Sobre La fragilidad de los héroes solitarios, por Félix L. Peralta

Reseña de Félix Leonel Peralta leída en la presentación de La fragilidad de los héroes solitarios (Fluir Editorial, 2021) en la 13° Feria del Libro de Concordia y la región, 2021.

 

El espacio del cuento es un territorio infinito pese a su aparente brevedad. Desde la labranza milimétrica de Borges, que en un gesto hermosamente paradójico consideraba a la literatura un hecho sintáctico, lineal, esporádico y de lo más común, hasta la maestría oscurantista de un Bolaño que pretende que sus lectores vayan escribiendo desde la incomodidad de lo no dicho las líneas finales de sus cuentos; la forma y las intenciones de los escritores de cuentos resultan ser de las más variadas y, hasta cierto punto, antagónicas entre sí. Como lectores de narrativas breves, podemos sentirnos como un niño atónito frente a un hormiguero de vidrio cuyo comportamiento como colonia resulta errático para sus pequeños ojos y, pese a poder ver la totalidad de este habitad artificial, le resulta imposible entender el principio y el fin de dicho espectáculo.

“Sin principio ni fin” como son necesariamente los cuentos.

En un presente donde internet procede a enmascararse como una biblioteca infinita y los datos de nuestro mundo se presentan como dígitos que pretenden abarcar la inmensidad nunca del todo trazada ante nuestros sentidos, tenemos como contracara el desvío de nuestras narrativas actuales que bien saben deshacerse de cualquier mentira enciclopédica. Confundiendo lo cotidiano, lo histórico y la ficción, su espacio de acción se nos presenta inconmensurable y termina siendo delimitado por el capricho de cada lectura y la tozudez que tenga ésta para llevar sus evidencias a un plano de claridad visible desde otro punto de vista totalmente ajeno e inaccesible. Este gesto es el que motiva las grandes críticas que en el fondo no dejan de ser caprichos que con suerte o desgracia pasan a ser colectivos. En esta oportunidad mi capricho va en presentar La fragilidad de los héroes solitarios de Felipe Hourcade. Un conjunto monstruoso de cuentos también inconmensurable que aflora como el primer paso del escritor concordiense. Este libro reúne sus primeros hachazos literarios de juventud. En él presenciamos el devenir de bichos humanos sumergidos en su propia pulsación existencial, muchas veces colmados de una angustia terrenal que nos refleja como los animales tragicómicos que somos. Hambrientos de un maná desconocido, la condensación del azar que se presenta como trama los atraviesa poniendo en jaque la constante apatía que ellos parecen llevar en la mayoría de las ocasiones como impronta. Pero este comportamiento parco no es una suerte de réplica del conocidísimo extranjero que nos brindó Camus. La extravagancia de criar un panda o investigar la desaparición de un compañero de cuarto bastante sospechoso no termina de superponerse a las reflexiones de un orden moral que va mutando constantemente siendo consecuencia de situar al espacio y tiempo narrativo en un lugar y momento similares al que vivimos. Temas como las relaciones sexo afectivas o la nueva reconfiguración moral que estamos viviendo (que, como todo cambio, nos presenta esperanzas y dudas) se ve presente en estos personajes que son amantes y enamorados; metódicos y viciosos. Como en esa vieja canción de Dylan, los tiempos están cambiando y nuestras individualidades exacerbadas por el presente siglo nunca dejan de preguntarse cuál es su lugar ante el constante cambio en que se ven sometidas. Por más extravagante que pueda ser la circunstancia que se nos pueda presentar en nuestros tiempos de convalecencia, aun seguimos atravesados por lo mal llamado vida corriente. Estos héroes solitarios son la prueba de este comentario.

Vayamos a lo extravagante. El cuento “El piano de Sara” nos coloca en esta conjunción, pero con un predominio al final de un elemento fantástico que termina por levantar una vista con el fin de analizar lo que terminamos de leer. El elemento mágico de no saber qué es lo que realmente sucede termina por desorientar al lector y lo induce a volver a leer las páginas. Hourcade no teme jugar con el terreno ficticio y eso le permite ingresar en su narrativa elementos suprahumanos cuando uno cae en la ilusión principal de adentrarse en un terreno cotidiano. Hasta él mismo se ha sorprendido con sus cuentos dotándoles de un enfoque completamente nuevo a la hora de releerlos con cierta distancia. Esto se debe a que lo escrito ya no le pertenece al escritor, le resulta más extraño que familiar. Y esa extrañeza no solo la sufre él sino también sus personajes y sus lectores. Lo singular de este sentimiento es que cuando no depende de los elementos fantásticos recae en las tecnologías de comunicación de nuestros últimos tiempos, como si fueran objetos mágicos que nos inducen a otras realidades y pueden ser objetos de distanciamiento con nuestros allegados. En “Mabbo” vemos cómo el protagonista ingresa a un mundo virtual para volverse a encontrar con un amigo electrónico que nada significa para él, pero aún sigue habiendo una historia que los entrecruce quieran o no. En “Los buenos modales” un peón de campo ve cada vez más lejos a su mujer inmersa en las redes sociales, cuyo acceso se ve complicado para él a causa de su analfabetismo. Insisto, lo cotidiano y lo fantástico se entremezclan sin tanta pomposidad porque nuestro presente hasta cierto punto parece una narrativa elucubrada de los autores de ciencia ficción más distópicos. Todo este tipo de atisbos solo pueden encontrar coherencia en el terreno de la ficción ya que a veces necesitamos ver símbolos ajenos a nuestros símbolos diarios para entender a estos últimos.

En cuanto a la cadencia narrativa, la pluma de Hourcade no escapa de ciertas frases irónicas y ácidas. Se permite, por momentos, no tomar en serio su escritura, para que seamos nosotros los lectores quienes la dotemos de la gravedad que se merecen. Y esta ligereza en ciertos juicios lleva a que nos encontremos con reflexiones acerca del amor, la amistad, el porvenir y la vida civil que no nos esperamos, pero cuelan como bálsamo para sus personajes que de tan extraviados terminan encontrando conclusiones que les permiten estar de pie ante lo adverso. Como dice el protagonista de “Recaer en el zenit”: Caer “Hasta lo hondo, pero siendo uno mismo, manteniendo la esencia”. Es esa integridad una virtud que salva al más vicioso de la muerte y esta integridad es la que permite que esta serie de cuentos nos seduzca como lectores ante un nuevo próximo libro del autor. Quedan tantos espacios abiertos esperando su continuación que solo el tiempo nos sabrá decir el cómo de su devenir.

 

Félix Leonel Peralta.