EL CUMPLIMIENTO

 

Acostúmbrate a escuchar con atención lo que te dicen y a internarte cuando te sea posible, en el habla del que habla contigo.

Marco Aurelio

Cuando Matías, mi hijo menor, quiere referirse a alguna persona de modesta condición social, con su natural candor infantil dice: ”Es como los pacientes de papá.” Generalmente, los niños y los locos son veraces. Despojados de los compromisos de los adultos, no les importa ni conocen todavía el valor estratégico de la mentira. También suele agregar: “Ninguno va al Club Progreso.”

El paciente que entró ese día al consultorio estaba encasillado en tal especie. Al abrirle la puerta se metió derechito y sonriente, muy suelto de cuerpo, como si nos conociéramos de toda la vida.

Desbordaba pulcritud con su nuevita bombacha marrón, todavía con olor a estante y marcas del doblado del almacén de ramos generales donde seguramente la había adquirido; últimas reliquias camperas que los supermercados van tragando aceleradamente. Bombachas batarazas, fuentones, arados de mancera, monturas, cocinas marca “Isthilart”, de las llamadas económicas, que ahora, al precio de la leña, ya no lo son tanto; piezas sueltas de molino “Guanaco”, palas, azadas, y una bolsa de mates en el suelo, que siempre algún distraído patea al pasar.

Él mismo me ganó de mano y cerró la puerta. Las alpargatas negras de vira blanca amagaban patinar en el piso encerado. Pensé decirle a Lucía que no se esmerara tanto en lustrarlo.

Piel tostada y edad indefinida, irradiaba bonanza y simpatía. No necesitó mucho estímulo para ir desgranando el motivo de su consulta. Las manos y la lengua competían para hacer más expresivo su discurso. Le indiqué que se acostara en la camilla, así nos entenderíamos mejor. Al menos, de esa forma se clarificaban los roles y se pondría en claro quién llevaba la batuta.

Tenía en mis manos la ficha clínica encabezada por mi secretaria con los datos personales. No hay nada mejor para entrar en ese “raport” necesario que nombrar a la gente por su nombre. Siempre es música agradable para sus oídos. El dato de la edad queda reservado para mí si se trata de pacientes mujeres; puede que a ella le mientan.

-Muy bien, don Sixto. Cuénteme qué le anda pasando- dije.

-Mire, doctor. Me duele aquí -contestó presuroso- Ocasiones me retenta en el umbligo, agarra pa´la encordera, donde me apareció un agallón, y va y termina en el cumplimiento. Disculpe, doctor, le digo en confianza y perdone, total estamo´ entre hombres, pero cuando hago uso con la patrona, me duele demá.

Mientras, miraba de reojo a su alrededor, asegurándose de que estábamos solos.

Nacido y criado yo mismo en el campo, capté el mensaje, salvo la última parte: el cumplimiento. ¿Se estarían volando las páginas de mi diccionario telúrico? Sin que se lo indicara, el paciente ya se había bajado sus ropas hasta descubrir la pelvis.

En realidad, lo que tenía el buen paisano era una hernia inguinal derecha. Esto merece una traducción.

Don Sixto me describía un dolor que comenzaba en el ombligo, se propagaba a la fosa ilíaca derecha. En la región inguinal del mismo lado, él notaba un bulto que le llamaba agallón porque pensaba que era un ganglio.

Hasta ahí yo iba bien, entendía perfectamente lo que quería decirme. ¡Pero el dolor terminaba en el cumplimiento! Y con tosco dedo de aspecto peneano, me señalaba justamente su órgano procreador, curtido y tostado como el propio rostro de su dueño, a pesar de que- obviamente- lo tendría siempre a la sombra. ¡Con qué candor me había resumido, en pocas palabras, todo su problema!

La fresca comicidad de mi relato no merma mi respeto hacia aquel hombre que, con tanta naturalidad y precisión, describía sus síntomas. Con qué facilidad suplía su escaso y poco erudito vocabulario. El cumplimiento era la palabra clave y, al principio, la incógnita para mí. Me pareció que el término no tenía sentido. El cumplimiento… ¿Para cumplir con qué? Luego encontré la razón, y lógica por cierto. Era para cumplir; para cumplir con su esposa, con los deberes de marido o de pareja. A lo mejor no eran casados y sólo “juntados”. El cumplimiento era el pene. Era con lo que él cumplía con la patrona.

Para el que no conoce a fondo al hombre de campo y su entorno, podrían parecerle neologismos o palabras sin sentido. Sin embargo, muchos de estos términos son resabios del viejo español. Algunos arcaísmos y otros que, si bien no son tales, van cayendo en desuso.

El campo siempre va a la zaga de la ciudad. La moda también influye en el lenguaje. En ésta, los cambios se hacen más rápidamente; en el campo se siguen usando términos y palabras que en la ciudad ya pasaron al olvido, generalmente reemplazados por extranjerismos. El aislamiento relativo hace que el vocabulario familiar se vaya heredando y conservando más tiempo en el diálogo cotidiano de la familia campesina.

Un vistazo por el diccionario Espasa nos dice que retentar es producir o volver a comenzar la enfermedad que ya tuvo. Encordera viene de cuerda; en algunos problemas inguinales, como hernias atascadas, cadenas ganglionares, al tocarlas se asemejan a una cuerda, y de ahí ha quedado tal nombre. El agallón es una cuenta de plata hueca de algunos collares que usaban las aldeanas españolas o posiblemente recuerda las agallas, excrescencia redonda que se forma en los árboles por la picadura de ciertos insectos. El hacer uso no es privativo del hombre de campo. También en la ciudad el poco culto lo utiliza; se refiere a tener relaciones sexuales, hacer el amor. Sin duda revela inconcientemente el machismo latino; hacer uso de la mujer y no considerar esa sublime unión como algo de mutua participación y entrega entre dos seres del sexo opuesto.

A don Sixto lo operé de su hernia al poco tiempo. Nunca más volví a verlo, pero él quedará siempre en el archivo de mi memoria.