de todas las opresiones. Los poemas de La Parábola de la H agregan un desafío: solo pueden ser recordados escribiendo nuevas interpretaciones, otras partituras.

 

Miguel Vitagliano